Con cierta frecuencia, en reuniones políticas sobre los más diversos tópicos, se escucha una letanía esperanzadora. Algo así como: "San Martín de los Andes todavía es chico, así que estamos a tiempo de solucionar los problemas".
La última vez que se dejó oír tal supuesto, fue en la reciente reunión sobre seguridad, de la que participaron autoridades policiales, la intendenta Sapag, miembros de su gabinete y los concejales de todos los bloques.
Más allá de las usuales exposiciones catárticas que abundan en estos encuentros, pues es común que sean disparados por la angustia de delitos recientes, quedó explicitada la voluntad política de diseñar un plan integral de seguridad.
Pero un proyecto de esa envergadura suele ser bastante más fácil de verbalizar que de concretar. El anterior gobierno del peronista Jorge Carro había iniciado una cruzada similar, que se desinfló con el correr de los meses.
Ojalá Luz Sapag exhiba más voluntad que su antecesor en esa materia. Pero la cuestión de la seguridad no es el motivo de estas líneas, sino aquella apuntada frase recurrente.
Desde luego, el que San Martín sea un "pueblo chico" no ha impedido en el tiempo que se hayan producido desastres, como la obsolescencia de su planta de saneamiento, más rápido de lo que se esperaba (por el crecimiento vertiginoso de la ciudad y la falta de inversión); como la construcción anárquica en los faldeos, incluyendo las tomas de espacios fiscales; como el caos del tránsito, sobre el que se prometen soluciones desde hace más una década (a propósito, la intendenta anticipó un reordenamiento profundo, así que habrá que esperar y ver, una vez más).
San Martín de los Andes orilla los 31.000 habitantes. No es la ciudad de Buenos Aires ni mucho menos el Distrito Federal de México. Sus vecinos, puestos todos juntos, apenas llenarían poco más de la mitad de la mítica "Bombonera" de Boca (58.000 espectadores sentados). Pero buena parte de los problemas sanmartinenses estriban, tal vez, en la relación entre volumen, espacio y flujo.
San Martín es pequeño en cantidad de habitantes, sí, pero en una geografía quebrada, con limitación de accesos; dispersión de asentamientos; desproporción entre concentraciones urbanas y disposición de servicios (por caso, sigue habiendo un sólo cuartel de Bomberos en el casco histórico, cuando la ciudad decididamente crece hacia el aeropuerto y hacia Lolog, y a ambos sitios se llega atravesando cuestas); lugares inviables pero ocupados (zonas anegables o con riesgo de deslaves); importantes extensiones protegidos con obligada baja intervención urbana (La Vega rural); escasez de tierra para proyectos sociales; sitios indisponibles pero demandantes de servicios (tierras de Parques, Ejército) y superposición de jurisdicciones administrativas, políticas y hasta culturales (tierras comunitarias de familias mapuches) en un mismo espacio vital...
Naturalmente, a todo eso se agrega el componente turístico de esta villa, que quintuplica su población estable al cabo de un año.
En conjunto, dar respuestas a esta peculiar trama puede ser tan complejo como atender los problemas de una ciudad del llano, varias veces mayor que esta aldea de montaña.
Para muchos, San Martín es una porción del paraíso. Pero no hay milagros. Sería bueno dejar de creer que siempre se está a tiempo de solucionarlo todo, sólo porque "somos poquitos".
FERNANDO BRAVO (rionegro@smandes.com.ar)