Cuando el ex presidente Carlos S. Menem decía aquello de "que estamos mal pero vamos bien", muchos consideraban que era una muestra más de cinismo, en el estilo de otra frase célebre: "Siempre hubo pobres y siempre habrá". Otros entendían que se trataba de un giro humorístico provinciano, uno más en la larga lista de chascarrillos del teórico de Anillaco. Sin embargo, analizando en frío las cosas, Menem no hacía otra cosa que repetir un lugar común en el pensamiento económico neoclásico: que el crecimiento de un país no es gratis, que los costos para llegar a él pueden ser altísimos. Quien supo darle una forma académica presentable a esta cuestión fue el Premio Nobel de Economía de 1971, Simon Kuznets (según la Fundación, el galardón se sustentaba en su "empíricamente bien fundada interpretación del crecimiento económico la que ha abierto nuevas y profundas perspectivas para el estudio de los procesos de desarrollo y de las estructuras sociales y económicas"). Kuznets, hacia 1955, en un artículo llamado "Crecimiento económico y desigualdad en el ingreso" (publicado en la prestigiosa revista 'The American Economic Review') llegaba a la siguiente conclusión: el camino al desarrollo y crecimiento tiene tres fases bien marcadas: en la primera, un incremento sostenido del Producto Interno Bruto per cápita (PBI) es acompañado por una desigualdad en la distribución del ingreso (DI); en la segunda se alcanza un punto P, en el que esta tendencia se revierte para arribar, finalmente, a la tercera parte del camino en donde los incrementos del PBI son asociados a cada vez menores valores de la iniquidad distributiva. Esto último puede explicarse a raíz de que la sociedad pudo alcanzar niveles de un crecimiento sostenible, en particular impulsado por una industria de base tecnológica, cuyos beneficios alcanzan a toda la población. La curva representativa de esta hipótesis se denomina "Curva de la U-invertida de Kuznets" (ver fig. 1).

De acuerdo con esta idea, nuestro país en la década de los noventa se encontraba en la rama izquierda de la "U", por ello había crecimiento pero también desocupación, pobreza extrema y distribución muy desigual de la renta. De allí la significación de la metáfora menemiana. Pero el problema es que nunca llegamos ni siquiera al punto P, no sólo por la desidia o impericia de Menem y De la Rúa sino porque las investigaciones económicas han demostrado que la "U" de Kuznets no da cuenta de la complejidad del problema. Analicemos el caso de Estados Unidos (con datos del United States Bureau of Census, USBC) en un amplio período, 1981-2000, el que va de la primera presidencia de Reagan hasta la última de Clinton (ver fig. 2). Allí se observa un incremento porcentual del PBI (sostenido principalmente por una industria tecnológicamente intensiva), el que no es acompañado por indicadores que anuncien una sociedad más inclusiva, pese a que en principio por tratarse de Estados Unidos hace tiempo que debería encontrarse en la rama derecha de la "U". Los valores de la desigualdad son medidos mediante el índice de Gini (cuyos extremos son 0, para una sociedad perfectamente igualitaria y 1 para una totalmente desigual). En términos absolutos el índice de Gini creció en EE. UU. desde un valor de 0,37 en 1981 hasta 0,41 en el 2000. También, y en un período más amplio todavía, 1959-2003, los registros indican que nunca la tasa de pobreza se situó por debajo del 12%, lo que significa que para el 2003 había unos 36 millones de pobres en Estados Unidos aproximadamente (fig. 3).

La conclusión a todo esto es que no existen derrames ni filtraciones automáticas de los beneficios de un sistema económico en crecimiento al conjunto de la población, ni siquiera en aquellas sociedades más desarrolladas. No hay nada que pueda llevarnos, por ejemplo, desde la investigación en ciencia básica, de ésta al desarrollo tecnológico y económico y de aquí al bienestar de todos. No existe tampoco una "mano invisible" del mercado que asigne justa y eficientemente, y por mecanismos indescifrables, los bienes que precisan los distintos sectores de la sociedad. Lo que sí es necesario definir e implementar, en cambio, son políticas públicas adecuadas por parte del Estado que sean: a) inclusivas y redistributivas del ingreso, lo que permitirá ampliar los alcances de una ciudadanía integral a todos los habitantes y b) generar proyectos e inversiones tanto para un horizonte de innovación y desarrollo a mediano y largo plazos en ciencia y tecnología como para cubrir, mediante tecnologías sociales específicas, las necesidades básicas (energía, agua, luz, vivienda, etc.) que no estén satisfechas.

VLADIMIR L. CARES (*)

Especial para "Río Negro"

(*) Ingeniero. Coordinador del Profesorado de Educación en Tecnología - UNC