El triunfo del senador Barack Obama sobre la senadora Hillary Clinton en la al parecer interminable contienda para elegir el candidato presidencial del Partido Demócrata ha marcado un hito muy importante en la evolución de la sociedad por tratarse de la primera vez que un político de origen visiblemente no europeo -es hijo de un keniata negro y una norteamericana blanca- tiene una buena posibilidad de ser elegido presidente de Estados Unidos. Pero no le será fácil derrotar a su contrincante, el senador republicano John McCain. Aunque hoy en día los demócratas son mucho más populares que los republicanos, la incapacidad de Obama para seducir a la clase trabajadora blanca que conforma la base demócrata tradicional podría significar que muchos votantes optaran por McCain, un rebelde nato que nunca ha tenido tanto que ver con la elite del partido en que milita. Por lo demás, la larga y en ocasiones muy amarga lucha contra Clinton ha dejado heridas que tardarán en cicatrizar aun cuando la senadora haga un esfuerzo genuino por apoyar al hombre que la superó. Para enfrentarlo con éxito, los republicanos, que son expertos consumados en el arte de desprestigiar a sus adversarios, sólo tendrán que aprovechar las lecciones dejadas por la campaña de Clinton. En los meses finales de la contienda, ella ganó tantas primarias estaduales como Obama y consiguió 600.000 votos populares más a pesar de que a juicio de la mayoría de los comentaristas ya no estaba en condiciones de recuperar el terreno perdido.
En su favor, Obama cuenta con una dosis notable de carisma, su elocuencia y la convicción difundida de que encarna el cambio. En su contra, empero, está la sospecha de que en verdad se sabe poco de lo que realmente piensa y que no es de su interés que los demás hurguen en su pasado. Cuando los norteamericanos se enteraron de las opiniones incendiarias de su pastor, el reverendo Jeremiah Wright, un hombre que no disimula el odio que siente por los blancos y por su propio país, la popularidad de Obama cayó. Puesto que su esposa comparte los sentimientos de los negros más contestatarios, su presencia a su lado podría perjudicarlo mucho aunque se llame a silencio: merced a los avances tecnológicos de los últimos años, casi todo lo dicho por los políticos y sus íntimos queda registrado para siempre y puede ser difundido con facilidad extraordinaria a centenares de millones de personas por los deseosos de ocasionarles dificultades.
Otro problema para Obama es su falta de experiencia, sobre todo en lo tocante a las relaciones internacionales y la seguridad, un tema que desde que se produjo el ataque terrorista contra las Torres Gemelas neoyorquinas y el Pentágono en Washington preocupa mucho a los norteamericanos. Asimismo, si bien la oposición de Obama a la presencia de soldados estadounidenses en Irak lo ha beneficiado hasta ahora, el que últimamente aquel país se haya tranquilizado un tanto -en mayo murieron 19 militares norteamericanos- hará más aceptable la posición de McCain quien, luego de criticar con dureza el manejo del conflicto por parte del presidente George W. Bush, abogó por el aumento de la cantidad de tropas al que se atribuye la pacificación relativa.
Fuera de Estados Unidos, la mayoría abrumadora dice estar a favor de Obama, pero es poco probable que los norteamericanos presten demasiada atención a las preferencias ajenas. Al fin y al cabo, de haber podido votar en noviembre del 2004 los habitantes del resto del mundo, el senador John Kerry habría triunfado sobre Bush por un margen aplastante. Estados Unidos sigue siendo un país sui géneris, muy diferente de cualquier otro y con un electorado que a menudo favorece a candidatos que latinoamericanos y europeos consideran peligrosos, cuando no malignos. Asimismo, por ser cuestión de una superpotencia cuyos dirigentes, mal que bien, se sienten responsables de sostener el orden mundial existente pero que así y todo tienen forzosamente que privilegiar siempre los intereses de su propio país, incluso si Obama resulta ser el próximo presidente su popularidad internacional no tardaría en disminuir, como en efecto ya ha hecho en Medio Oriente debido a una declaración inesperadamente firme de apoyo al Estado de Israel en su lucha contra los resueltos a aniquilarlo.