Viernes 20 de Junio de 2008 Edicion impresa pag. 38 > Policiales y Judiciales
"Aún espero que ingrese por esa puerta"

VIEDMA (AV)- "Miro la puerta y me parece que en cualquier momento va a entrar". La mamá de Atahualpa Martínez habla con orgullo de su hijo asesinado el domingo a la madrugada. Aunque no encuentra consuelo ni explicación frente a lo acontecido, intenta recordarlo como fue, solidario, generoso, comprometido y humilde, según comentaron quienes lo conocieron.

El joven cumpliría 20 años el 22 de julio próximo y probablemente en sus planes ya estaría repetir lo de otros años: organizar con sus amigos un picante de arroz, comida típica de Bolivia que su madre le hacía para esas ocasiones especiales, con la colaboración de la barra del barrio.

Julieta Vinaya no pierde su sonrisa mientras habla de su hijo con marcada admiración. La última vez que lo vio con vida fue el día anterior a su partida hacia Rosario. "Yo no estaba acá, había viajado a Rosario a presenciar el acto de homenaje al Che Guevara, por sus 80 años. Él quería ir, pero no pudo porque tenía obligaciones. Pero me dijo sacá fotos, mirá todo y después contame", relata Julieta.

Atahualpa había recibido su nombre por un sueño. "Pensaba ponerle Camilo, por Cienfuegos o Ernesto por el Che, pero antes de que naciera soñé con el inca Atahualpa y como los integrantes de los pueblos originarios nos guiamos mucho por los sueños, le puse ese nombre", sostiene Julieta quien integra el Consejo Asesor Indígena, del que formaba parte también su hijo asesinado.

"'Cuidate', me dijo al despedirme en la terminal". Esa sonrisa del robusto muchacho, fue la última imagen que le quedó de su hijo.

Sin embargo, en su memoria no para de encontrar anécdotas que, asegura, marcan de cuerpo entero al hijo que un tiro por la espalda le arrebató el domingo.

"Durante varios años llevó a su amigo de enfrente que tenía dificultades para caminar hasta la escuela, sentado en el manubrio de la bicicleta. Además participaba de las reuniones del CAI y siempre hacía cosas en favor de los pueblos originarios. En verano se iba a la Línea Sur con sus abuelos. Con Ayelén, su hermana menor, eran inseparables y él le eligió el nombre a su sobrino, Licán. Era mapuche y aymará y estaba orgulloso de serlo", sostiene la agente sanitaria, integrante de la Unidad de Violencia Familiar e inquieta trabajadora social en los barrios pobres de la ciudad.

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