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Estanflación a la vista | ||
Son cada vez más los economistas que temen que al país le aguarde un período acaso largo de lo que llaman "estanflación", o sea, una combinación exasperante de estancamiento con inflación, del cual le sería muy difícil salir. Los motivos de su inquietud son evidentes. Según casi todos los analistas privados, la tasa de inflación ya se ha acercado al 30% anual y, de confirmarse las expectativas de los consumidores, no tardará en superarlo. En cuanto al estancamiento, parece inevitable porque muchas empresas apenas cuentan con capacidad ociosa pero, preocupadas por el clima de incertidumbre provocada por la inflación y por el conflicto entre el gobierno y el campo, se resisten a invertir hasta que el panorama se aclare. Huelga decir que sin inversión no es posible aumentar la producción. Y si bien el gobierno sigue esforzándose por sembrar optimismo, la brecha entre las palabras oficiales y la realidad percibida por la mayoría es demasiado grande para que sus palabras surtan efecto. Según la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, "el consumo interno sigue aumentando", los restaurantes están "llenos" y hay tantos autos y camiones en las calles de la Capital Federal que "es casi imposible entrar a la ciudad", pero a juicio de los especialistas el único rubro en que las ventas no han flaqueado es en el de los electrodomésticos, sin duda porque quienes los compran dan por descontado que si esperan todo les resultará más caro. Por desgracia, el "modelo" imperante tiene varios puntos débiles. Por basarse en un dólar alto es inflacionario y al procurar controlar los precios el gobierno ha creado una multitud de problemas adicionales, sin animarse a tomar medidas que supondrían el enfriamiento de la economía. Asimismo, la voluntad oficial de mantener aislada la economía nacional de la internacional ha producido distorsiones crecientes que andando el tiempo resultarán insostenibles, en especial en todo lo relacionado con la energía. También es precaria la situación fiscal que el gobierno quiso apuntalar mediante un aumento brutal de las retenciones a la exportación de soja, una decisión que, resulta innecesario señalarlo, tendría consecuencias catastróficas. Por estos motivos y por otros, en el exterior se supone que tiene los días contados el período prolongado de expansión robusta que el país disfruta a partir del 2003 y que le ha permitido aumentar el producto bruto más del 50%, merced en buena medida a las exportaciones agrarias. Si los precios de las commodities siguen siendo elevados en los años próximos, la desaceleración prevista no será tan abrupta como temen los agoreros, pero si caen nuestra situación será ingrata porque el gobierno ha hecho muy poco para aprovechar una oportunidad tal vez irrepetible de impulsar, en condiciones óptimas, los cambios estructurales largamente demorados que serán necesarios para que el país pueda continuar creciendo a un ritmo respetable en un contexto internacional menos favorable que el de los años últimos. No sólo los Kirchner sino también la ciudadanía en su conjunto parecen haberse convencido hace tiempo de que gracias a las bondades del "modelo productivo" y de la coyuntura mundial el país por fin había encontrado una fórmula ganadora y que por lo tanto lo más sensato sería aferrarse a él, resistiéndose a emprender los cambios recomendados por los economistas "ortodoxos". Se trata de una situación similar a la existente en los años noventa cuando muy pocos querían abandonar la convertibilidad, pero sólo una minoría aún más reducida estaba dispuesta a tolerar las medidas que pudieron haberla salvado. Mal que bien, la sociedad argentina es muy conservadora: aunque todos coinciden en que mucho debería cambiar, los intentos reformistas casi siempre se ven frenados por la oposición intransigente de quienes creen, con razón o sin ella, que se encontrarían entre los perjudicados. He aquí la razón por la que en nuestro país los períodos de auge suelen verse sucedidos no por una desaceleración pasajera o, en el peor de los casos, una recesión dolorosa pero así y todo manejable como ocurre en otras partes del mundo, sino por una crisis sumamente confusa y, a menudo, devastadora que no se limita a la economía sino que también causa estragos en las instituciones políticas nacionales. | ||
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