Murió en Murcia (España), el 15 de mayo pasado, Alberto del Vas. Puede que algunos legendarios amigos lo recuerden por su bohemia y su desbordante personalidad. Puede que otros no hayan oído hablar de él, porque desde 1985, salvo comunicaciones con sus amigos, no tuvo aquí protagonismo político.
Pero entendemos que es válido rescatar su figura no sólo por lo que desde el afecto él significó para los autores de esta columna, sino porque evoca al Neuquén de hace más de cuarenta años, cuando Del Vas llegó a la provincia como un joven y capaz cirujano, discípulo del profesor Michans en el Hospital Durand de Buenos Aires.
Tenía entonces 26 años y se hizo cargo de la dirección del viejo hospital de Cutral Co. Vale la pena evocar el contexto del Neuquén de entonces. Un poco más que ahora, los que llegaban a la provincia, a pesar de las grandes carencias, sentían que acababan de regalarles un amplio terreno donde construir su propia realidad, teniendo libertad para incursionar en los más variados campos.
Todo estaba por hacerse y nadie podía sustraerse de un rol protagónico. Era un Neuquén que se abría a la modernidad al ritmo de su flamante autonomía política. Alberto advirtió de inmediato la situación y, hombre de formación política como era, junto con su tarea de médico comenzó a frecuentar a los líderes de la provincia de la época. Entre otros, y con preferencia, a Felipe Sapag, quien acababa de ser desplazado del cargo de gobernador por el golpe de 1966. Hablaron entre ellos en múltiples encuentros y suponemos que Sapag quedó impresionado con aquel joven de arrojado carácter y de una sorprendente seguridad en sus dichos. La prueba de la confianza que había logrado en el líder del MPN lo demostró el hecho de que, en ocasión de ejercer la intervención federal de la provincia, Felipe Sapag lo llevó como su ministro de Bienestar Social. Tenía entonces apenas treinta años y le infundió a aquel joven partido, surgido de la proscripción peronista, de dirigentes sencillos y poco fogueados, la fuerza de su osadía, la juventud experimentada de las luchas estudiantiles de donde provenía. Y con él se fortaleció la iniciativa de hacer algo por la salud pública que rompiera con los moldes de la postergación y la vergüenza que representaban los índices de enfermedad y muerte en la provincia.
Del Vas, entonces, supo rodearse de amigos entrañables y excelentes consejeros. Primero Aldo Maulú, quien declinó la invitación de ser parte del gobierno en el área de salud, porque -según entendía- quien lo hiciera debía estar más capacitado que él en el campo de la medicina sanitaria, en un gesto que lo enalteció. Y así llegó, por su recomendación, Néstor Perrone, quien se convirtió en el primer subsecretario de Salud del Neuquén y con él Elsa Moreno, eximia sanitarista tucumana, que integraba el equipo de la entonces importante Coordinación Sanitaria Federal. Y también estuvo junto a Del Vas, un médico que lo igualaba en bohemia, Antonio Gorgni, conocedor como pocos de la zona norte, la más pobre y deprimida, a la que había recorrido caminando cada paraje, superando su dolorosa renquera.
Y así nació una nueva etapa de la Salud Pública que, rápidamente y merced a sus logros, obtuvo el respaldo político necesario del Poder Ejecutivo, en el que la acción de Del Vas fue decisiva.
Bajaron las tasas de mortalidad infantil desde entonces hasta hoy. Se modificó la estructura de la morbilidad y la mortalidad en la provincia, cambiando neumonías y diarreas, Chagas, tuberculosis e hidatidosis por aquellos daños que son, en todas partes del mundo, muros muy difíciles de franquear. Nos referimos a las enfermedades cardiovasculares, las neoplasias, la accidentología y el morbo de la violencia. Quien mire hoy las causas de muerte y enfermedad en Neuquén creerá estar viendo las de un país mucho más desarrollado de lo que dan cuenta otros índices que miden la pobreza y otras realidades sociales que se deben mejorar.
Tan dramático fue el cambio, tantas vidas se pudieron ahorrar, tanta atención médica se llevó a los más recónditos lugares, que cabe recordar una vez más que fue Del Vas el que fijó la política, con una sentencia: "En el hospital público se atiende a todo el mundo. No se discrimina ni rechaza a nadie". Y como si tuviera que exagerar aun más para ser entendido, agregaba: "Todo bípedo que se presente en el hospital o en la red de establecimientos públicos debe ser atendido aplicándose sobre él todos los recursos disponibles, gratuitamente, y nunca será rechazado".
Hoy la realidad ha cambiado y en Neuquén mucho de lo que fue hecho por la generación de Del Vas debe ser indudablemente enmendado o cambiado. Pero lo que va a quedar de manera perdurable es algo que él encarnó: el arrojo político, la obstinación de defender los logros y el no retaceo de los recursos cuando éstos estaban bien fundamentados y debidamente priorizados.
Después vino 1973, cuando hubo que defender a Neuquén de lo que parecía una inevitable intervención federal. Y allí estuvo en la primera fila. Quizás eso hizo que le costara el exilio, desde el que quiso volver en los '80 con el retorno de la democracia, pero ya la provincia y el contexto político eran otros.
Los diez años que vivió en Neuquén lo hizo con el mismo vértigo y la misma determinación de aquel primer día en que llegó a la Patagonia, que recorrió como pocos, cuando advirtió que esta provincia era tierra de pioneros.
HORACIO LORES (*) Y OSVALDO PELLÍN (**)
Especial para "Río Negro"
(*) Senador de la Nación por el MPN
(**) Médico y político afiliado al PS de Neuquén