El país se debe un debate inteligente en torno al mejor modo de aprovechar las oportunidades planteadas por la suba reciente del precio internacional de casi todos los productos agropecuarios que estamos en condiciones de exportar en abundancia y el mejor lugar para celebrarlo es el Congreso de la Nación, pero por desgracia el ex presidente Néstor Kirchner y su sucesora no tienen ningún interés en que se discuta con ecuanimidad los pro y los contra de las diversas opciones existentes. Antes bien, quieren que los legisladores ratifiquen todo cuanto ha hecho el gobierno so pretexto de que aumentó radicalmente las retenciones móviles con el propósito de asegurar el bienestar de un pueblo amenazado por lo que llaman "los grupos económicos de la oligarquía", planteo éste que muy pocos encuentran convincente. Por cierto, los voceros más conocidos del campo no se parecen para nada a los "oligarcas" rapaces de la demonología kirchnerista. Por lo demás, de resultas del conflicto buena parte de la población urbana ha tomado conciencia del hecho de que de no haber sido por la modernización de la agricultura que se produjo antes de la llegada al poder de los Kirchner el país no hubiera podido recuperarse tan pronto del desastre macroeconómico con el que comenzó el nuevo siglo.
Si bien se estima que por lo menos una treintena de legisladores peronistas podría votar en contra del proyecto de ley gubernamental, sus motivos parecen tener más que ver con el temor a la reacción de los votantes de sus distritos particulares si se solidarizan con el Poder Ejecutivo que con la conciencia de que tanto el esquema oficial como los argumentos empleados para reivindicarlo dejan mucho que desear, razón por la que Kirchner los exhortó a tener "coraje" y les exigió "pónganlas". Para el ex presidente, cualquier solución que no suponga la derrota aplastante de la "oligarquía" campestre sería una humillación personal intolerable, pero para el país en su conjunto hay mucho más en juego que el orgullo de quien a menudo brinda la impresión de creerse un hombre providencial. En cuanto a los intentos de Kirchner y su esposa por ubicar el conflicto en el contexto de una lucha entre "el pueblo" y una minoría codiciosa despiadada que según ellos ha sido responsable de todos los males del país, entre ellos los golpes de Estado que jalonaron el siglo XX, son repudiados por la mayoría que entiende muy bien que se trata de una burda caricatura de la realidad. Por aferrarse a la lectura simplista de la historia así supuesta y por vincularse con personajes renombrados por su fanatismo sectario y su apego a la violencia de actitudes similares, los Kirchner han despilfarrado su capital político en un lapso sumamente breve y toda vez que reiteran sus ideas en tal sentido pierden más, puesto que escasean los dispuestos a permitir que el país sea sacrificado en aras de teorías políticas penosamente anticuadas que fueron propias de una etapa catastrófica que la mayoría quisiera dejar definitivamente atrás.
Por desgracia, hasta ahora el tratamiento parlamentario de las retenciones ha sido farsesco. La proliferación de carpas en la Plaza del Congreso, las actividades en el recinto mismo de una horda de lobbistas improvisados y las presiones y los aprietes de los que los legisladores son blancos han creado un clima en que es virtualmente imposible que se celebre un debate serio acerca de la conveniencia o no de seguir permitiendo que el Poder Ejecutivo capte miles de millones de dólares anuales, depauperando a zonas enteras del interior. Sin embargo, a menos que los legisladores logren convencer a la ciudadanía de que en esta ocasión se han puesto a la altura de sus responsabilidades, la eventual ratificación del proyecto oficial no serviría para poner fin al conflicto sino que lo perpetuaría ya que sería atribuida al miedo a oponerse a un gobierno notoriamente vengativo, mientras que la alternativa, un voto en contra del proyecto o incluso uno a favor de modificarlo, sería tomado por una derrota oficial tan grave que podría tener consecuencias institucionales lamentables. Al presentar el conflicto como un asunto de todo o nada, descartando por completo la posibilidad de una solución salomónica, pues, los Kirchner se las han arreglado para que cualquier desenlace les resultara contraproducente.