Pequeños y grandes acontecimientos entrelazan las vidas de Víctor Mendoza y Ángel Frette. Como si por fuera de la música no hubiera nada o bien el resto de los hechos no mereciera una anotación en sus bitácoras personales. Toda elección implica una pérdida y ser un músico a tiempo completo, es una transacción que puede dejarte el alma vacía en algunos aspectos. Curiosa contradicción, es la misma carencia la que dispara los momentos de inspiración. Desde esa óptica, el dolor y placer se encuentran atados en un pacto de sangre.
Tomarle el pulso a lo cotidiano cuando se vive al ritmo de los conciertos, las grabaciones, las masterclass, las composiciones y las giras, es una tarea que tiene el rostro de lo imposible.
Ambos artistas lo saben. No llegaron adonde están desconociendo las reglas del juego. El hogar es un refugio verdadero que llevan en el bolso: es la fotografía de alguien que amas y está lejos, un par de palillos, Mp3 para el viaje, una partitura, un celular ¿es necesario algo más? No existe otra máxima para un viajero crónico: de las personas que quieres sólo te pertenecen una parte de sus sueños.
Andar, como crear, es una tarea solitaria.
Sentados en un cómodo sillón del restaurante de la Fundación Patagonia, Víctor Mendoza y Ángel Frette, aceptan hablar de aquello que los conmueve, la música.
Mendoza acaba, literalmente, de llegar con el propósito de brindar clínicas además de dos recitales en el marco del Festival Internacional de Percusión. Una hora después de su arribo a Neuquén y luego a General Roca, ya estaba ensayando con el Grupo de Jazz de la Fundación. Debemos aclarar que salió de Estados Unidos y que días antes estuvo en España,
y antes, pues, quién sabe dónde. ¿Cansado?
"No, sabes, en el Valle me pasa algo muy raro. Me siento revitalizado, no me canso. Debe haber más oxígeno en el aire", explica.
Como es casi de noche y queda un rato para que se hagan las horas prohibidas, Mendoza le dedica un tiempo a repasar el sabor del vino regional. "Este está bueno, ¡eh!, y ¡hummm!, que bien este, pues aquí todo está bueno", asegura.
La experiencia personal nos dice que los músicos no siempre son amantes de las teorías que se tejen alrededor de la creación. La única dialéctica posible para ellos es la que aparece en forma de símbolos sobre la partitura: llaves, notas, tiempos.
Es lo que pretendemos que suceda ahora: hacer una historia con materia ausente de palabras.
"Okey, hablemos de música pero ¿hablamos en serio o en joda? ¿Se puede hablar en serio de estos temas?", reclama Frette.
Veamos si se puede.
-A esta altura de sus carreras (y con esto no quiero significar que estén listos para el retiro sino que tienen una edad que les permite mirar hacia atrás y ver un camino extenso recorrido), ¿qué representa la música para ustedes?
-Mendoza: mirá, es una pregunta que me viene bien responderla ahora, porque yo mismo he estado pensado sobre el tema. La música es sobre todo para mí una cuestión de emociones. Es lo que me llega al corazón. Por ejemplo, puedo escuchar a un pianista y admirar su técnica, su virtuosismo, y me doy cuenta de que me genera admiración pero no me emociona. En otro caso, tal vez un guitarrita hace dos notas y con eso me basta para llorar. No está bien que yo lo diga, pero técnicamente puedo hacer cualquier cosa que desee, pero lo que de verdad me importa es lo que puedo generar en el otro al nivel de las emociones.
-Frette: En algún sentido me ocurre algo similar. Esta edad me ha encontrado vinculado con la música y con mis alumnos. Mi conexión con ellos es muy importante. Quiero que aprendan y que puedan hacer algo con sus vidas. De verdad me importa mucho eso. Los últimos diez años le he dedicado la mayor
parte de mis energías a desarrollar este proyecto en el IUPA, dejando de lado muchas cosas en Buenos Aires, mantuve sí mi trabajo con la Filarmónica. A lo que voy es que he podido ver cómo muchos chicos terminan tocando realmente bien acá y me gusta poder guiarlos, mostrarles que tienen que buscar su propio camino.
