Jueves 12 de Junio de 2008 Edicion impresa pag. 20 y 21 > Opinion
Padres de visita

La dolorosa experiencia de la separación de una pareja suele ser doble cuando tienen hijos.

En teoría, ellos se separan, pero no se produce ninguna ruptura de lo que se ha dado en llamar "la pareja parental".

Es decir, ambos progenitores continúan con sus deberes y derechos con respecto a sus hijos -los que deben ser compartidos- lo que incluye, por cierto necesariamente, una buena comunicación entre ellos.

Lo que habitualmente se produce es una ruptura total de la comunicación. Por lo que el intercambio imprescindible de opiniones y los acuerdos con respecto a la crianza quedan en suspenso.

En medio de esta tormenta, a veces silenciosa y otras con estruendo, quedan los hijos.

Mudos testigos de los desencuentros, de las vergonzosas limitaciones y egoísmos de nosotros, los adultos, receptores pasivos de las enseñanzas de nuestras inconductas.

De pronto, la persona con la que soñamos juntos el destino compartido, a quien le juramos fidelidad y amor eterno, se convierte en un perfecto desconocido. Pasible de las peores sospechas, carga cada uno con la presunción de la mala fe en todos y cada uno de sus actos.

Mientras tanto, la vida sigue transcurriendo. La conmoción de la nueva situación, de la que hay que hacer el duelo, exige conductas que quizá nunca habíamos desarrollado: tolerancia, comprensión, paciencia, contención. Los hijos la requieren.

Con o sin palabras, se ponen agresivos o discuten decisiones, intentan tomar el lugar del progenitor ausente, se evaden, abandonan los estudios o decaen sus intereses, asumen el papel de protectores o se alían con alguno de sus progenitores desconcertando y provocando más dolor en el no elegido, se encierran en sí mismos, se deprimen, se drogan... se nos empiezan a ir de las manos, nos desbordan.

¿Qué relación tiene esto con el padre de visita?

Cuando me refiero a padre incluyo a ambos sexos, a cualquier progenitor que, separado, deba ejercer lo que a mi criterio se denomina tristemente "visita".

Un padre o una madre que hasta ayer convivía con su pareja y sus hijos de pronto se ve compelido a pautar días y horarios para " visitarlos", esto es para llevar a cabo un "acto de cortesía" (tal es la acepción más común del verbo visitar).

¿Esto es todo? ¿Esto es lo que desean padres y madres que no conviven con sus hijos? ¿Esto es lo que desean los hijos?

Es decir que a partir de ahora y "para siempre" aquél con quien el niño o la adolescente compartió horas cotidianas, aburridas o divertidas, serias, tristes o alegres, en fin las horas de su vida, se va a transformar en un pasajero de su infancia o adolescencia.

No más salidas juntos sin horarios, no más los ritos comunes que establecen los niños con sus padres o madres: el beso de las buenas noches, el cuento en el borde de la cama mientras el sueño les cierra las pestañas, el cepillado de los dientes, la búsqueda de los amigos a la salida de la escuela, las vacaciones juntos, los reyes, el regalo de cumpleaños, el Día del Padre, las peleas y las disculpas, las confidencias, la primera salida a la disco, el boletín y un largo etcétera y una larga ausencia.

La tristeza que se instala en los hijos cuando esto sucede es infinita. Daña seriamente, son los hijos que maduran de golpe y que nos miran desde el fondo de su inocencia, de la impotencia de las preguntas sin respuestas, desde lo inexpresable con palabras porque no se puede describir.

Hay países que han intentado resolver esta experiencia en forma de tenencia compartida, o de convivencia alternada, donde quien cambia de domicilio para la convivencia son los padres y no los hijos y hasta con la aplicación de penas de prisión efectiva para quien obstaculice el contacto con el progenitor no conviviente.

Lo que ningún sistema legal podrá lograr ni siquiera mínimamente es influir en la actitud emocional que los padres separados tengan con respecto a esta situación. No existe una ley que pueda obligar a amar, a ser generoso, comprensivo, a perdonar.

Cualquier ley puede sabotearse, incumplirse, boicotearse. Todas esas conductas pueden castigarse sin obtener el resultado que queremos.

Es por ello que tenemos ante nosotros, en estas situaciones, un enorme desafío: crecer.

Convertir la adversidad de una ruptura en una oportunidad que nos da la vida para ser más sabios, mejores padres, más felices.

Más sabios para aceptar que "el otro" no fue ni podrá ser nunca como quiero que sea, sino como es.

Mejores padres para ayudar a los hijos a crecer bien, aun en situaciones desconocidas y difíciles sin que sean traumáticas.

Más felices.

MARÍA ALICIA FAVOT (*)

Especial para "Río Negro"

(*) Juez de Familia- Juzgado VII Cipolletti

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