La educación nos revela nuestras capacidades y nuestros límites.
El desafío mayor que nos plantea el reto actual de la tecnociencia es educativo.
La formación y profesionalización constituyen el auténtico talón de Aquiles de nuestro futuro.
La profesionalización y recapacitación con innovación continua en la gestión, las artes y los oficios se han convertido en un insumo prioritario.
En educación no se trata sólo de invertir más sino, sobre todo, bien.
La cuestión no es escolarizar ni universalizar solamente, sino lograr que las nuevas generaciones adquieran y asimilen conocimientos y destrezas significativamente útiles para sus vidas y el mejor desarrollo del país en los términos de los artículos 14, 75 incs. 17, 18, 19 y c.c. de nuestra Constitución Nacional.
Escolarizar es un aspecto; proyectar, desplegar y ejecutar programas de enseñanza, aprendizajes y capacitación es otro, diferente, muy distinto y mucho más arduo, complejo y dificultoso.
Por todo eso es urgente y necesario modificar el discurso educativo.
Se trata de advertir la importancia, significación y trascendencia de la cualificación como la enorme riqueza del conocimiento para reposicionar ciudadanos y predisponer lo mejor de nuestra ciudadanía.
Ya no hablemos entonces de recuperar días de clases sino de alcanzar, satisfacer, profundizar, incorporar y lograr los contenidos educativos; la dignidad y autoridad docentes.
Sepamos discernir y tener memoria. ¿Por qué, en qué medida y grado de necesidad se trabajó y pregonó toda una ley nacional para asegurar apenas un 6% del PBI para educación, en llamativa coincidencia de tiempo preelectoral...?
Nunca olvidemos que la Argentina debe restaurar su inversión del 20% de su PBI para la educación, ya alcanzado en plena democracia de los '60.
En efecto, hace ya más de 40 años, en la administración del Dr. Illia -con menos recursos, menos crecimiento, menos superávit y un contexto económico internacional adverso- supimos tener uno de los presupuestos más altos para educación (20% del PBI), acreditando certeras prioridades con contundentes decisiones de políticas de Estado, sin especulaciones.
Finalmente, no dudemos de que sólo así la educación será nuevamente la herramienta más formidable para combatir duradera y creíblemente la pobreza estructural y coyuntural; para generar genuinos puestos de trabajo, satisfacer necesidades físicas básicas, incorporar y reincorporando a todos los excluidos con autonomía, independencia y responsabilidad al sistema social, educativo, laboral y productivo. Además rescatar la movilidad social y cultural ascendente, singularmente aquella de los segmentos más vulnerables de nuestra comunidad nacional.
ROBERTO F. BERTOSSI (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Docente e investigador de la Universidad
Nacional de Córdoba.