Hacia fines del siglo XIX y principios del XX ingresaron a la arena electoral un conjunto de partidos políticos conformados por pequeños granjeros y campesinos. Ocurrió mayormente en los países escandinavos y de Europa del este. También, en las áreas de colonización reciente, Australia y Nueva Zelanda. Su programa generalmente los ubicó en el espectro de derecha, por su conservadurismo político, tradicionalismo y profunda religiosidad y oposición a las demandas de los sindicatos. Nacieron como reacción frente a los procesos de industrialización y la acelerada urbanización. La mayor parte de estos partidos fue comprendida dentro del fenómeno "populista". Término utilizado por primera vez en territorio ruso antes de la Revolución Bolchevique, para dar cuenta de un movimiento de intelectuales y utopistas socialistas que pensaba en "ir al pueblo", uno inmensamente campesino.

En los dos últimos decenios del XIX, la política de los Estados Unidos fue sacudida por uno de esos fenómenos populistas, posiblemente el más importante de América antes de que éstos tuvieran una impronta diferente del arribo a la escena política de Lázaro Cárdenas, Getulio Vargas y Juan Perón. El populismo norteamericano logró amplia adhesión entre propietarios y trabajadores agrícolas. Era una reacción a la crisis de sobreproducción de bienes rurales y al mismo tiempo ante la pérdida de posiciones del campo frente a la industria, el comercio y las finanzas. A sus magnates se los acusaba de "parásitos y ladrones" en perjuicio de los "verdaderos productores". Su militancia era por demás radical y exigía el intervencionismo del Estado para proteger al granjero y también contra las tendencias crecientes de diferenciación del sistema económico. Ese populismo agrario implicaba una especial negación de la economía del laissez-faire. Si bien este fenómeno perdió potencia a principios del siglo XX frente a una política manejada por elites citadinas, volvió a escena en algunas regiones del país del norte, sobre todo durante la gran depresión de 1930. Durante esos años un partido de granjeros y sindicalistas obtuvo el gobierno del Estado de Minnesota. Más adelante ese movimiento agrario se fusionó al Partido Demócrata.

Lo ocurrido en el norte de América marca la presencia de un tipo de partido agrario lejano al mundo de las derechas. En territorio europeo también los hubo pero mutaron de sentido. Ocurrió en Suecia durante esos años de "Gran Depresión" donde una alianza entre la expresión partidaria de los pequeños propietarios rurales y la socialdemocracia llegó al gobierno y ensayó las primeras políticas de seguridad social que dieron paso al modelo sueco de Estado de bienestar. En paralelo, aunque con otro giro, una parte de esos movimientos y partidos rurales radicalizó su posición de derecha aliándose a las fuerzas fascistas. En Alemania se sumaron a la utopía reaccionaria montada por el nazismo dirigida a un campesinado ario dispuesto a colonizar las tierras ubicadas al este, previo desalojo de los pueblos eslavos. Asimismo en Italia, las capas medias rurales se ligaron tempranamente y sin tapujos a un proto fascismo frente a la rebelión de los trabajadores rurales después de la Primera Guerra Mundial.

En América nunca hubo un partido ruralista "puro", aunque sí movimiento y "espíritus" agraristas muy potentes. Muchos de ellos se abrieron paso en partidos o fueron el punto de origen de otras experiencias políticas que canalizaron una amplia e inestable alianza entre bajas clases medias y pobres de la ciudad y del campo. La revolución mexicana de hace un siglo dio origen a un partido de ese tipo. A diferencia del escenario europeo, la mayor parte de estas experiencias se inclinó a la izquierda del espectro político. Sobre todo cuando esos mundos campesinos de pequeños parcelarios o sin tierras se asociaban a una amplia base indígena, que en ciertas realidades continentales resultan la misma cosa. En tiempos presentes, Evo Morales parece canalizar ese mundo. En otro plano se ubican los grandes y medianos propietarios, exultantes frente a ciertos momentos de bonanza en sus empresas. Cuando asumen posiciones políticas retoman cierto populismo, pero en este caso resulta del "libre mercado", y su horizonte cultural y político prefiere ubicarse entre los más conservadores. Entre los centroamericanos también hubo casos. En Colombia, el partido Conservador del actual presidente Uribe resultó una de esas expresiones. Y otra vez Bolivia cuenta cuando se mira el comportamiento de los autonomistas de las provincias del Oriente.

En la Argentina, su potente mundo rural no ha podido institucionalizar y darle largo aliento a un partido político propio. Y cuando lo ha hecho ha sido un recurso de las elites conservadores de provincias. Igualmente, ese conjunto partidario quedó desdibujado por la emergencia del peronismo y el masivo electorado urbano. Más adelante, mientras los sectores más poderosos del campo canalizaron su voluntad política por medio de la vía golpista sin requerir nuevamente de un partido propio. Un tiempo democrático de 25 años desarmó aquella asociación, pero no su sesgo conservador. Tampoco logró clausurar una fórmula populista de esas que exigen al mismo tiempo protección y subsidiaridad al Estado junto con la libertad de empresa.

Frente a los acontecimientos recientes y el masivo acto rosarino del 25, está por verse si el mundo rural está en condiciones de pensarse en términos de partido político, cuando en mismo tiempo suma a su repertorio de protesta modalidades como los cortes de rutas -que hasta hace poco rechazaban-, "la política de las calles" que cuestiona la legitimidad de la democracia electoral y un atril que demanda un trato igualitario mientras simbólicamente asume el patrocinio de la Virgen de Luján.

Muchos de los partidos agrarios que aún subsisten en el mundo han cambiado de nombres. Otros dejaron de lado sus perfiles ideológicos originarios. Y en esa historia, los que intentaron hacer una síntesis de las contradicciones entre universos netamente conservadores y otros populistas de sesgo distinto fracasaron rotundamente.

GABRIEL RAFART (*)

Especial para "Río Negro"

(*) Profesor de Derecho Político de la UNC