Con su lenguaje creó mundos e historias que a menudo se describen como surrealistas, irreales, oníricas. Pero los relatos de Kafka tienen que tener algo muy real, de otro modo no conmoverían a tantas personas, desde Europa a Japón, de 1908 hasta la actualidad. "Eso sólo puede significar que la capa que aborda en nosotros es más profunda que las improntas culturales", asegura Stach.
Kafka denota el miedo, pero no lo muestra, y ofrece por ello una superficie vacía en la que podemos colocar nuestras propias angustias. Kafka no estaba alejado del mundo. Sabía cómo vivían los obreros y relata en su diario las condiciones de su cuñado en una fábrica de asbesto en la que participaba por una inversión de su padre.
Su literatura se alimenta de la realidad, pero se libera de lo cotidiano. Los problemas de los que habla son atemporales: las dudas sobre uno mismo, la angustia, el miedo de no vivir la vida. Era algo que él conocía.
Tres veces estuvo comprometido pero no se atrevió a casarse. Este ir y venir fue un leitmotiv de su vida. Quería irse de Praga, pero se quedó. Odiaba el mundo de los negocios, pero estuvo 14 años en la aseguradora. En 1917 enfermó de tuberculosis y en 1922 ya no podía trabajar y fue jubilado. Casi fue como si la enfermedad lo liberara de la vida burguesa. Se mudó a Berlín y vivió con su último amor, Dora Diamant. (DPA)