Puesto que la reacción instintiva del gobierno toda vez que se ve frente a un problema muy difícil consiste en negar su existencia, no es sorprendente que haya intentado mostrar que se equivocaba el titular de la Pastoral Social de la Iglesia Católica, el obispo de San Isidro Jorge Casaretto, cuando dijo que la pobreza está aumentando en el país. Según el clérigo, son cada vez más los que acuden a organizaciones como Cáritas para pedir alimentos. Por su parte, los voceros oficiales, entre ellos la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, se aferran a los números confeccionados por el INDEC que, como es notorio desde hace más de un año, falsifica sistemáticamente las estadísticas relacionadas con la inflación. Y en efecto, si aumentara el costo de vida a un ritmo inferior al 10 por ciento anual como afirma el gobierno, podría decirse que en la actualidad hay menos pobres que antes, pero por desgracia escasean quienes consiguen comprar bienes esenciales a los precios que reivindica el INDEC intervenido. Los demás, es decir, virtualmente todos, viven en un país muy distinto del oficial en que la inflación anual ya ronda el 30 por ciento y el costo de la canasta básica sube a una velocidad alarmante.
Aunque muchos otros países están siendo perjudicados hoy en día por el aumento mundial de los precios de los alimentos que, si bien han bajado últimamente, siguen siendo mucho más altos de lo que eran hace apenas un año, la depauperación progresiva de una franja amplia de la población que estamos viendo se debe principalmente a la inflación que siempre castiga más a quienes no están en condiciones de aumentar sus ingresos. Al resistirse a tomar a tiempo las medidas necesarias para frenarla, el gobierno se ha privado de lo que de otro modo hubiera sido un logro notable: la reducción drástica de la cantidad de argentinos que están hundidos en la pobreza o, peor, en la indigencia. Sin embargo, los Kirchner, confiados en que el crecimiento macroeconómico de por sí solucionaría todos los problemas, se opusieron a cualquier medida que podría significar el "enfriamiento" de la economía. Tal actitud tendría sus méritos si fuera posible frenar la inflación limitándose a apretar a los comerciantes, pero incluso los economistas más heterodoxos saben que no lo es. Asimismo, si bien es factible que el gobierno consiga anotarse algunos puntos políticos atribuyendo la inflación a los productores rurales al acusarlos de provocar el desabastecimiento, la noción de que de no haber sido por el paro agropecuario la tasa de inflación se aproximaría a la difundida por el INDEC no resiste el análisis más somero. Como a esta altura la mayoría debería entender ya que la Argentina ha convivido más tiempo que cualquier otro país del mundo con la inflación crónica, las raíces del mal son decididamente más profundas de lo que quisieran hacer pensar los propagandistas oficiales.
De todas formas, para eliminar lo que algunos llaman la "pobreza estructural", o sea, la pobreza permanente de millones de familias, será preciso mucho más que un par de décadas de crecimiento "chino" o un programa, por eficaz e igualitaria que fuera, de redistribución del ingreso. Siempre hay excepciones, pero el grueso de los pobres carece de los conocimientos, capacidades y aptitudes que le permitirían desempeñar un papel económicamente útil en una sociedad más avanzada que la actual. He aquí un motivo por el que los frutos del crecimiento impresionante de los años últimos han sido recogidos mayormente por una minoría conformada por quienes sí han sabido aprovechar las oportunidades brindadas por la recuperación macroeconómica, ampliando así la brecha que se da entre los relativamente acomodados y los demás a pesar del presunto compromiso del gobierno con la equidad. Modificar esta situación no será fácil en absoluto, ya que además de años de estabilidad monetaria que servirían para convencer a todos de que vale la pena prepararse largamente para el futuro, requeriría un esfuerzo educativo muy grande, además de una política económica orientada a estimular la creación de una multitud de emprendimientos nuevos y, desde luego, a atraer las inversiones sin las cuales el país no podrá disfrutar de muchos años más de crecimiento vigoroso.