En la conversación de Mendoza abundan los atajos, los paréntesis, los saltos y otros imprevistos naturales. Siempre sigue la línea de sus pensamientos pero en el medio, el anecdotario es voluminoso y rico. Retrocede unos años, antes de seguir con la propuesta. Se encuentra en el interior de un estudio de grabación con Terence Trent Derby un muy talentoso intérprete afroamericano de un pop con raíces en el soul, y que tuvo sus años de fama en los 90.
Terence es una estrella. Un divo hermoso. Se sabe en la cumbre. No viene solo, está acompañado por un pequeño harén de jóvenes que no dejan de reírse, charlar y pegar chillidos histéricos. Aquí no hay partituras. No hay nada de nada. Víctor debe apuntar desde el piano los acordes, los tonos de la canción que ocupa al ídolo. Terence no llega jamás a cantar más que una línea de texto y en cuanto lo hace, las chicas gritan y aplauden como si hubiera ocurrido milagro. "Chicas cuando estamos grabando por favor no hagan ruido. ¡Va de nuevo!". Así son las estrellas de los charts. Las horas pasan, no avanzan. Un lío, bah.
"¿Terence estás seguro de que esto te sirve de algo? Siento que estamos perdiendo el tiempo y estás perdiendo tu dinero, le pregunta Víctor. Terence no tiene dudas al respecto, quiere el sonido de Víctor Mendoza, a quién des
cubrió en Londres, en su nuevo disco. "Quiero que toques los mariachis, Víctor", afirma el negro fashion como pocos y apunta con un dedo a su instrumento. ¿Qué mariachis?, esto se llama marimba", le responde Víctor. Entonces, Víctor hace trampas. Es que no puede con su genio ni con el niño travieso que lleva dentro: "Los mariachis son esos tipos que tocan la guitarra y cantan serenatas. Aunque también les puedes llamar maricones. Si un día vas a México y los vez por ahí, te les acercas y les dices: hola, cómo les va maricones y ya vas a ver como se ponen de contentos".
Silencio. Estallan las carcajadas. Volvemos a la música. Debió saberlo el bueno de Terence, así es Víctor Mendoza, uno de los mejores percusionistas del mundo.
Mendoza: En este momento valoro mucho la actitud que tiene el músico frente a su obra. Lo que quiere decir. Veo que muchos utilizan la música para hacerse ver, para engrandecerse ante los demás, no para generar emociones. O lo hacen por puro negocio. Un músico, o alguien que dice ser músico, hace una canción y termina apareciendo en todos lados. Pero detrás hay otras cosas que no son música, además de suerte. Y de pronto tienes a personaje que se cree un genio y realmente no es nada. En el viaje venía escuchando a los Rolling Stones, y yo realmente respeto lo que hacen, son tipos sinceros. Su obra es sincera. Es esto. Es lo que hay y su intensión es provocar. Ellos te generan algo, van por la música. En cambio escucho a algunos de estos nuevos raperos y sus letras son terriblemente ofensivas, y no es tanto que estén enojados sino que persiguen otros intereses, pero yo no sé si eso es un músico.
Frette: Esto puede sonar hasta cursi, pero paso por un momento en el que realmente deseo llegar al corazón de la persona que es mi pareja. Pienso en si esto que compongo o toco la emociona, si la mueve. Toco desde ese lugar, que es un terreno muy delicado. Porque en el fondo estoy hablando de amor. Creo que uno debe tocar desde los sentimientos.
