MONTE HAYES MATUCANA, Perú (AP) - El alcalde de Matucana es un hombre preocupado. Los rebeldes armados están movilizándose una vez más por las laderas selváticas que dominan su remoto pueblo, en busca de reclutas para la insurgencia de Sendero Luminoso que retorna y que se está haciendo más osada.
Y al contrario que en el pasado, estos rebeldes tienen apoyo financiero casi ilimitado.
Con sus ingresos por proteger los cultivos de coca y las rutas de contrabando de cocaína, son capaces de comprar armas poderosas y pagar salario a los hombres y mujeres que toman las armas contra el gobierno peruano.
Esa perspectiva es una pesadilla para Perú, que se desangró con casi 70.000 muertos entre 1980 y mediados de los años 90 debido a los brutales esfuerzos de Sendero Luminoso por imponer un régimen comunista maoísta.
La mayoría de las víctimas fueron campesinos, atrapados entre los dos fuegos de las guerrillas y las fuerzas de seguridad.
El país ha disfrutado más de una década de estabilidad política desde que la amenaza rebelde fue prácticamente eliminada por el entonces presidente Alberto Fujimori, un líder elegido democráticamente que gobernó con mano de hierro entre 1990 y el 2000.
Fujimori, de 69 años, fue extraditado de Chile en septiembre y ahora es juzgado en Perú por violaciones a los derechos humanos cometidos durante sus operaciones de seguridad, incluyendo la matanza de estudiantes universitarios y la masacre de residentes de Lima que fueron atacados por un escuadrón de la muerte militar por considerarlos colaboradores de Sendero Luminoso.
Pero sigue siendo un héroe en los valles aislados donde los rebeldes derramaron más sangre.
Aquí, los nerviosos residentes y los funcionarios militares elogian las medidas firmes de Fujimori y dicen que el gobierno actual de Alan García está subestimando la
amenaza que plantea el resurgimiento de los rebeldes.
Matucana está a unas seis horas de la capital provincial de Ayacucho por un camino de tierra que serpentea hacia el valle del Apurimac, una tierra de nadie de cultivos de coca y producción de cocaína.
"Toda la gente de acá está ligada a coca'', dijo el general Raymundo Flores, que comanda una base del ejército en el valle.
"Esta es una narcoeconomía''. Al igual que otros en Matucana, un pueblo de 500 habitantes, el alcalde Florencio Velásquez, de 40 años, cultiva cacao, café y coca, la materia básica de la cocaína, en un pequeño lote despejado en la selva.
La coca atrae a los rebeldes al lugar, sólo que esta vez con un nuevo mensaje, según dice: "Somos amigos de ustedes. Sabemos que hemos cometido errores en el pasado al atacar civiles. Pero pueden confiar ahora en nosotros. Súmense a nosotros".
Algunas personas suficientemente jóvenes como para haber escapado a la brutalidad de las guerrillas en la década del 80 y principios de los 90 han sido atraídos por su propuesta amable y el ofrecimiento de una paga de 20 dólares diarios, una suma enorme en los pueblos pobres. Pero Velásquez no puede olvidar los ataques despiadados a las comunidades que se negaban a sumarse a la rebelión. "Ahora dicen que ya no van a matar", agrega.