Domingo 08 de Junio de 2008 Edicion impresa pag. 46 y 47 > Cultura y Espectaculos
¡Analízame esta película!

Dos personajes en una habitación; uno sentado, el otro tendido en un sillón. No parece un argumento muy prometedor, ¿no?

Sin embargo, quien ha cruzado el complejo y extenso mar del psicoanálisis sabe que entre estas dos personas hay mucho más que aire. En la intimidad de esa oficina se debate el sentido de la vida mediante el uso de las palabras. Se podrían afirmar bastantes cosas acerca del quehacer terapéutico pero no que es aburrido. En algún momento de los '90 los guionistas de Hollywood y la industria televisiva se dieron cuenta de esta obviedad.

Desde entonces no hemos dejado de asistir a un teatro de variedades mentales que mixtura psicólogos torturados con pacientes que van de lo fantasmal a lo estrictamente criminal, pasando por equívocos que recuerdan una típica comedia de confusiones de principios de siglo pasado: ¿Asesinos en actividad dentro del laberinto de su propio cerebro? ¿Pacientes espectrales en busca de una clientela angustiada? Y hay más en la luminosa villa del dios pantalla.

De todos aquellos títulos, la mayoría escasamente memorables, el que mejor capitalizó la relación paciente-terapeuta fue una serie de televisión "Los Soprano". Esta inaudita combinación de mafioso afectado de ataques de pánico con una sexy e intelectual psicóloga clase media alta de Nueva York, no podía resultar más entretenida. La serie de HBO Ole se transformó en una estupenda obsesión semanal para millones de televidentes del mundo entero.

El argumento subyacente del vínculo entre Tony Soprano y su terapeuta, comprende un sinfín de aventuras criminales que han hecho tristemente célebre a la Cosa Nostra. Tony, capo de una familia del rubro en New Jersey, se descubre en una extraña encrucijada que da comienzo con la migración de unos patos desde su pileta a quién sabe donde. A partir de ese momento algo le hace ruido en su oscura cabeza mientras ejecuta de un tiro a un gánster del bando contrario, o bien, ciertos detalles se salen de curso cuando está por lanzarse en picada sobre el cuerpo escultural de su nueva amante rumana. Por cuestiones que se fugan de la razón Tony ya no puede vaciar su cargador con la felicidad que antes lo hacía, ni esnifar un kilo de cocaína sin que le caiga mal al hígado. De modo que no encuentra nada mejor que pedir auxilio a una sobresaliente terapeuta para recuperar su masculinidad despojada de sentimientos. De todos los momentos memorables que contiene la serie, aquellos que transcurren en la intimidad del sillón de la doctora Jennifer Melfi, pueden considerarse algunos de los mejores. Violencia y reflexión estrechándose la mano, desayunando juntos el brebaje de la furia disuelto en claves lingüísticas, con el único propósito de vislumbrar un salida para el malo malísimo de Tony.

Luego podemos hacer una extensa lista de películas con anotaciones al pie. Empecemos por dos comedias, una a secas y otra romántica. "Analízame", o una versión desdramatizada de lo planteado por "Los Soprano". Con Robert De Niro y Bill Crystal pasando el rato mientras hacen dinero. "Un diván en Nueva York", es una leve, casi intocable comedia contemporánea que retrata la amistad entre una cándida chica francesa y un profesional de hielo. Salva el momento la belleza de Juliete Binoche.

En "El color de la noche", el psiquiatra Bill Capa, interpretado por Bruce Willis, se desayuna con que su grupo de terapia colectiva es capaz de esconder más de un tenebroso secreto. En "Cálculo mortal", una especialista (Sandra Bullock) se interna en la cabeza atormentada de un joven genio vinculado a un crimen. La película sirve a modo de presentación de ese actor que no ha dejado de crecer en los últimos años, Michael Pitt, el que no es familiar de Brad e interpretó a Kurt Cobain en "The last days". "En busca del destino", se ha transformado en un clásico con escenas memorables como cuando el rudo de Will (Matt Damon) se conoce con el quinto psicólogo (Robin Williams) que pretende tratarlo. "Confesiones íntimas", es, como decíamos, una película de enredos con el nivel y el estilo capaz de proporcionarle el cine francés a cualquier guión, más la excelente Sandrine Bonnaire. Por todos visto (y para los excéntricos que no), "El sexto sentido" trata de una relación profesional-paciente que trasciende las paredes de esta dimensión. Tiene un final impactante y que acaso inauguró los finales con vuelta de tuerca. "Ni una palabra", con Michael Douglas, pudo haber sido mucho peor. Y a veces se esfuerza por lograrlo. Un psiquiatra y un dato escondido en la mente de una piba desquiciada a la que sólo él puede soportar. "La celda", es un filme bizarro -por su concepción que queda a unos kilómetros del gore- con una estética de video clip publicitario. Aquí Jennifer López lucha contra un monstruo sanguinario en la mismísima mente del psicópata. "El señor de las mareas", resuelve a su favor interminables diálogos marcados por el drama, todos ellos conducidos por Barbra Streisand y Nick Nolte, en una intimidad que se vuelve asfixiante. Y la lluvia golpeando las ventanas. Sobre "Bajos instintos 2" no queda mucho por agregar, sólo que se cumple la profecía de no pocos pacientes: Catherine Tramell se almuerza a su psiquiatra. Y, para el final, "El silencio de los inocentes", en la que un miembro del FBI y un psiquiatra desvirtuado por sus apetitos gourmets, mantienen un tenso diálogo del cual emergerá otro psicópata en forma de mariposa.

Que sigan los éxitos.

 

CLAUDIO ANDRADE

candrade@rionegro.com.ar

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