Desde 1993, una masa de electores que no están comprometidos permanentemente con ningún partido político ha definido las elecciones en la Argentina.

Para inclinar a este grupo hacia la continuidad o el cambio, más que ningún otro factor, ha incidido decisivamente el desempeño del gobierno anterior.

En el '83 fue el nefasto recuerdo de Isabelita, López Rega, la Triple A y el "Rodrigazo". En el '89, la hiperinflación y la inoperancia de Alfonsín, demorado en gestos y palabras. En el '95, la contundencia del primer Cavallo y la expectativa por una transformación en curso que aún no había evidenciado su índole perversa. Además, el repudio al modelo menemista maduro, con su desocupación, desindustrialización, corrupción, cinismo y desguace general del país. En el 2003 fue el fracaso y colapso de la Alianza, liderada por la ineptitud de De la Rúa y la debacle del 2001. En el 2007, la recuperación económica, que ayudaba a soslayar las primeras evidencias flagrantes de corrupción, el sesgo autoritario y el manejo macarrónico de la economía.

Sobre un trasfondo de inflación mentida -lo cual irrita- pero medida irrefutablemente por el bolsillo, los sucesos de marzo habrían precipitado el alejamiento de este grupo independiente y decisivo de electores, probablemente de modo irreversible, del kirchnerismo.

La movilización social y la discusión masiva de los cortes y cacerolazos habrían desnudado de toda pretendida retórica distribucionista a las retenciones móviles al agro, dejándolas en evidencia como un crudo manotazo ilegal en beneficio de la "caja", piedra basal de un poder político reconcentrado y discrecional, que burla impúdicamente las instituciones republicanas, el federalismo y el equilibrio de poderes necesario para la democracia.

A esto se le sumó la dureza del primer discurso de la presidenta, con su análisis abusivo, esquemático, descaradamente falacioso y lleno de mala fe y, peor aún, el envío -aunque sin camisas negras- de los muchachos de D'Elía y Moyano, como fuerzas de provocación y choque.

Todo esto, y muy en particular el recurso a la patota (aunque es en el fondo mucho más grave) recuerda al féretro de Herminio Iglesias, como punto de inflexión simbólica y ruptura con una fracción importante del electorado.

La posterior esquizofrenia y manoseo del "diálogo" con el agro, rematados con la salida de Lousteau y el abandono por la presidenta de toda pretensión de que su economía política sea otra cosa que un crudo kirchnerismo, sin más actores reales que Néstor, Moreno y De Vido, más la escalada matrimonial de injurias, donde el campo -el ogro de turno- pasó a ser, además de ávido, golpista, antidemocrático y envenenador intencional del aire, independientemente de cómo se llegue al necesario acuerdo, perfilan una conducción que, aunque se pretenda maquiavélica, va dejando de asustar, se hace poco creíble, resulta inoperante y deviene en caricatura. Asimismo empezaría a percibirse una cierta insustancialidad en la presidenta, que, extraviada en el atuendo y la mentira, parece entenderse mejor con las apariencias que con la realidad.

La economía política del kirchnerismo, pues no existe, no es sostenible. No ya en el largo plazo, sino en el mediano. La acumulación de voluntarismo, matonaje, imprevisibilidad, intervenciones múltiples y puntuales para dar o quitar -que, para "solucionar" un problema crean diez, además de dilapidar el dinero público- la inseguridad jurídica, donde el Estado es un actor más del "todo vale", etc, etc., sencilla y definitivamente no son una economía política alternativa, sino un mero disparate condenado al fracaso.

Muy probablemente la administracion actual no va a llegar al 2011 sin serios problemas, que el recurso a las explicaciones conspirativas, a la autovictimización y a la manipulación mediática, ya no podrán disimular.

Por todo lo anterior, el kirchnerismo estaría en camino de perder las elecciones del 2011 y sufrir un sacudón en las del 2009. Por lo menos está haciendo su parte, casi con esmero.

Pero que ocurra o no, dependerá sustancialmente de la oposición. Si en 2011 hay dos oposiciones, tendremos kirchnerismo para rato. Con una sola, no.

Que la coalición, el socialismo, el radicalismo, Pro y los restos del Recrear actúen hoy en sintonía es un valioso primer paso en la dirección correcta, pero sólo el primero de un camino minado de peligros.

