A dos años del bicentenario de la edición del primer periódico revolucionario, fundado por Mariano Moreno el 7 de junio, origen de la celebración del Día del Periodista, la trayectoria de la libertad de prensa, opinión, expresión o derecho a la información registra desencuentros, presiones y rechazos.
El marco de trabajo del periodista profesional debe ser, con firmeza, la libertad de escribir para decir la verdad como bien supremo. Sin libertad no hay verdad y sin verdad sólo existe el encubrimiento, la oscuridad.
La del periodista no es una actividad sencilla en la actualidad. Y no se puede convenir que todo tiempo pasado fue mejor en este oficio que García Márquez lo llegó a calificar como "el mejor del mundo".
El periodismo como práctica no se separa del riesgo, la incertidumbre y la intolerancia. Si esas calamidades no lo asediaran, se estaría frente a otro fenómeno intelectual o laboral.
La muerte de periodistas, por escribir o comentar lo oculto, es la consecuencia más trágica. América Latina y el resto del planeta ofrecen ejemplos. La Argentina suma la liberación de algunos sicarios. Un modelo que expone la visibilidad de la anomia.
Joseph Pulitzer le ofreció a la Universidad de Columbia un subsidio destinado a establecer la formación de periodistas en las aulas y los académicos se sorprendieron. La iniciativa se aceptó y el ejemplo se proyectó a la Argentina cuando en la Universidad Nacional de La Plata se creó,en 1935, la primera carrera de periodismo.
En esos años fundacionales ya se hablaba, en los planes de estudio, de derechos constitucionales que garantizaran el equilibrio político necesarios para la libertad de expresión a través de los medios.
Las fuentes y el derecho a mantener su confidencialidad fueron una de las demandas. Hubo presos memorables que mantuvieron ese principio inherente al método de trabajo periodístico.
En la Argentina, la Constitución en sus artículos 14, 32 y 75 inc. 22 garantiza la libertad para escribir sin censura. Pero ésta se ha ejercido con mecanismos que podrían ser definidos como "sutiles" si este adjetivo se admite con el acto de bloquear, interferir o impedir la lectura de un mensaje por los miembros de la sociedad civil.
Los periodistas se ven envueltos en presiones "sutiles" y los medios, en abiertas iniquidades desde el poder político en la asignación de publicidad oficial. Las democracias electorales, con estigmas autocráticos, son proclives a decisiones que sólo una Corte de Justicia independiente puede corregir como lo fue el reciente caso del "Río Negro".
En los años 10 del siglo pasado, Pulitzer pensó en la formación de periodistas. Ya transcurrida casi una década del siglo XXI, las tecnologías de la información y comunicación posibilitan y constituyen otras plataformas para acentuar el derecho a informar y ser informado.
Los periodistas viven retos extraordinarios producto de nuevas formas de interacción comunicativa. La llamada convergencia digital, junto con el periodismo cívico, trae al escenario de los medios interrogantes sobre el rol de los periodistas. Desde los noventa, con el desarrollo de los diarios en la internet, se llegó a creer en el fin de la profesión.
Los propios usuarios, con la utilización de algunas de las seis mil millones de páginas que cuenta la red, podrían -se sostuvo- obtener y enviar información en distintas direcciones. Algo que ocurrió pero que no alcanzó a cambiar la fidelidad con los diarios que continuaron con sus ediciones y formularon propuestas digitales paralelas consultadas por miles de usuarios de manera cotidiana.
La concepción autocrática de gobierno aspira a un mundo sin periodistas. La prensa, frente a esos vientos de intolerancia, se fortaleció con la respuesta ciudadana. La misión de los periodistas en encrucijadas tecno profesionales se aclara a medida del hallazgo de alternativas en la cibercultura de la información.
Ciertas cosas no cambian para mal de algunos y sí para bien de muchos. Como decía el pensador francés Alexis de Tocqueville, la prensa constituye un recurso democrático de la mayor importancia para formar una opinión pública independiente que actúe en salvaguarda de las libertades.
Emile Zolá, con su famoso y apasionado "Yo Acuso", alegato por la libertad de Alfred Dreyfusse, ganó la enemistad del tribunal judicial en la Francia de fines del siglo XIX. El exilio lo salvó de la cárcel. Zolá era periodista y sabía a qué se arriesgaba. Enfrentó al poder y fue sancionado. Pero su carta, publicada hace 110 años, facilitó la consolidación de la llamada opinión pública. En Francia y en el resto del mundo, los medios y el comportamiento de los ciudadanos lectores ya no serían los mismos.
A principios del siglo XXI, en las democracias frágiles se habla de observatorios para estudiar los medios. Sin sustento surgen condenas sobre discriminación en el tratamiento periodístico de la información según los intereses oficiales. Es aquí donde el espacio universitario concede su prestigio sin respetar el estatuto de la investigación científica.
La fiscalización de los medios, críticos al poder, es un tipo de histeria que ilusiona a los seudorrepublicanos con afinidades, por cierto negadas, con los autoritarismos de distinto signo.
¿Cómo sería una sociedad sin periodistas ni diversidad de medios, con la comunicación social acotada a divulgar las bondades y presuntos aciertos de los gobiernos? Se aproximaría más al modelo orwelliano, que a las aspiraciones de los revolucionarios rioplatenses de mayo de 1810 que juzgaban como "raros son los tiempos de felicidad donde se puede sentir lo que se quiere y decir lo que se siente".
Tampoco la voz en manos de pocos es saludable para la necesaria e indispensable pluralidad comunicacional.
El recorrido con Mariano Moreno, García Márquez, Pulitzer, Tocqueville, Zolá y el recuerdo de los que sacrificaron sus vidas en el ejercicio del "mejor oficio del mundo" da consistencia a esta argumentación que se expone como tributo en el Día del Periodista.
JUAN CARLOS BERGONZI (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Profesor. Investigador en Comunicación Social
Fadecs-UNC