El rescate por el ejército colombiano de Ingrid Betancourt y de otros 14 secuestrados no sólo ha puesto fin a la ordalía de algunas víctimas, entre ellas la más conocida, del terrorismo de inspiración totalitaria, sino que también representa un nuevo revés contundente para las FARC y para sus aliados como el presidente venezolano Hugo Chávez y su homólogo boliviano Evo Morales. Este último procuró minimizar la importancia del operativo militar exitoso atribuyendo la liberación de los rehenes de su cautiverio en una especie de gulag selvático a un supuesto acuerdo entre los secuestradores y el gobierno del presidente Álvaro Uribe, dando a entender que mostró la buena voluntad de las FARC y su convicción aparente de que todo fue fruto del "diálogo correspondiente". Claro, cuando personajes como Morales y Chávez afirman que la mejor forma de solucionar los muchos problemas de todo tipo planteados por las FARC consiste en celebrar un "diálogo", lo que realmente quieren decir es que les encantaría que las autoridades colombianas aceptaran que la organización así llamada es mucho más que una banda de criminales que se especializan en secuestros extorsivos y el tráfico de drogas y que por lo tanto es necesario tratarla como una fuerza política respetable, pero por fortuna, a diferencia de sus antecesores en la presidencia, Uribe no tiene intención alguna de caer en la trampa así supuesta. Como dejaron en evidencia los fracasos de gobiernos anteriores, negociar de buena fe con las FARC sólo sirve para darles más oxígeno. En cambio, la campaña militar emprendida por Uribe ya las ha reducido a una sombra de lo que eran y a la luz de los acontecimientos de los meses últimos hay motivos de sobra para creer que, como dice, "el final de las FARC está cerca".
Hoy en día es habitual oír decir que "la violencia nunca soluciona nada" u otras palabras en tal sentido, lo que sería correcto si en el fondo todos los regímenes, movimientos políticos y agrupaciones como las FARC, incluyendo a los más belicosos, sólo aspiraran a convivir en paz y si no lo hicieran fuera por un malentendido que sería fácil aclarar, pero por desgracia éste dista de ser el caso. Puede que a veces resulte posible desarmar a un grupo violento a cambio de concesiones, pero hay muchos que toman la voluntad de dialogar por un síntoma de debilidad y, lejos de aprovechar una oportunidad para desarmarse, se sienten estimulados a intensificar la lucha. Aunque hasta hace muy poco negociar con las FARC era claramente contraproducente, es posible que la serie de derrotas que han sufrido últimamente haya convencido a la mayoría de sus integrantes de que para salvar el pellejo no tienen más alternativa que la de entregarse al ejército colombiano para entonces rendir cuentas ante el tribunal apropiado. Felizmente para ellos, el trato que recibirían sería con toda seguridad menos salvaje que el experimentado por sus propios cautivos.
Es de esperar que el rescate de los 15 secuestrados se vea seguido pronto por el de los centenares de rehenes que aún están en manos de lo que queda de una fuerza, ya más criminal que guerrillera, que era poderosa hasta que Uribe decidió que no habría más alternativa que la supuesta por una campaña militar implacable. Fue positivo que los medios internacionales y por lo tanto la opinión pública mundial se concentraran en la situación lamentable en la que se encontraba Ingrid Betancourt, en buena medida porque además de la ciudadanía colombiana tiene la francesa, llamando así la atención de millones de personas en docenas de países a una auténtica catástrofe humanitaria, pero esto no significa que los muchos otros secuestrados, por "humildes" que sean, carezcan de importancia. Mal que les pese a los simpatizantes de las FARC, encabezados por Chávez, Morales y el mandatario ecuatoriano Rafael Correa, que quisieran que fueran reconocidas como una fuerza con tanta legitimidad como el gobierno colombiano mismo, ya que el ejército regular las tiene contra las cuerdas, no es hora de frenar la ofensiva sino, por el contrario, de redoblarla para que pronto sean derrotadas por completo, lo que eliminaría así un flagelo cruel que los colombianos han tenido que soportar durante décadas sin que sus "hermanos" del resto de América Latina se hayan sentido obligados a levantar un dedo para ayudarlos.