Que "Lilita" o Macri se arroguen cada uno ser el "referente claro de la oposición", es veneno, sólo útil para el suicidio de la oposición posible. Tomada con la debida gravedad la tragedia que nos afecta, queda claro que el punto de urgencia es refundar la República, no estar algo más a la izquierda o a la derecha del centro, y las ambiciones personales son asunto de poca monta. Refundarla consiste básicamente en reinstitucionalizarla, o sea reactivar las instituciones con los ajustes necesarios para que funcionen efectivamente y coincidan en ellas lo formal con lo real, superando la parodia en que hoy están sumidas. Y el enemigo acérrimo de las instituciones es el personalismo.

Si la oposición asume, como debe, la urgencia de reinstitucionalizar el país, debe empezar por institucionalizarse a sí misma. Porque si no puede hacerlo, es ilusorio pensar en que logrará la tarea mayor.

La herramienta institucionalizante debe ser institucional; de otro modo se reduce a un manojo de buenas intenciones que, en cierta medida, son más de lo mismo.

Cruzado el umbral de la sintonía, la oposición debe forjar sin demora dicha herramienta, idealmente un partido político nuevo y despersonalizado, donde no se presuman ni negocien cargos, sino se acuerden normas de funcionamiento, incluidas elecciones internas que permitan definir en el futuro el papel, hoy todavía incierto, de cada uno. Y cuanto más incierto sea actualmente ese futuro papel individual, mejor será la institución que se esté creando.

Este acuerdo institucionalizante de la oposición es el único "Pacto de Moncloa" posible hoy en la Argentina, ya que el kirchnerismo y parte del peronismo son absolutamente refractarios a ejercer la política dentro de cauces institucionales y genuinamente democráticos. Debemos hacernos cargo, en profundidad, de la necesidad e importancia de este acuerdo, de su magnitud fundacional, para conservar el sentido de las proporciones cuando haya que evaluar los sacrificios que muy probablemente requiera. En dicho acuerdo, la oposición, sobreponiéndose a sus diferencias ideológicas y personales, pactaría la voluntad de desempeñarse, tanto entre los signatarios del acuerdo como en la política grande, según normas aceptadas y acatadas a ultranza como freno indispensable a la voluntad individual. Ello a conciencia de que en la sujeción a la ley como límite radica la diferencia entre el infantilismo y la adultez, tanto en los personas como en las sociedades.

La convocatoria debe ser amplia y sobre todo generosa. Nadie, ni un partido ni mucho menos una personalidad individual, debe pretender ser el polo de atracción que robe militantes a costa de otros partidos. Estamos en un punto de quiebre dramático, donde se juega la posibilidad de salir de nuestra maldita decadencia y lograr por fin organizarnos como un país racional, democrático, justo, moderno y exitoso. No es momento para pequeñeces ni cálculos mezquinos, ni siquiera para la debilidad de regodearse en el propio pasado -aunque sea centenario- en vez de tener la visión y el coraje de asumir cabalmente la responsabilidad del futuro.

Avanzar los primeros pasos de hecho y con hechos concretos, me parece acertado. Pero sin un mapa-proyecto que aclare a dónde nos dirigimos y cómo, el riesgo de perdernos en el trayecto y no llegar a ningún lado es demasiado alto.

Este pacto fundacional debería culminar -lo antes posible- en la constitución de un partido político nuevo, afín a las socialdemocracias y con fuerte acento en la institucionalidad republicana, dentro del cual coexistirían líneas internas, algo más a la izquierda o a la derecha del centro. Al mismo deberían integrarse, como iguales, después de disolverse y cada cual con su pasado, pero con la obstinación de superarlo para remontar nuestras endémicas frustraciones, los actuales componentes de la coalición, el socialismo, el radicalismo -incluido los despechados "K"-, el Pro, Recrear, López Murphy y la imprescindible "pata peronista", hoy posiblemente más frondosa que nunca.

El movimiento se demuestra andando, y formar dicho partido sería la prueba iniciática de haber renunciado en serio a los personalismos en aras de un proyecto y la voluntad de sujetarse a normas, amén de constituir el marco de interacción estrecha necesario para actuar con eficacia.

Para refundar la Argentina hay que tomar el poder y lograr ejercerlo, lo cual no es posible con un instrumento político laxo, carcomido por la desconfianza y los intereses personales. Es imprescindible forjar las lealtades a un proyecto que trascienda a las personas, aun sus protagonistas.

Por añadidura, este acto de lucidez, seriedad y madurez calaría muy hondo en la sociedad, que valoraría la calidad institucional de esta manera de unirse de la oposición como un hecho diferente y fundacional, potenciando drásticamente su posibilidad de ser gobierno en el 2011.

Soy consciente de que la tarea es enorme. Pero, como decían los griegos, lo bello es difícil.

ENRIQUE KLEPPE (*)

Especial para "Río Negro"

(*) Empresario y egresado de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires