Domingo 29 de Junio de 2008 > Carta de Lectores
Otro síntoma de decadencia

Los desconcertados por la crisis de turno argentina aún suelen preguntarse cómo es posible que un país dotado de tantos recursos naturales y de un sistema educativo que envidia el resto de América Latina se las haya arreglado para depauperarse. Tienen razón en cuanto a los recursos, aunque exageran su importancia, pero se equivocan por completo si creen que a pesar de todo lo sucedido a partir de la Segunda Guerra Mundial nuestro nivel educativo sigue siendo superior al de todos los demás países de la región. No lo es. Según un informe que acaba de difundir la UNESCO, en matemática los jóvenes argentinos saben menos que sus coetáneos de Cuba, Uruguay, Costa Rica, México y Chile; en lectura son superados por los cubanos, costarricenses, chilenos, mexicanos, uruguayos y colombianos. En ciencias, el desempeño relativo es un tanto mejor, ya que figuran en la cuarta posición detrás de los cubanos, uruguayos y colombianos, pero así y todo es mediocre. Dicho de otro modo, nuestros jóvenes no sólo están a años luz de la mayoría de los europeos y muchos asiáticos, sino que también han perdido terreno frente a sus contemporáneos de varios países latinoamericanos.

Deberían preocuparnos mucho los resultados de la evaluación emprendida por la UNESCO, que abarcó a 5.000 estudiantes por grado en cada uno de los 16 países que participaban. En el mundo actual, el nivel educativo de un país es lo que determinará su evolución económica en las décadas venideras además, claro está, de incidir directamente en la calidad de vida y en el estado de las instituciones nacionales. Así las cosas, a menos que logremos brindar a las próximas generaciones una educación adecuada para el mundo en que les tocará vivir, nuestro futuro estará tan lleno de frustraciones como estuvo la segunda mitad del siglo pasado en que, después de haber figurado entre los países más prósperos y más prometedores, la Argentina se hizo notar por su incapacidad para adaptarse a los cambios políticos, sociales y económicos que plasmaban el mundo moderno. Por desgracia, los persuadidos de que hay que resistirse a los cambios así supuestos siguen dominando la política nacional de suerte que sorprendería que el gobierno actual, obsesionado como está por una lucha fantasiosa contra "golpistas", entendiera lo urgente que es que la población en su conjunto tome conciencia de la importancia fundamental de la educación.

La calidad educativa de los distintos países refleja los valores imperantes. En una sociedad desordenada en que los gobernantes están más interesados en las vicisitudes de refriegas callejeras que en hacer respetar la ley, es sin duda lógico que los jóvenes desprecien la disciplina y den por descontado que el esfuerzo personal no sirve para nada. Puesto que nuestra cultura pública es anárquica y los "códigos de la política" se asemejan a los de la Mafia, sería inútil esperar que se comportaran como los finlandeses que conforme a las mediciones internacionales son en términos educativos los mejores. Asimismo, debido al escaso prestigio de la educación que caracteriza nuestra cultura popular, escasean los padres que estimulen a sus hijos como hacen sus equivalentes chinos, japoneses y surcoreanos, cuyos resultados en las pruebas internacionales siempre son llamativamente superiores a los logrados aquí.

Si sólo fuera cuestión de idear una nueva reforma del sistema educativo que por fin funcionara de manera satisfactoria, superar el desafío supuesto por el atraso en este ámbito clave no sería demasiado difícil, pero ocurre que las causas del desmoronamiento de lo que una vez fue tomado por un modelo para la región no tienen mucho que ver con las deficiencias del sistema como tal. Están vinculadas con la desmoralización provocada por repetidas oleadas populistas, fracasos económicos inverosímiles, dictaduras brutales y otros fenómenos ingratos que socavaron los cimientos de la sociedad y sembraron las semillas de más desastres por venir. Para que la educación se recuperara sería necesaria, pues, una especie de revolución cultural, pero a juzgar por los acontecimientos recientes es muy remota la posibilidad de que pronto se produzca un cambio generalizado de actitud que hiciera de la educación una prioridad nacional.

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