El futuro de Charly siempre estuvo escrito en la letra de sus canciones. Ese "Hoy paso el tiempo demoliendo hoteles", que comenzó a hacerse sentir en las radios en 1984 con el disco "Piano bar", no puede resultar más autorreferente. El hoy permanece inalterable.
A su modo Charly está autocumpliendo su profecía: el tipo que nació con Videla, sin poder y que luchó por la libertad que nunca pudo tener, pasa el tiempo demoliendo hoteles, 24 años más tarde.
En Mendoza, por ejemplo. ¿Por qué los hoteles? Bueno, cualquiera podría alegar que el rockero debería demoler, mejor y sin tantos conflictos, su casa en Buenos Aires. El punto es que ya lo ha hecho en varias oportunidades. Volviendo a los hoteles. García encuentra entre esas paredes inmaculadas el perfecto orden para transgredir. Un universo pausible de corromper: pasillos lejanos, cuadros de trazos plásticos, floreros de porcelana china, ventanales a ninguna parte. Y ahí lo tienen a Charly, corriendo desquiciado con un matafuego por todo el maldito lugar. Un bombero al revés que se apura a encender la mecha de la destrucción.
Aunque, claro, en estas horas sosegadas por los fármacos y las clases de libre expresión pictórica, podría cantar que está verde y no lo dejan salir. Ni los médicos, ni su hijo Migue, ni ¿Nito Mestre? Los pocos que pueden visitarlo mientras espera a que una vez más un guardia se compadezca y abra la puerta de la jaula de oro en que lo metieron.
¿Morirá Charly García de esa grave enfermedad que es ser Charly García?
Al parecer no hay manera de convertirse en un genio de la música capaz de escribir "Los dinosaurios" y no pagar el precio de la digresión de lo real para volver, justamente, la realidad accesible y pura como una dosis de droga.
Buscar en los restos humeantes del propio infierno trae consecuencias. Fue Charly quien se calzó el traje de chamán con el fin de explicarle al resto de la tribu cómo estaban las cosas en el cielo y en los subterráneos del inconsciente colectivo. Toda vez que ha bajado de su departamento en Coronel Díaz y Santa Fe con un disco nuevo entre las manos, sus acólitos festejamos extasiados. O incluso nos otorgamos el derecho -lindo, alegórico- de cuestionar su calidad y las verdades que nos hace conocer.
Es Charly el que ha osado vivir como un superhombre aunque su alma y su cuerpo sean de una fragilidad notable. El que cantó anticipándose a las generaciones por venir: "Tuve un amor en Paraguay, una flor que se quemó mal. No alcancé a decir que sí, que ya se sacó el toque y me lo dejó a mí. Si, me exilié en Madrid, y me fui a New York sólo porque seguí a Perón. Tenía un sólido futuro artístico y me comí el bajón. Yo tenía tres libros y una foto del Che, ahora tengo mil años y muy poco que hacer".
García es el que soporta los daños colaterales de sus incursiones en los laberintos literarios de su angustia, mientras los chicos en la esquina cuelgan carteles, los plomos juntan cables, cazan rehenes, y los demás transan.
¿Deberíamos preocuparnos por Charly García? ¿Debimos iniciar una cadena de mails en su momento por la salud de Kurt Cobain (de quién Charly llevaba un retrato en el pecho)? ¿Debieron haber encerrado en un centro asistencial a Sid Vicious, Jim Morrison y Elvis Presley con tal de preservar sus vidas?
Para cada uno de estos casos la respuesta es no. D.H. Lawrence escribió: "Nunca vi a un animal salvaje sentir lástima de sí mismo". Es el caso de Charly, un animal salvaje que no se arrepiente de lo que fue ni del feroz alter ego en que se ha transformado. Porque, nos guste o no, a esta altura de los acontecimientos, Charly García, no es exactamente Charly García. El creador fue superado por su creación.
Nos lo venía advirtiendo. Que ya no está para juegos tontos. Su rostro herido, sus dedos sangrantes, sus ropas en hilachas, sus refugios dominados por el caos, sus conflictos con otros músicos, su batalla perdida de antemano con la empresa disquera que le exige un disco nuevo y no el que ya se fugó por internet gratuitamente, su billetera vacía.
Para que la música siga brotando del lugar de donde proviene Charly debió clavar más profundo el cuchillo. Hacer un viaje al hemisferio del oscuro. De ese lugar y no otro, saldrá el disco que falta. Afrontémoslo, un Charly García sobrio, alegre y lozano jamás producirá nada brillante.
Si sale victorio de su último "trip" al infierno tendremos un disco que se abrirá frente a nuestros ojos igual que una caja de Pandora. Ya lo hizo antes y, tal vez, lo siga haciendo en los años posteriores.
Lo que dijo León: somos los Salieris de Charly.
CLAUDIO ANDRADE
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