"Días de ocio en la Patagonia" (Londres, 1893), de William Henry Hudson, es un libro extraño que combina la autobiografía con las notas de un naturalista y la aventura de viaje novelesca. Hudson nunca escribió una sola línea en castellano, aunque vivió más de treinta años en la Argentina, donde había nacido en 1841. Pero su inglés es diáfano y elegante.
La descripción que en su libro hace de un deslumbrante, azul y cristalino río Negro se acerca a la invitación de un guía turístico para viajeros británicos. Pero siempre subyace en sus recuerdos la inquietante sensación que se desprende de la soledad del desierto. Hay en esos soliloquios una oscura angustia del alma que se debate entre la civilización de un orden imperial y el mundo inexplicable y seductor de los misterios de la vida natural. "En mis días peores de Inglaterra, cuando estaba obligado a vivir alejado de la Naturaleza por largos periodos, enfermo, pobre y sin amigos, yo podía sentir que era infinitamente mejor 'ser, que no ser', teniendo que ser es lo natural del campo y no lo artificioso de la ciudad".
Las parrafadas sobre los pájaros que veía no siempre tienen nivel científico, aunque pueden ser interesantes para el naturalista aficionado. Hudson, que escribía para los ingleses y en cuyo volumen total de su obra existe una gran cantidad de descripciones sobre el paisaje, la fauna y la flora de la verde Orión, editó "Los días de ocio en la Patagonia" más de veinte años después de haberse ido definitivamente de la Argentina. En un personaje tan extravagante como él a menudo se filtra una imaginación cuidadosamente controlada.
En el relato sobre la Patagonia, reducida en realidad al Valle Inferior del Río Negro, que realizó en 1871 para satisfacer la pasión principal de su vida (la observación de pájaros), dice haber visto en agosto de l872 una nevada: "Al levantarme a la mañana siguiente se ofreció a mis ojos un raro y hermosísimo espectáculo: los caminos, los techos de las casas, los árboles y las lomas adyacentes estaban completamente blancos... Sólo aquellos de mis lectores ingleses que como Kinsley -un clérigo y novelista británico autor de novelas románticas en lugares exóticos- hayan anhelado ver una escena de vegetación tropical y finalmente logrado satisfacer ese deseo, pueden apreciar la emoción que yo experimenté al ver la nieve por primera vez".
Inmediatamente comienza una larga digresión filosófica sobre lo blanco siguiendo a Herman Melville en sus antológicas páginas sobre la blancura de la ballena Moby Dick. Las reflexiones de Hudson bordean a veces el vuelo poético y tienen pretensiones científicas. En realidad la introducción de la nevada en su relato parece haber sido sólo una excusa para desenvolver sus curiosas apreciaciones sobre la blancura y sus implicaciones sociales y espirituales.
No es fácil alcanzar certeza sobre la posibilidad de que alguna vez haya nevado en Viedma: ni en los libros de viaje, ni en las crónicas de la época, ni en la memoria de los viejos vecinos ni en las consideraciones de los historiadores locales a quienes he consultado hay algo que permita saber si cayó
nieve en esa zona. Tengo para mí que Hudson, junto a una estufa londinense, fantaseó un poco a partir de una fuerte helada rionegrina, lo que ocurre a menudo en el Valle Inferior. Por otra parte, el libro contiene referencias ambiguas y a veces contradictorias respecto de los lugares por donde anduvo haciendo ocio y, como suele ocurrir en todos sus libros, el autor deja pocas huellas que permitan verificar la realidad de su narración.
Todo esto no sólo es excusable sino que forma parte del género literario al que se dedicó durante su vida de escritor inglés. Las memorias, las confesiones, las autobiografías, el diario íntimo o el diario de impresiones de viajes, aunque se presentan como relatos verídicos, tienen límites imprecisos con la ficción. Los recuerdos de pasados y lugares lejanos pueden no tener otra realidad que la de una imagen mental. La memoria se fabrica y frecuentemente no registra más realidades verídicas que cualquier ficción novelesca. La construcción de la memoria personal tiene sus lagunas y vacíos, voluntarios o no. A veces trampean o disimulan sus carencias. Las memorias de Rousseau, por ejemplo, no tienen verdad, pero les sobra una apasionada franqueza al confesarse en sus virtudes y defectos ("La confesión -decía María Zambrano- es un acto de desesperación de quien esta solo y habla consigo mismo"). Poco interesa la verdad de una realidad exterior, sino la voluntad y el esfuerzo que se ponga en desgarrar sus sentimientos y exponerlos con sincera pasión. "Si la verdad no sabe enamorarte con sus razones, se declarará en rebeldía", agrega la filósofa española. Porque las razones no siempre unen si no se infieren primeramente de la confianza, la fe y el afecto. Lo que interesa en el escritor que habla en primera persona y sobre sí mismo es la sinceridad y el arte con que ésta se expresa.
La autobiografía se orienta enteramente en la elaboración de la persona que escribe sobre sí misma. San Agustín, en sus "Confesiones", dice: "No escribo sobre lo que fui, sino tal lo que yo soy, tal lo que soy todavía y ahora". Sea como sea, las autobiografías y las memorias -juntamente con el subgénero de las llamadas biografías autorizadas o narradas por el protagonista por medio de un escriba pago- en general no son confiables si uno busca razones y datos objetivos y verificables.
Menos confiables son las de los personajes que han tenido una trayectoria pública reconocida y que pretenden hacerse su propaganda. Desde el infame panfleto "Mi lucha" de Adolf Hitler cuando iniciaba su atroz carrera política hasta la idealización dulzona de "La razón de mi vida" de Eva Perón, las memorias políticas dan para todo. Por ejemplo, las últimas en nuestro país: las del general Alejandro Lanusse, ciertamente muy interesantes; las reiteradas memorias explicativas de Raúl Alfonsín para justificar y comprender el Pacto de Olivos o las de Eduardo Duhalde para narrar las penurias que le deparó el oficio de piloto de tormenta en momentos muy críticos de la Argentina son documentos y testimonios de valor relativo para las pretensiones de una historia veraz y precisa, si ello fuera posible. A veces esos textos, de cuyos títulos no quiero acordarme, como los llamados "libros de campaña electoral", suelen contener elementos autobiográficos manipulados, como los de Carlos Menem o Eduardo Angeloz, para no citar casos más cercanos y aún menos felices.
Y quizá mejor será no imaginar lo que ofrecerían las memorias en el futuro de figuras notables de nuestro presente, como los integrantes de la pareja presidencial o algunos personajes pintorescos de la oposición. Seguramente habrá, como ya los hay, biógrafos oficiales dispuestos a ocultar hechos y abrillantar virtudes pero, en todo caso, como la nevada de Hudson en el Valle Inferior del Río Negro, las sospechas se cernirán sobre la credibilidad de esos textos. Sólo quedará, quizá y al fin, el arte de una buena escritura que atrape al lector. O que eventualmente, a lo mejor, lo encante o lo enamore.
OSVALDO ÁLVAREZ GUERRERO (Ex gobernador de Río Negro. Ex diputado nacional por la UCR )
Especial para "Río Negro"