Mendoza: es que a determinada edad es lo único que importa: tener una relación con los otros, sincera, buena, llegar a las demás personas, y que eso sea un ida y vuelta. Es lo que me pasa aquí, veo a los chicos que me dicen maestro y me abrazan y están realmente ansiosos de aprender. Cuando uno observa eso, da mucho más de sí mismo. He estado en universidades extranjeras en las que el alumno te mira con desdén como diciendo a ver que tiene para dar este.
Frette: Hay que soportarlo. Hacer como que no pasa nada y mostrar lo tuyo, pero son situaciones muy incómodas. ¿Sabes lo que es bancarse esas actitudes soberbias de menosprecio cuando vas a dar una clase al extranjero? ¿De qué sirve esa soberbia?
Para Mendoza hablar de amor es hablar de música. Y viceversa. Se dice enamorado y que este hecho fundamental ha cambiado su vida. Hace
apenas unos días estuvo en España donde vive su actual pareja. Víctor está radicado en Nueva York donde da clases en el Berklee College of Music. De manera que su amor también puede graficarse en miles de kilómetros recorridos por año entre un continente y otro.
Era de noche y Víctor estaba componiendo. Probaba cosas en el piano y las iba anotando en la partitura. "Yo siempre soñé con que en un momento como ese, mi mujer, la persona que quien compartiría mis días se iba a acercar hasta mi con una taza de café y me iba a dar un beso. Diría: qué lindo eso, por ejemplo. Pero nunca antes me pasó".
Sin embargo, esa noche fue diferente. Su compañera llegó con una taza de café y lo besó por detrás, tal cual lo había imaginado. Entonces supo que eran perfectos el uno para el otro. Por unos segundos, en la siempre ardua tarea de componer, se sintió menos solo.
-Recuerdo que hace un par de años me dijiste, "acá está la mata", refiriéndose a que este era el lugar apropiado para aprender.
-Mendoza: Sí, me acuerdo. Es que uno debe construir su historia. Yo aquí siento las ganas de los chicos queriendo aprender. De ahí en más hay una gran responsabilidad tuya en todo esto. Uno no puede tocar desde las ganas sino desde el estudio y la vocación. Hay un gran trabajo detrás de la música. Yo que provengo de una familia humilde veo a muchos chicos que no poseen nada y sin embargo tienen el convencimiento de hacer música. Eso puede transformar sus vidas, lo hizo con la mía. Sé lo que es un hogar modesto y un padre que trabaja por sus hijos.
-Frette: Creo que el joven sobretodo debe entender de que para tener su propio espacio en este mundo debe viajar, observar otras culturas, conocer otros idiomas. Tiene que ser valiente en ese sentido.
Finalmente, porque aquí también hay un final, algunas postales de esta pareja de músicos que continúa sus charlas a lo largo y ancho del mundo. Es lo que quedó en la retina del periodista. Ángel y Víctor en un automóvil alquilado rumbo a Zaragoza. En un festival en París. En un festival en Rusia. Charlando en un café de Nueva York. Arriba de un avión tomando un vino californiano "horrible". En una masterclass en Boston. En un concierto en Buenos Aires. Tocando sobre el escenario del Auditorio en la Ciudad de las Artes.
La frases y la preguntas "¿te acordás?" y "te manda saludos...", aparecen una y otra vez en su vocabulario. Para ellos no hay llegada que no presuponga una nueva partida. Es el precio que pagan por protagonizar un sueño que nació cuando eran chicos.
Podrán alegar que este cronista miente, que junto con sus partituras hay algo más que un álbum de fotos. Podrán alegar que aquí alguien se equivoca. Pero la prueba de ese constante devenir que termina moldeando sus vidas como una figura de arena está en la estatura de su arte. En su búsqueda perpetua.
Ya es tarde y todos salen del restaurante. "¿Vamos a tomar algo por ahí, Ángel", pregunta Víctor. Y la pregunta se transforma en un acto retórico. En una obviedad.
CLAUDIO ANDRADE
candrade@rionegro.com.ar
