Como el político astuto que sin duda es y consciente de que su propio poder corre peligro de seguir reduciéndose a menos que adopte actitudes más moderadas, el presidente venezolano Hugo Chávez ha reaccionado frente a la derrota inminente de las Fuerzas Revolucionarias de Colombia (FARC) abandonándolas a su suerte en un intento de ubicarse entre los vencedores. Aunque no se ha propuesto aliarse con su homólogo colombiano Álvaro Uribe, la recomendación de que las FARC liberen a todos los rehenes que mantiene en una especie de gulag selvático "a cambio de nada" y que pongan fin a la lucha armada porque "la guerra de guerrillas pasó a la historia" significa que Chávez entiende muy bien que no le convendría del todo solidarizarse con perdedores que han sido culpables de perpetrar un sinnúmero de crímenes atroces. Mientras Chávez tuvo motivos para suponer que las FARC seguirían siéndole útiles en su campaña virulenta contra Uribe, no vacilaba en respaldarlas con sumas cuantiosas de dinero, armas y apoyo diplomático, pero en los meses últimos el ejército colombiano les ha asestado tantos golpes duros que ya están en plena desbandada. Pocos días transcurren sin que mueran integrantes notorios de las FARC y todos los meses centenares de combatientes se rinden a las fuerzas gubernamentales, lo que refleja el grado de desmoralización de un movimiento que hasta hace poco se supuso en condiciones de resistirse a cualquier intento de destruirlo.
Para Chávez, los vínculos con una organización terrorista despiadada que está en guerra contra el gobierno legítimo -y sumamente popular- de un país vecino constituyen un problema mayúsculo. Si bien su voluntad de ayudar a las FARC nunca fue un secreto, la difusión del contenido de las computadoras portátiles de "Raúl Reyes", el comandante farquista que murió cuando el ejército regular colombiano atacó una base rebelde en una zona fronteriza de Ecuador, aportó pruebas tan contundentes de su proximidad a la guerrilla que en Estados Unidos se debatieron el pro y el contra de agregar Venezuela a la lista de países que apoyan activamente el terrorismo. Felizmente para el autoproclamado líder del "socialismo del siglo XXI" y heredero putativo de Fidel Castro, los norteamericanos optaron por no hacerlo, ya que las sanciones resultantes le hubieran supuesto muchos dolores de cabeza.
Además de sentir que no vale la pena continuar ayudando a una organización cuyos días parecen contados, Chávez sabe que la mayoría de sus compatriotas no aprueba sus lazos con narcoterroristas colombianos que se especializan en secuestros extorsivos. El repudio que siente se debe no sólo al temor a que su actitud provoque una guerra sangrienta y costosa entre Venezuela y Colombia, sino también a la conciencia de que un mandatario capaz de reivindicar públicamente a las FARC podría sentirse tentado a emplear una metodología similar en su propio país en caso de emergencia. Conforme a las encuestas, Chávez aún disfruta del apoyo mayoritario, pero sus acciones están en baja y las de sus simpatizantes han caído tanto que se prevé que el oficialismo sufra una derrota en las elecciones regionales fijadas para noviembre próximo. Por lo demás, pese a la catarata de petrodólares que le ha supuesto el aumento espectacular del precio del crudo en los mercados internacionales, la economía venezolana está experimentando graves dificultades puesto que la tasa de inflación es muy alta y, como en muchas otras partes del mundo, el costo de los alimentos no deja de subir, golpeando sobre todo a los más pobres que conforman el grueso de los votantes chavistas. Y como si esto ya no fuera suficiente, su intento de convertir Venezuela en un país de soplones mediante un decreto según el cual todos tendrían la obligación de colaborar con los servicios de inteligencia espiando a sus vecinos ocasionó tanto revuelo que se sintió constreñido a dar marcha atrás, confesando que había cometido un error. Como sucedió con su derrota en el referéndum constitucional de diciembre pasado cuando los venezolanos rechazaron una reforma encaminada a permitir la reelección ilimitada, sus muchos adversarios tomaron el abandono del intento de hacer de la negativa a actuar como informante un delito por evidencia de que por fin el chavismo está perdiendo terreno.