Lunes 16 de Junio de 2008 > Carta de Lectores
La pesadilla iraní

Para que Irán ponga fin a sus esfuerzos por conseguir armas nucleares propias será necesario convencer a sus líderes de que los costos de persistir serían sumamente elevados y las eventuales ventajas, nulas, de ahí las advertencias formuladas hace un par de días por el presidente norteamericano George W. Bush y el viceprimer ministro del gobierno israelí, Shaul Mofaz, de que para sus respectivos países la opción militar permanece abierta. Dadas las circunstancias, tanta dureza tiene su lógica. Si Irán logra dotarse de un arsenal atómico, otros países del Medio Oriente como Arabia Saudita y Egipto no tardarán en emularlo, desatando de este modo una carrera armamentista frenética en lo que ya es la región más peligrosa del mundo y aumentando el riesgo de que en cualquier momento estalle una conflagración devastadora. Sin embargo, hasta ahora el régimen iraní encabezado por el presidente belicoso Mahmoud Ahmadinejad, un hombre que en diversas ocasiones se ha afirmado resuelto a aniquilar lo antes posible lo que llama "el ente sionista", es decir, Israel, no se ha mostrado impresionado por las amenazas ni por las sanciones dispuestas por Naciones Unidas. Todo hace pensar que, lejos de aceptar frenar su programa nuclear, los iraníes están impulsándolo vigorosamente, mofándose de quienes intentan obligarlos a abandonar actividades que tienen claras connotaciones militares.

La actitud iraní plantea un desafío sumamente difícil a la "comunidad internacional". No sólo los israelíes sino también los demás se ven constreñidos a elegir entre resignarse a que todos los países, incluyendo a uno gobernado por fanáticos religiosos de retórica genocida, tengan derecho a desarrollar armas nucleares si así lo quieren por un lado y, por el otro, aprobar el uso de la fuerza para conservar el statu quo. Puesto que una guerra contra Irán podría tener consecuencias horrendas, es comprensible que a muchos les parezca irresponsable -para decirlo de la manera más caritativa- la mera idea de que sería mejor iniciar una que permitir que el régimen alcanzara su objetivo, pero en vista de la voluntad declarada de Ahmadinejad de borrar del mapa a Israel la alternativa podría resultar todavía peor.

Desde hace varios años, el gobierno norteamericano ha preferido dejar las negociaciones con los iraníes en manos de los alemanes, franceses y británicos, pero los intentos de los europeos de persuadirlos de que a cambio de la eliminación de las partes más polémicas de su programa nuclear se verían beneficiados por la asistencia técnica y económica occidental sólo han servido para que sus interlocutores ganaran tiempo valioso. Asimismo, como suele ocurrir, las sanciones aprobadas por el Consejo de Seguridad de la ONU han resultado ineficaces. Puede que, alarmadas por la retórica norteamericana e israelí, Rusia y China acepten endurecerlas, pero tendrían que ser muchísimo más severas antes de que los miembros del régimen iraní aceptaran lo que para ellos sería una derrota humillante.

Existe otra alternativa, la de ayudar a la oposición interna iraní a derrocar a un gobierno teocrático poco popular para reemplazarlo por uno laico y, sería de esperar, auténticamente democrático que entendiera que no es del interés nacional estimular la proliferación nuclear en una región que últimamente ha experimentado demasiadas catástrofes humanitarias, pero por desgracia el tiempo ya escasea. Tal y como están las cosas, tarde o temprano los israelíes que se saben mortalmente amenazados y sus aliados norteamericanos tendrán que decidir entre emprender una guerra preventiva antes de que Irán se haya convertido en una nueva potencia nuclear y convivir con una realidad de pesadilla. Siempre y cuando la hora de la verdad tan temida no llegue antes de que haya terminado la presidencia de Bush, el problema planteado por Irán será con toda seguridad el más difícil que tendrá que enfrentar su sucesor, trátese de Barack Obama o de John McCain. De los dos, el republicano parece ser el más dispuesto a ordenar un ataque militar contra Irán para forzarlo a renunciar a sus ambiciones nucleares mientras que su rival demócrata ha insistido en que hablaría con Ahmadinejad sin precondiciones, pero si ya fuera cuestión de un hecho consumado su voluntad de negociar con él no serviría para mucho.

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