Domingo 08 de Junio de 2008 > Carta de Lectores
La defensa del poder K

Néstor Kirchner y su mujer siempre han privilegiado la acumulación del poder por entender que en política es lo único que realmente cuenta. Luego de la llegada a la Casa Rosada del santacruceño cinco años atrás, dicha obsesión le permitió ampliar con rapidez una base de sustentación inicialmente estrecha, ya que en las elecciones del 2003 sólo consiguió el 22% de los votos en la primera y, como resultó, última vuelta. Con la aquiescencia del grueso de la clase política y ante la pasividad de una ciudadanía golpeada por una crisis tan brutal como desconcertante, Kirchner se las arregló para marginar el Congreso, rehacer la Corte Suprema, seducir a muchos intelectuales que se creen progresistas, dividir aún más los movimientos opositores y consolidar una alianza con importantes grupos económicos. El operativo así supuesto resultó tan exitoso que quienes se habían sentido preocupados por la precariedad del gobierno kirchnerista pronto comenzaron a hablar de los peligros de la hegemonía, sobre todo cuando, sin trámite institucional alguno, el en aquel entonces presidente decidió que su mujer lo sucedería en el cargo. Con todo, aunque es verdad que Kirchner se ha habituado a actuar como si su poder fuera casi absoluto, dependía tanto de la voluntad colectiva de soportar su estilo autocrático que para mantenerlo tendría que respetar ciertos límites.

Desgraciadamente para el matrimonio gobernante, parecería que se olvidó de aquel detalle. El enfrentamiento con el campo ha tenido consecuencias devastadoras para el prestigio de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y le será sumamente difícil, cuando no imposible, reparar los daños que ha sufrido. Y si bien la merma de la popularidad del "primer caballero" ha sido menor, el papel de presidente de facto no está previsto por la Constitución, de suerte que carece de legitimidad institucional. De resolverse de manera satisfactoria el conflicto con el campo, de reducirse a un nivel manejable la inflación y de mejorar sustancialmente el clima social que actualmente se ve signado por la crispación, el esquema sui géneris que rige en el país podría sobrevivir hasta fines del 2011, pero no es demasiado probable que ello ocurra. Antes bien, todo hace pensar que las diferencias con el campo persistirán, que la inflación continuará provocando estragos, sobre todo en las zonas más pobres del conurbano bonaerense, y que el malestar generalizado se intensificará.

El país, pues, se ve frente a un panorama inquietante. De propagarse el "ánimo destituyente" al que aluden cada vez más los voceros oficiales y sus simpatizantes, la crisis no podría sino profundizarse. Aunque los problemas planteados por la pérdida abrupta de popularidad por parte de un gobierno son frecuentes en el mundo actual -mandatarios extranjeros como el estadounidense George W. Bush, el británico Gordon Brown y el francés Nicolas Sarkozy también han visto desplomarse sus índices de aprobación-, las estructuras institucionales de sus países son lo bastante firmes como para contenerlos. Huelga decir que en la Argentina la situación es muy distinta. Por fortuna, un golpe militar sería inconcebible, pero nadie habrá olvidado que hace menos de seis años y medio el presidente Fernando de la Rúa fue volteado por un golpe civil en medio de saqueos consentidos y escenas de violencia callejera.

Por supuesto que los Kirchner no se asemejan en absoluto al dirigente radical. Desde inicios de su gestión, Néstor Kirchner hizo gala de su agresividad por entender que lo ayudaría a "construir poder". De verse obligado a defenderlo, con toda seguridad trataría de aprovechar todos los medios a su disposición, incluyendo, desde luego, a los que podrían aportar aliados como el cacique piquetero Luis D'Elía, el camionero y jefe de la CGT, Hugo Moyano, y ciertas organizaciones peronistas combativas. Aunque en términos políticos la intimidación que supone la proximidad al poder de tales personajes le está resultando contraproducente, no sorprendería que haya calculado que serviría para que sus adversarios más decididos desistan de presionarlo mucho más, ya que con escasas excepciones la ciudadanía no quiere que el embrollo alarmante que se ha creado dé pie a hechos de violencia.

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