Es uno de los grandes temas del momento. Hasta en nuestro país, tan poco apasionado en cosas trascendentes, se realizan congresos a platea llena como el que organizó en este mes la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, con la participación de expertos internacionales del IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change), para promocionar, ante la crisis que se vislumbra como casi inexorable, la formación de expertos en economía ecológica capaces de responder a sus desafíos.

Está fuera de duda la existencia de una posición mayoritaria entre los expertos del mundo acerca del reconocimiento de la vulnerabilidad del ecosistema del planeta ante el proceso de cambio climático determinado por el efecto invernadero que provocan las emisiones atmosféricas de las actividades que utilizan combustibles fósiles. Pero existen también -aparte de los conocidos rechazos de intereses económicos y políticos- quienes intelectualmente dudan, y parece interesante comentar posiciones heterodoxas cuando ya las otras, demasiado lúgubres tal vez, pueden resultar, por saturantes, poco entretenidas. Nos referiremos aquí a lo que argumentan dos de ellos.

El primero -danés, economista, joven y ruidoso- se llama Bjorn Lomborg. En un temprano libro con título "El ecologista escéptico" despertó tanto interés como para que la revista "Time" colocara a su autor en el 2004 entre las 100 personalidades más influyentes del mundo y, de rebote, disparara una andanada de fuertes críticas desde especialistas mundiales en climatología. La larga posición confrontativa de este hombre se ha manifestado en expresiones como su caracterización de ridícula a "la letanía de la destrucción del medio ambiente" y en ideas -como las que expuso en Buenos Aires en una conferencia de hace tres años- de que, si bien el cambio global existe, los modelos que se utilizan no sirven, las proyecciones que de él se hacen son demasiado pesimistas y los mandatos del Protocolo de Kyoto son antieconómicos e incumplibles. Necesitamos -dice- detener nuestra obsesión con el calentamiento global y comenzar a enfrentar asuntos mucho más apremiantes en el mundo que podemos resolver más rápido y con menores costos. Y después de su libro se ha despachado, representando la cara opuesta a la visión catastrofista del otro, con bromas como "Cuando le mencionan mi nombre, Al Gore -ex vicepresidente de Estados Unidos y Premio Nobel de la Paz en mérito a su prédica ambientalista- se pone pálido y nervioso".

El segundo autor que elegimos aquí es de calibre muy superior. Freeman Dyson, físico y profesor emérito de Princeton, publicó -analizando dos libros recientes, uno de W. Nordhaus y el otro del Yale Center editado por Ernesto Zedillo, ex presidente mexicano- un trabajo titulado "The Question of Global Warming" en el que no se manifiesta escéptico sobre la realidad del problema pero sí heterodoxo en cuanto a su apreciación y al tipo de soluciones que corrientemente se proponen. Con respecto al escepticismo expresa que las mediciones realizadas para un período de medio siglo por el profesor Charles D. Keeling sobre variaciones y creciente absorción del bióxido de carbono atmosférico por la vegetación durante el período son concluyentes. Han transformado el calentamiento global de vaga especulación teórica en ciencia observacional precisa. Él había venido manteniendo su convicción de que lo que ocurre tiene relación directa con el intercambio de carbón entre la atmósfera y la vegetación del planeta y esto es lo que demuestra metódicamente el estudio de Keeling. La comprobación de éste, que el intercambio de carbón entre la atmósfera y la vegetación demuestra ser rápido, es de fundamental importancia en el futuro de largo plazo del calentamiento global.

El extenso y complejo análisis que hace Dyson de los libros referidos culmina con sus propias reflexiones (bien serias como todo lo suyo, pero que pueden sonar como fantásticas). Sobre la interpretación del fenómeno y sus soluciones, la posición que expone es manifiestamente original. Si podemos -dice- controlar lo que las plantas hacen con el carbón de la atmósfera, el futuro del calentamiento está en nuestras manos. Depende ni más ni menos que del logro de árboles producidos biotecnológicamente que sean capaces de absorber grandes cantidades de dióxido de carbono ("genetically engineered carbon-eating trees"). Y, en la vena tipo "ciencia-ficción" de sus predicciones en los últimos libros, sostiene que, dado que es probable que la biotecnología domine nuestras vidas y actividades económicas durante la segunda mitad de este siglo XXI, tal como lo hizo la tecnología computacional durante la segunda parte del XX, podemos suponer que, habiendo logrado el hombre efectivamente el dominio de la biotecnología, alcanzaríamos la solución en un período de entre veinte y cincuenta años.

No podía faltar en su artículo el clásico cierre filosófico-moral dysoniano, en respeto de lo cual concluimos con una casi reproducción de sus conceptos. Tenemos hoy en el mundo -dice- una especie de religión secular que podemos llamar "ambientalismo". Esta visión sostiene que somos cuidadores de la Tierra, que contaminar el planeta con desechos que produce nuestro lujoso tren de vida es un pecado y que tenemos que vivir tan frugalmente como sea posible. Esta ética se enseña a los chicos en todo el mundo desde el jardín de infantes hasta la universidad. El ambientalismo ha sustituido al socialismo como la religión secular líder. Y es ésta una religión de esperanza y respeto hacia el futuro que está para quedarse. Se trata de un culto que todos podemos compartir, creamos o no que el calentamiento global es tan dañino e irreparable como se proclama. Pero es desafortunado que muchos piensen que ese problema configura la amenaza más grave para la ecología de nuestro planeta. No son pocos quienes están convencidos de que cualquier individuo que sea escéptico sobre ello es un enemigo del ambiente. Hoy en día los escépticos tienen la difícil tarea de convencer al público de que lo opuesto es verdad. Muchos de los escépticos son ambientalistas apasionados. Pero se sienten horrorizados observando una obsesión con el calentamiento global que distrae la atención pública de lo que ellos perciben como los peligros más serios para el planeta, incluyendo problemas de armamentismo nuclear, degradación ambiental e injusticia social. Si resultara finalmente que ellos están en un error, sus razonamientos sobre estos asuntos merecen ser escuchados.

HÉCTOR CIAPUSCIO (*)

Especial para "Río Negro"

(*) Doctor en Filosofía