Después de los más de cien días de parálisis y cortes, de desabastecimiento y confrontación, los voceros de facto del gobierno, los Fernández, salen a decir que la discusión entre el campo y el gobierno es por un tema de plata. De dinero.
Realmente sorprende que a esta altura vengan con esta "verdad revelada". 40 millones de argentinos entendimos desde el principio que era una cuestión de dinero, una sobre "de quién" es el dinero.
Por un lado el gobierno pretende quedarse con la renta y algo más generada por un sector (el campo).
Por el otro lado ese sector salió a defender lo que considera que le es propio, contra la avaricia del gobierno.
En estos términos se planteó la discusión en marzo pasado. Un debate sectorial en el que se disputaban recursos.
Si los Fernández recién ahora lo entienden, estamos más complicados de lo que creíamos. Pero todos sabemos que esto es puro discurso. Quienes convirtieron esta discusión sectorial en un debate político nacional fueron los integrantes del propio gobierno y los voceros fueron siempre los mismos.
Ante el fracaso de no poder convencer a los argentinos de que se trataba de una pelea entre quienes defendían la argentinidad y los destituyentes, salen a reconocer lo obvio.
Propiedad privada
Pero ahora será más difícil hacer olvidar esta discusión a todos los que sin tener más tierra en propiedad que la de las macetas de la casa, ya poco nos importan las retenciones móviles.
Este gobierno está logrando lo que muchos hemos venido pregonando y no alcanzábamos a obtener: la gente empieza a pensar que la propiedad privada es eso, privada. Que el Estado no debe avanzar sobre ella de manera discrecional y que la única forma de frenar este despojo es saliendo a expresar el repudio ante la confiscación descarada no sólo de la propiedad, sino de la renta.
Esto fue mucho más fácil en países que al constituirse hicieron un reparto de tierras generalizado, contribuyendo así a crear una clase propietaria muy numerosa y por ende con mayor fuerza de defensa ante los atropellos estatistas, imposibles de avasallar.
Pero el pasado está bien y tratar de justificar la historia de poco sirve a los efectos de solucionar los conflictos presentes y futuros.
Paradójicamente, el sector donde se verifica la mayor concentración de riqueza no es en el campo sino en el sector industrial. Ésta fue generada en muchos casos en los últimos treinta años gracias a las conocidas "patria contratista", "patria judicial" y "patria financiera", que no son más que eufemismos para hablar de operaciones y negocios realizados sino fuera de la ley en todos los casos muy sobre el borde.
Estos sectores que no pudieron ni pueden competir con sus pares internacionales y que con fuertes lobbies han logrado "interesar" a funcionarios de todos los gobiernos y signos, son quienes mejor han logrado usufructuar el modelo prebendario argentino durante los últimos 80 años.
Son propietarios pero a la vez se asocian con el poder de turno. Y a diferencia de los políticos que hoy están y mañana no, ellos siempre están.
Sorprendentemente (o no), la prensa oficialista nada dice de ellos. Peor aún, son públicos los nombres de los "nuevos capitanes de la industria", que con el apoyo de la burocracia oficial han ganado en cuanta licitación se han presentado. Han sido directamente adjudicados e incluso han sido obligados a ganar más: por decreto.
Mientras tanto el campo, que tantas veces salvó las finanzas nacionales y que no sólo está dispuesto a competir globalmente sino que en algunos sectores es casi (¿o cuasi?) invencible, debe soportar la expoliación.
La redistribución
En este punto, espero que muchos argentinos hayan comenzado a plantearse la asimetría entre palabras e intenciones bonitas con la realidad cruda e invariable.
Hegel, a quien la presidenta ha declarado sujeto de admiración y faro de su pensamiento, aseguraba (entre otras barbaridades) que "la burocracia representa al interés general, no teniendo interés particular alguno". De la misma forma, aseguraba que los derechos naturales no eran tales, siendo todos nuestros derechos derivados del Estado.
Así, de esta sencilla manera, no sólo puede el Estado disponer de nuestra propiedad, sino que también lo podría hacer en nombre del bien común, de nuestra libertad e incluso de nuestra vida. En este contexto, qué problema hay de que lo haga "apenas" de la renta, a través de retenciones, impuestos, tasas, derechos, etc.
Pero esto no es todo. Si la burocracia es representativa del interés general y es infalible, ¿quién mejor que la burocracia del Estado para decidir qué hacer con la renta (y el capital) que captura?
Es éste, a mí entender, el punto central de toda la discusión.
Desde la crisis del 2001, las transferencias de riqueza (y de pobreza) que ha decidido el Estado han sido formidables. El objetivo ha sido capturar cajas para luego decidir ganadores y perdedores. Según del humor de Número Uno, el cual ya lo advertía Hegel, es infalible.
Más democracia a la democracia dijo el otro día, la presidenta. No es necesaria más democracia, es necesaria más República. Pero la república no acepta la infalibilidad de la burocracia, por eso el sistema implica contrapesos, poderes independientes.
La salida al conflicto que propone el oficialismo es más de lo mismo. Se está armando una increíble cantidad de subsidios (todos a discreción de un burócrata "infalible") para el sector al cual le capturaron toda la renta.
Esto tiene dos efectos. El primero, las retenciones las deberán pagar todos. Los subsidios, por esas debilidades del ser humano, no les llegarán a todos. Y a los que les llegue, deberán aceptar que tampoco será siempre. Salvo que logren hacer "nuevos amigos"e ingresar al círculo, asociarse.
El otro efecto es que mientras lo recaudado por las retenciones alcance para pagar los subsidios, algún vocero oficial podrá justificar que "sólo" se trata de una redistribución. Pero el día en que los precios internacionales de los commodities ajusten a la baja, o bien los burócratas se deshacen de algunos nuevos amigos o habremos de hacer frente a un importante gasto, sin los ingresos. Siendo esta última opción mucho más rentable para el infalible burócrata.
El futuro inmediato
No debemos confundir. El aumento de las retenciones tenía que ver con una necesidad real y concreta del Estado de incrementar ingresos a los efectos de poder hacer frente a vencimientos y gastos.
Esta redistribución forzada de los fondos que provengan de las retenciones deja sin cubrir el mismo bache financiero. Por ende, la creatividad de los fiscalistas responsables será nuevamente puesta a prueba.
Nuevos impuestos o incrementos en las alícuotas de los existentes e incluso modificación en las bases imponibles serán alternativas que no deberían sorprendernos.
Incluso, deberán pagar aquellos que creían que su salvación vendría por el lado del dólar caro, perdón, competitivo. Pero dado que ni ellos ni el dólar son competitivos, se verán en problemas con sus ex amigos. Tipo de cambio menos favorable, salarios aumentados, voracidad fiscal e inflación descontrolada.
El campo no estará mejor si el gobierno logra que algún miembro de la Mesa de Enlace le valide las retenciones a cambio de subsidios. No sólo por la dependencia posterior de los "beneficiarios" respecto del gobierno sino por estarían avalando el corte horizontal por clases, según valores numéricos que después podrían ser modificados, por simple resolución ministerial.
Parafraseando a Rusell: "Vienen por todos".
GUSTAVO A. KÜPFER (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Economista. Investigador Asociado de la Fundación Atlas 1853