Casi doscientas almas moviéndose con más o menos talento pero igual emoción, al ritmo de toda esa maravillosa energía de la que son capaces de generar estos músicos uruguayos.
Así, en el pasillo, en el salón de entrada al escenario, en el sitio en donde los personajes y las personas se confunden, concluyó una jornada perfecta.
Es más, en un momento inexacto, un par de músicos locales tomaron ellos mismos lo tambores y se sumaron a las gentes que ya estaban bailando con una bella sonrisa en los labios.
¿Puede haber una expresión más sincera de arte en pleno uso de sus poderes? ¿Hay otra forma de libertad que podamos discutir cuando la música suena y las palabras sobran?
El Taller de Percusión Huracán Buceo sirvió en bandeja un espectáculo excepcional. Durante todo el proceso que nos llevó de las butacas a los pasillos, hubo más música, más historia relatada con amable paciencia, bailes intensos, felicidades caídas del cielo y desde los subsuelos donde nace esta música marcada por el dolor pero reconvertida en poesía de esperanza.
No faltó el homenaje, a la institución que los ha invitado nuevamente a ser parte de este festival, a la gente que aplaudía y vibraba con ellos, a la tierra que los recibió con los brazos abiertos.
Las dos horas de recital se hicieron cinco minutos porque el tiempo es como es: elástico, caprichoso, a veces tirano. Cuando el asunto parecía listo para el final, los integrantes del taller, dieron un último regalo. Se salieron del libreto. Tomaron los aposentos. Levantaron los emblemas. Se fugaron de las precisiones.
Volvemos al principio. Con el Taller de Percusión Huracán Buceo tocando a un ritmo feroz la última de sus piezas y los chicos bailando y las ganas de seguir hasta que las velas no ardan.
Por suerte, aun quedan varios días de música por delante. Nos queda ese consuelo.