El acuerdo entre el gobernador Jorge Sapag y la presidenta Cristina Fernández que tanto revuelo ha causado en el mundillo político neuquino es un notorio malentendido que ninguna de las partes tiene interés en aclarar por razones de mutua conveniencia.
La apreciación resulta evidente con sólo revisar las declaraciones de uno y otro. Mientras la presidenta dijo desde un comienzo que Sapag se había "sumado a la Concertación Plural" del kirchnerismo, el gobernador repitió en cambio una y otra vez que adhiere al "federalismo de concertación" (así, con minúscula) y que suscribirá, desde la perspectiva institucional y no partidaria, el "Pacto del Bicentenario" que impulsa, para relanzar su gestión, la administración K.
Si esto es ostensible, no es menos notorio que ni Cristina ni mucho menos Sapag, que en resumidas cuentas es quien se está subiendo a un tranvía que no es propio, salieron a desmentirse entre sí. ¿Por qué persiste el equívoco?
En el caso del gobierno nacional, está claro que proclamar la adhesión de Sapag no tiene ningún efecto negativo; por el contrario, Cristina aparece sumando una estrella más, aunque de fulgor provincial y por lo tanto limitado, al firmamento K en un momento por lo demás difícil para ella.
Para Sapag, en cambio, es una decisión que no puede sino causar 'ruido en la línea', justamente porque el actual gobernador aún no ha consolidado su proyecto de poder -entre otras cosas, todavía no ha podido tomar el control efectivo de su propio partido-, pero se trata de una decisión crucial, acaso la única que puede preservarlo, en el mediano plazo, del naufragio a raíz de la pesada carga financiera y el aislamiento político heredados del temerario ensayo sobischista.
Precisamente, el dramatismo de esta cuestión está dado por lo prematuro y riesgoso del paso dado por Sapag, algo que habla a las claras de la delicada coyuntura en que se encuentra.
Pero además, contrariamente a las críticas que con evidente mala fe le endilga su enemigo interno en el sentido de que está poco menos que rematando el partido, el acercamiento de Sapag al gobierno nacional parece buscar todo lo contrario: reencauzar el MPN dentro de su naturaleza histórica, un partido de distrito, pragmático y realista que sabe sacar provecho de las buenas migas con todos los gobiernos de turno, sean radicales o peronistas, civiles o militares.
Así vistas las cosas, las airadas protestas sobischistas, ensayadas por algunos personajes de la picaresca política neuquina, no hacen sino profundizar el desprestigio y el ostracismo de un modelo político con el que ya nadie quiere tener nada que ver.
En realidad, este sector ha creído encontrar en el pragmático acercamiento de Sapag con el gobierno kirchnerista un temprano pretexto para salir del aislamiento al que lo ha relegado la opinión pública. Pero un grupo como el de Sobisch, que ha pasado por el menemismo, el duhaldismo, el macrismo y los partiditos surgidos del Proceso militar -como el bussismo o el pattismo- para terminar compartiendo cartel con estamentos descompuestos del peronismo como el de los Rodríguez Saá -para no hablar de la farándula decadente de Jorge Asís-, apenas si puede disimular el oportunismo y la mala fe de sus críticas.
En todo caso, corresponderá a Sapag demostrar que los aliados -y sobre todo el difícil momento elegido para abrazarlos- son los adecuados para llevar a buen puerto su proyecto de poder en la provincia. Un proyecto que, todo parece indicar, reitera los lineamientos esbozados en su campaña: sacar a Neuquén y el MPN del aislamiento y reinsertarlos con empirismo en el concierto nacional desde una perspectiva más afín con los vientos que soplan.
Es un hecho que el mayor problema que se le presenta al partido provincial en la hora actual es que ya no logra perforar con facilidad el techo del 30% de los votos. La circunstancia de que casi todas las municipalidades importantes de la provincia se encuentren en manos de la oposición muestra a las claras que se trata de una fuerza en retroceso, algo a lo que han contribuido de manera decisiva la miopía y la contumacia de la era sobischista.
En estas condiciones, cualquier dirigente medianamente lúcido del conglomerado estatal-partidario que ha gobernado esta provincia durante los últimos 40 años no puede menos que plantearse la necesidad de ampliar las bases de sustentación política o prepararse para ver morir la gallina de los huevos de oro.
Contrariamente a su impulsivo antecesor, el reflexivo Sapag parece haber comprendido dónde está parado y trabaja para construir un liderazgo que vaya más allá del por hoy limitado corralito partidario. Por eso se ha largado a satisfacer el sinnúmero de reclamos que se le plantean, desde los aumentos de sueldos para los combativos estatales hasta el reconocimiento de reivindicaciones progresistas, pasando por la atención de la pobreza, la defensa de la ley del Niño y el Adolescente y la mínima depuración indispensable de la Justicia, gestos todos que buscan presentarlo como un gobernante respetuoso y tolerante, ubicado en el extremo opuesto al del energúmeno que lo precedió.
Por lo pronto, para concretar esta utopía de convivencia y buenos modales hace falta un combustible indispensable: mucha plata. El propio Sapag aludió sin vueltas a esta realidad al señalar la necesidad de que Neuquén "esté presente en el presupuesto nacional". Eso es lo que ha ido a buscar el gobernador a la Casa Rosada, y por ahora ha cosechado una lista de promesas atractivas: entre otras, la terminación de la ruta de los Siete Lagos, la construcción de la multitrocha Plottier-Zapala, el plan Petróleo Plus para mejorar los ingresos por regalías y fondos para viviendas, muuuchas viviendas, como para que todo el mundo esté medianamente contento.
Un diputado del MPN que supo abrevar en la 'nomenklatura' sobischista pero que ahora juega como figura independiente en apoyo crítico al gobierno sapagista lo definió así: "El gobierno nacional sólo coparticipa el 25% de los ingresos, el resto lo distribuyen los K discrecionalmente. Si Sapag logra que lo tengan en cuenta en esa bolsa, puede resultar beneficioso para la provincia".
HÉCTOR MAURIÑO
vasco@rionegro.com.ar