| MARÍA EMILIA SALTO bebasalto@hotmail.com Vaya a saber qué intrincados nudos del corazón de Ana desató el dragón. Conjeturas hay muchas, y como suele acontecer en cualquier comarca, luego de "sucedidos los hechos", como enunciaba el estamento judicial y policial, luego de que el dragón matara a Ana, como es la sencilla verdad, todo el mundo encontró los indicios que antes ni buscaba. Puédese tomar como explicación, tan válida como cualquier otra, que el paso de los siglos apenas disimula en su expresión, esta sentencia: una dama no debe estar sola, porque es débil. Necesita un paladín. Un paladín es un dragón bueno, puesto que debe armarse de cualidades tales como valentía, serenidad, y si posee un arma física su oficio protector aumenta, todo esto para enfrentar al dragón que es, en sí, mismo, un arma. Sin embargo, y contradiciendo la historia, tales damas débiles e indefensas fueron pocas, y más bien abundaron las que cuidaron sus propiedades, haciendas y vasallos con envidiable eficacia, mientras sus hombres gastaban su fortuna luchando en lejanas tierras. En la época en que el dragón llegó a la comarca, eran muchas más las damas que se autosustentaban sin necesidad de intercambiar alianzas con caballero alguno, lo que hace devenir aquel juicio en un prejuicio, sin que por ello pierda el tal prejuicio un ápice de su fuerza. ¿Sintió Ana esta presión que tanto estaría fuera como dentro de ella misma? ¿Fue la necesidad de compartir su vida con un caballero, y tal necesidad encontró su objeto en este dragón evolucionado, de tal forma que lo mismo que la dañaría la atrajo? ¿Fue lo que sencillamente se siente como "amor" y se explica de miles de formas, respondiendo, cuando a tales personas de su amistad se las consulta, o mezclando, mejor diremos, tal concepto con otros tales como "compañero en estos años maduros", "soledad", "la etapa que se viene", y cuanto discurso ofrece la variada gama de gentes dedicadas a hacer que otras gentes, preferentemente mujeres, llegada la finalización de la juventud, afronten lo que, siendo un cambio natural, la deificación de la juventud y la belleza física han convertido en ominoso horizonte? De tales miedos se aprovechan los modernos dragones, y si alguno de estos miedos o todos ellos hicieron a una dama, una auténtica descendiente de reyes del norte, autosuficiente y valorada, como Ana, abrir las puertas físicas y espirituales de su castillo, es algo que jamás se sabrá, sólo se deducirá del brillo resplandeciente de sus ojos en tal etapa (del mismo modo que la falta de brillo -o el de las lágrimas apenas esbozadas- hace deducir su calvario cuando el castillo, su castillo, se convirtió en la cueva del dragón y su cría). Así pues, coronando el esfuerzo de su vida, Ana, el dragón y su cría trasmutaron hambres y necesidades, prejuicios y cegueras, en una familia "normal". Esta similitud de dragón -paladín- compañero, esta paradoja letal, ocurre ciertamente, y cuesta darse cuenta, puesto que las comarcas, en su denominado "progreso" han encerrado en el desván de las supersticiones seres tales como dragones, demonios y vampiros. Sus antepasados, siglos ha, no se hubieran confundido, quizás porque su visión no estaba opacada de complejidad. Dióse, pues, el dragón, en ocuparse de juegos de azar, fascinado por la pila de billetes que remitían a sus monedas de oro y piedras preciosas de tiempos pretéritos; y en identificar a otros dragones, tan evolucionados como él, que muchos había en la comarca, respaldado -cada vez con mayor resistencia y alarma, hay que decirlo- por la riqueza de Ana. Tal resistencia, y no otra cosa, enfureció al dragón, y tal furia llegó al paroxismo al enterarse que Ana planeaba birlarle parte de sus bienes, poniéndolos a nombre de un pariente. Entonces, como hacen los dragones, la destrozó, con la ayuda, o aquiescencia, de su cría, y tal destrozo es la huella, el sello de los dragones; si bien el estamento de la autoridad designaba "huellas" a otros indicios que por cierto, no aparecieron. De estas complejas circunstancias tratará la última parte de este relato. | |