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Fascinación con Cuba | ||
Con frecuencia la prensa sudamericana da cuenta de hechos que reflejan la ingenua fascinación que perdura en los países de la región con las supuestas bondades y los logros del régimen de Fidel Castro, a quien se sigue idolatrando, como a su ex adlátere, el Che Guevara, con un fervor digno de mejor causa. No son pocos, además, los intelectuales y artistas que siguen declarando abiertamente esa admiración con una insistencia que sucede en pocos lugares del mundo. Vistas desde Miami las cosas tienen un color muy distinto. No por obra de la propaganda del exilio -que existe, sin duda- sino porque es más fácil comprobar que la realidad cubana es muy distinta de esa visión romántica y superficial con la que se solazan tantos en el Cono Sur. Me preguntaba un amigo cubano, poeta y escritor radicado en este país desde el éxodo de Mariel en 1980, refiriéndose a unas fotos de espanto tomadas por exiliados que han vuelto a la isla a visitar a sus familiares: "Ahora, dime: ¿cómo es posible que un turista -o peor, un periodista, un intelectual, un artista- vaya a La Habana y sólo acepte los hoteles para dólares y no vea eso?", en alusión a las imágenes de una decadencia y una pobreza acongojantes. Los psicólogos llaman al fenómeno "percepción selectiva": la que se usa cuando uno quiere ver o leer ciertas cosas y omitir otras deliberadamente. El argumento más usado por quienes defienden el supuesto paraíso castrista consiste en retrucar sólo con los discutibles méritos de la educación, la salud y otros aspectos de la vida bajo el régimen. Muy distinta es la percepción que se tiene hablando con cubanos exiliados que cuentan las peripecias de sus parientes que se quedaron en la isla, que hoy sólo pueden subsistir gracias a las remesas en dólares, a los medicamentos y hasta a las ropas o los alimentos que les envían sus familiares desde el exterior. Las historias de familias desgarradas por la dicotomía entre la realidad y los sueños son, a veces, desgarradoras. No hace falta ser demasiado perspicaz para advertir que una cosa son los embelesos románticos y muy otra, la realidad. Aun en un mundo intercomunicado como el nuestro -que en gran parte ha logrado escapar de la censura gracias a internet- sigue habiendo quienes se empeñan en no querer ver lo que es evidente: que el régimen castrista, hecho a sangre y fuego y mantenido en el poder gracias a una férrea estructura de espionajes, delaciones y opresiones, ya no puede ocultar su decadencia y sus fracasos como antes. Poco a poco la verdad se va filtrando y las imágenes muestran que la prédica del régimen no puede ocultar esa realidad. Y, sin embargo, en el Cono Sur hay quienes siguen emperrados en demostrar simpatías inexplicables por el dictador cubano y sus seguidores y hasta le levantan monumentos a Guevara en la segunda ciudad argentina, de donde era oriundo, para demostrar la inexplicable persistencia del mito. Se trata, generalmente, de esos mismos seguidores que en la prensa argentina -por ejemplo- expresaron su adhesión a Castro en las visitas que hizo en los últimos años al Río de la Plata. El régimen cubano ha explotado bien el "antiyanquismo" que padecen argentinos, uruguayos, chilenos y paraguayos por igual. La visión maniquea que divide el mundo entre villanos y "buenos muchachos" suele facilitar el simplismo admirativo que perdura en los medios de comunicación de esa región austral. Es el mismo simplismo que lleva a los periodistas argentinos a padecer la enfermedad que yo denomino "kennedytis", consistente en seguir admirando todo lo que huela a la familia Kennedy y esconder los múltiples errores de sus políticas, políticas que -para citar sólo un ejemplo- pusieron al mundo al borde de una catástrofe nuclear en 1962 a raíz, justamente, de la cuestión de los misiles soviéticos en Cuba. ¿Será acaso una confirmación de aquella famosa sentencia del maestro Jorge Luis Borges que aseguraba que "el problema de la Argentina es que está demasiado al sur de todo lo que pasa" y que hoy podría parafrasearse aplicándola en general al Cono Sur? Es probable. Contra el hecho geopolítico de la distancia hay pocos remedios, salvo una decisión voluntaria de percibir las cosas como son y no como uno querría que fueran, lo que no se advierte mucho en la prensa sudamericana. Admirar la rebeldía -y practicarla, en muchos casos- suele ser un rasgo adolescente, de inmadurez, el mismo que se suele aplicar cuando se califica de "luchadores por la libertad" a los terroristas palestinos o a los asesinos de Al Qaeda, esos que merecieron el aplauso de tantos dirigentes sudamericanos cuando atentaron contra las Torres Gemelas en Nueva York en el 2001 y causaron una de las tragedias más horrorosas del mundo contemporáneo. Es la misma adoración juvenil que se profesa a la imagen -no a la realidad- del Che Guevara, basada más en una ingenua percepción del mundo que en los datos concretos. Mientras tanto, ahí quedan en el camino las lágrimas silenciosas que he visto verter a tantos cubanos frente a un televisor que muestra imágenes de una Cuba que ya no existe, en las mesas de café de la calle Ocho o en las de dominó del parque Gómez en la Pequeña Habana, lágrimas que tienen menos que ver con la política -no hay demasiados batistianos entre los cubanos exiliados de hoy- que con la acongojante situación de un país desgarrado por sus contradicciones y por su espantosa realidad, esa que ninguna propaganda puede ya ocultar. RODOLFO A. WINDHAUSEN Periodista argentino. Miami | ||
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