| En cualquier comarca de los tiempos pretéritos, el dragón y su cría hubieran sido perseguidos y exterminados, pues tal cosa (si se puede, dado que bien podría ser que exterminados fueran quienes valientemente los buscaran), no ofrecía resquicios de duda. Pues las pruebas contra el dragón están en su ferocidad, las proclama su propia víctima. Mas éstos no fueron aquellos tiempos, por el contrario, las gentes y sus leyes habían evolucionado, con todo el significado de cuestión positiva y laudable que tal palabra encierra, de tal forma que detener a un dragón, probar que él había asesinado a Ana, a la vez que garantizar la propia defensa del dragón -y su cría, copartícipe necesaria, diría el lenguaje de hoy, de tan atroz hecho -; respetar tribunales constituidos al efecto, cuidar que el gremio de leguleyos tuviera su correspondiente yantar durante prolongado período, en fin, todas estas cosas si bien expusieron a ambos dragones bien a su pesar, pronto comprendieron que tal red legal, lejos de apresarlos, eran su mejor aliada. La justeza de tal percepción quedó, como se sabe, evidente. No sólo esto comprobaron. Las relaciones establecidas en el oficio de juegos de azar habían puesto en íntimo contacto al dragón padre con otros dragones, si bien éstos disimulados tras el uniforme, las armas y determinadas prerrogativas que los identificaban como los modernos paladines de damas desprotegidas y gentes débiles, que tal función les dio la era moderna de las comarcas. Grande fue la alegría de esta pareja depredadora al comprobar que entre sus carceleros había colegas de su gran amistad (como quedó de manifiesto cuando, particularmente las mujeres amigas de Ana, familiares y gentes despiertas, denunciaron que habían compartido ciertos ritos anuales propios de situaciones muy ajenas a una argolla de hierro y una celda). De tal forma que, pasado el tiempo y numerosa alharaca en torno del hecho, acusaciones y recusaciones, recursos y discursos -proceso que aún prosigue - los dragones quedaron en libertad por falta de pruebas, entendiendo éstas como los modernos elementos que la ciencia busca, y que por cierto, no encontraron. La valiente dama atada, su cabeza destrozada, permiten avizorar con estremecedor sentimiento, que el dragón buscaba algo que su dama ¿¡su dama!? negábase a entregar; que resistióse con todas sus fuerzas y que en esas horas -o minutos o segundos, ¿cómo se mide el tiempo de la tortura y la muerte? - las gentes de su amistad no sospecharon absolutamente nada, quizás porque los indicios previos de la violencia dragónica, aunque evidentes, fueron subestimados. Las antiguas crónicas les hubieran dicho, con sabiduría, que jamás hay que subestimar las huellas de un dragón. Hay quienes -mucha gente, en verdad - creen firmemente en la "evolución" de los dragones, basándose en teorías muy caras a la época, las cuales se apoyan, todavía, en la asimismo firme creencia de que la estirpe"evoluciona", que la violencia se puede controlar. Tales gentes son las mismas que se horrorizan ante el aumento de niñas y niños secuestrados, violados y maltratados; de ancianos y ancianas golpeadas salvajemente para sacarles unas monedas...tal errónea percepción parte de no avizorar que la garra y el fuego, las fauces y las zarpas, son las que han evolucionado. En cuanto a esta historia, puédese agregar que cuando los restos -nunca mejor dicha esta expresión - de Ana fueron provisoriamente depositados en el cementerio de la comarca, una miríada de hombres y mujeres los acompañaron y que en lo que atañe a estos restos mortales (y cumplidos los plazos leguleyos), siguiendo su voluntad, fueron quemados y dispersos en un río de la comarca. Del destino del dragón y su cría, aún no se ha dicho la última palabra, o se ha embestido con la espada definitiva. | |