Viernes 27 de Junio de 2008 Edicion impresa pag. 24 y 25 > Opinion
Los 117 años del radicalismo

El 26 de junio de 1891, en asamblea celebrada por el Comité Nacional presidida por Leandro N. Alem, en Capital Federal, se decidió rechazar el pacto de Mitre y Roca y se promovió, como expresión política organizada, la fundación de la Unión Cívica Radical. Alem expresó: "Yo no acepto el acuerdo, soy radical contra el acuerdo; soy radical intransigente". Deste modo resumía con altruismo la filosofía política de su ideario, sellando una alianza histórica con los sectores populares. Nació allí el más antiguo de los partidos políticos de la Argentina, de encomiable y dilatada existencia, cuya perdurabilidad vino avalada por una diáfana trayectoria de sustentación de principios doctrinales que persistieron inmutables durante su historia y que le permitieron legítimamente sustentarse en su accionar en una república próxima a cumplir su bicentenario. La inclinación a la búsqueda de lo virtuoso, la prédica de la probidad, el renunciamiento a los privilegios personales, el rescate del altruismo son valores que impregnan la doctrina de la UCR y resumen ideas éticas y de moralidad, reconocidas como esenciales para la buena convivencia humana. El radicalismo es, antes que una ideología, una ética que se asume como una reserva moral para el país. La corriente histórica de la emancipación del pueblo argentino que lucha por el respeto a la Constitución Nacional; por el apoyo al sufragio libre y universal, salvaguarda del patrimonio nacional; por el respeto y defensa del federalismo y en política internacional acepta la doctrina del internacionalismo y defiende la libre determinación de los pueblos.

El radicalismo irrumpe en la historia política con una vocación reparadora profunda, levantando banderas nacionales, populares, federales y democráticas, en la búsqueda del afianzamiento de un sistema de libertad, justicia y equidad para los argentinos.

Se identifica como pluralista porque aspira a la coexistencia de las diversas clases y sectores sociales, de las diversas ideologías y de diferentes concepciones de la vida. Revalora y reivindica al sistema democrático como fuente de legitimidad para la renovación de los gobiernos y para la renovación y participación de los partidos políticos como herramientas fundamentales para la continuidad y mejor funcionamiento de las instituciones republicanas.

El radicalismo en el gobierno ha tenido aciertos y errores. En estos últimos ha asumido su responsabilidad cuando Alvear (1922/28) se apartó de la atención de los reclamos populares para entregarse a una orientación conservadora; también cuando Fernando de la Rúa equivocó el rumbo ante el canto de las sirenas liberales. Pese a ello, el longevo transitar de las huestes radicales cuenta en la nobleza de su inventario con la reparación del gobierno de Yrigoyen apoyando la causa de los desposeídos; también sumó con el aporte cuando con la reforma universitaria de 1918 incentivó la cultura en las prácticas políticas-sociales proyectándose sobre la dinámica de las instituciones y adscribiendo en todas las luchas contra la dictadura. Estuvo presente cuando incorporaba el más importante programa social de la historia argentina mediante la redacción, por su convencional Crisólogo Larralde, del artículo 14 bis de la Constitución Nacional en la Convención Constituyente de 1957, que aseguraba la protección del trabajo en todas sus formas, el salario mínimo, vital y móvil, los beneficios de la seguridad social entre otros. Estuvo presente con el gobierno de Arturo Illia (1963/66), llamado el presidente de la Constitución por la férrea defensa que hizo de la carta magna, hombre de honradez inmaculada que practicó una democracia que no tenía precedentes desde 1930, que gobernó sin Estado de sitio ni con un solo preso político, que logró los más altos índices de crecimiento del producto bruto argentino y en el campo social los trabajadores alcanzaron un aumento del salario real sin precedentes desde la posguerra. Un gobierno donde las universidades argentinas alcanzaron el más alto prestigio internacional y que mantuvo una irrestricta defensa de la libertad de prensa. El radicalismo también sumó la virtud republicana de Ricardo Balbín, quien en su afán de conjugar los verbos comunes de la comprensión de los argentinos no escatimó esfuerzos recorriendo los caminos del país pregonando la unión nacional como basamento de la república. Allí, en un claro ejemplo de altruismo y grandeza, la UCR y otros partidos formaron la Asamblea de la Civilidad, La Hora del Pueblo y la Convocatoria a la Multipartidaria, en la certeza de considerarlas herramientas necesarias para el reaseguro de la democracia y de la reconciliación de las mayorías populares. Después vino Raúl Alfonsín, quien invocó en todos los confines del país lo que llamaba un rezo laico y repitió los postulados del Preámbulo de la Constitución Nacional, bregando por 100 años de democracia. Decía una y otra vez, hasta el cansancio, que muchos argentinos no sabían lo que es vivir bajo el imperio de la Constitución, pero sí padecieron y sufrieron las épocas de vivir fuera de ella.

Éste es el radicalismo que cumplió 117 años, el que hace del ejercicio cívico una religión y de la justa causa su apostolado y cuyo objetivo es brindar con desprendimiento lo mejor de sí para el bien nacional: sus principios y sus mejores hombres, porque como decía Yrigoyen: "De hombres y sociedades sobrias y virtuosas se hacen pueblos libres y focos de civilización".

 

ENRIQUE CARLOS MOGENSEN Y HÉCTOR JUAN GÓMEZ (*)

Especial para "Río Negro"

(*) Presidente y vice de la Unión Cívica Radical línea Bariloche

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