BUENOS AIRES (DPA).- No hay casi género en el que el escritor mexicano Juan Villoro no haya incursionado. Cuando ganó el prestigioso premio Herralde en 2004 por su novela "El testigo", ya llevaba años escribiendo novelas, cuentos, ensayos, crónicas como periodista y hasta libros infantiles. "Soy una persona que no se puede concentrar en una sola cosa. Necesito la tensión del cuento y la divagación de la novela, las presiones de la crónica y la voz hablada del teatro".
Considerado uno de los referentes más importantes de la literatura latinoamericana actual, quienes tienen la oportunidad de conocerlo suelen advertir su parecido físico con Julio Cortázar. Pero la barba y la altura no son las únicos semejanzas con el fallecido escritor argentino: al igual que el autor de "Rayuela", que tradujo al español desde a Edgar Allan Poe hasta a Marguerite Yourcenar, Villoro también adaptó al español obras como "Memorias de un antisemita", de Gregor von Rezzori, "Un árbol de noche", de Truman Capote, y "Aforismos", de Georg Christoph Lichtenberg.
Sin embargo, el autor de novelas como "El disparo de argón", obras de teatro y libros de cuentos como "La casa pierde", "El mariscal de campo" y "Los culpables", que presentó recientemente en Buenos Aires, asegura que es la literatura infantil, probablemente el género menos valorado por la crítica literaria, el que más satisfacciones le depara. "Me siento más satisfecho con la literatura infantil, que es donde tengo un contacto más fluido con los lectores. Los demás géneros me deparan cambiantes estímulos y problemas".
"La literatura infantil es un género sumamente difícil. Rara vez se hace crítica de esta zona de la literatura. Algunos creen que es fácil escribir un
final feliz, pero en los buenos cuentos la felicidad es algo que se merece. Por lo tanto, hay que construir esa opción", señaló el autor de libros para niños como "Las golosinas secretas" y "El profesor Zíper y la fabulosa guitarra eléctrica".
"Los cuentos infantiles plantean problemas esenciales y tienen un contenido filosófico mucho más enfático que la literatura para adultos, que es una forma sofisticada de la distracción", explicó Villoro, quien afirmó que la mayoría de sus lectores son niños. De hecho, su próxima publicación, "El libro salvaje", es una novela para niños.
En cuanto al periodismo, oficio que lo llevó a cubrir varios mundiales de fútbol, a dirigir un programa radial llamado "El lado oscuro de la Luna" y el suplemento cultural del diario mexicano "La Jornada", entre otras cosas, aseguró que lo ayuda "en términos de disciplina y carácter". "Escribir para los periódicos ayuda en términos de disciplina y de carácter, porque te obliga a considerar que son los otros los que tienen razón y que debes seguir una trama ajena a tus caprichos", explicó. "Desde el punto de vista técnico, el compromiso con la claridad es importante. Ortega y Gasset decía que la claridad es la cortesía del filósofo, un detalle gentil que tiene con los lectores. Para el cronista se trata de una obligación".
Asegura que la llegada del reconocimiento literario y el rótulo según el cual es "uno de los mejores escritores del post-boom latinoamericano" no lo inhiben a la hora de escribir. "Publiqué mi primer libro, 'La noche navegable', en 1980 y sólo veinte años después
recibí un premio literario. Eso fue decisivo para mí. He escrito tanto tiempo sin tener reconocimientos muy visibles que sé que los placeres y las tensiones de escribir no dependen de la mirada ajena".
"Por suerte, ya hubo una generación entre el boom y quienes nacimos en los 50", agregó. "La generación de Piglia, Saer, Vallejo, Pitol, Monsiváis, Levrero, Balza, Moreno-Durán y muchos otros demostró que había rutas alternativas al boom", dijo el autor, quien además confesó que le interesan más los autores previos al boom, como Jorge Luis Borges, Juan Carlos Onetti y Juan Rulfo.
Su libro de cuentos "Los culpables" fue editado en marzo por la editorial independiente argentina Interzona, por la que también publicó, con éxito, la nouvelle "Llamadas de Amsterdam" a mediados del año pasado. En ella, una serie de personajes se dejan llevar por sucesos que en algunos casos cambian su vida, aunque pareciera que ellos no tienen mucha influencia sobre su propio destino: un mariachi que termina convertido en porno-star casi contra su voluntad ("Mariachi"), un hombre que logra enamorar a una mujer con un guión que ni siquiera escribió ("Amigos mexicanos").
"La literatura tiene que ver más con la desgracia que con el triunfo, por lo tanto se presta más para los antihéroes que para los héroes", señaló Villoro. "Mi maestro Augusto Monterroso hizo una 'Antología del cuento triste' porque consideraba que todos los buenos cuentos son tristes. La paradoja es que leerlos da felicidad", agregó.
Villoro cree que la literatura mexicana es demasiado seria. "El humor está muy presente en la vida mexicana pero no suele pasar a las expresiones culturales. Hay espléndidas obras dramáticas o desgarradas, desde 'Pedro Páramo', de Juan Rulfo, hasta el extenso poema 'Muerte sin fin', de José Gorostiza, pero el ingenio no suele ser visto como atributo de la inteligencia, a diferencia de lo que pasa en la literatura inglesa", opinó.
En cambio, es fácil identificar las pinceladas de humor en sus textos. "El sentido del humor obliga a pensar las cosas de otro modo, es un mecanismo de alerta de la inteligencia". A veces, ese humor está dado por "la riqueza kitsch de México" a la que el protagonista de su cuento "Amigos mexicanos" hace referencia. "México tiene una cultura popular riquísima. Al mismo tiempo, es un país donde el deterioro se convierte fácilmente en adorno y donde la sensibilidad se exalta más allá de cualquier canon para lograr la impresión de lo 'bonito'", explicó.
Villoro cree que no tiene un lector tipo y confiesa que suele llevarse sorpresas. Su objetivo, de todas formas, es claro: "Nunca me he hecho el propósito de escribir para un esquimal pero me gustaría ser comprendido por él. El desafío de lo singular consiste en volverse compartible".