Lunes 19 de Mayo de 2008 Edicion impresa pag. 36 > Cultura y Espectaculos
EN CLAVE DE Y: Ana y el dragón

A cierta laboriosa comarca sureña, cercada de bardas y ríos, llegó un dragón.

La llegada de un dragón debió ser noticia y provocar revuelo, reuniones pro defensa de la comarca, procesiones y exorcismos, y cuanto alboroto arman las gentes cuando se enfrentan a lo amenazador; mas no ocurrió nada de esto.

Como todos los predadores exitosos, se había adaptado. Asimilando las características externas del medio en que sobrevivía, nadie veía escamas ni escapaba del fuego que lanzaba por sus fauces, ni sus garras eran notables. Más bien diríase, casi con vergüenza, que su exterior era seductor y si cierta ferocidad se dejaba entrever en determinadas ocasiones, infortunadamente la comarca, avanzando en la comprensión de los problemas que aquejan las almas, había inventado conceptos como estrés y tensión. De tal manera que los atributos naturales del dragón hasta parecían característicos de una personalidad firme.

El dragón llegó con su cría, a la cual, por ser joven e impetuosa, le resultaba difícil disimular las características de su especie, y avizorando las terribles circunstancias que atribularon a la comarca, se puede decir ahora que disimularon y hasta resultaron muy convenientes al dragón padre.

Sábese desde tiempos inmemoriales que a los dragones les fascinan las piedras preciosas y el oro, puesto que son el alimento a su agresividad natural y combustible de su fuego. Pero las gentes habían aprendido, y dichos elementos estaban protegidos en lugares llamados bancos y cajas de seguridad, y peor aún: habían sustituido tan maravillosos elementos por papeles llamados billetes y cheques.

Así que el dragón, anoticiado de tal mutación, diose en buscar estos nuevos elementos, adorando, en su atávico impulso, pilas y pilas de estos accesorios visibles del poder del metal. De modo que se dedicó a vender rifas, oficio que puede parecer indigno de un dragón, hasta que las dramáticas circunstancias que acaecieron demostraron su acertada y exitosa elección.

En la misma comarca vivía Ana. De cómo su destino se cruzó con el del dragón, de cómo el predador encontró a su presa, es aún ahora causa de conjeturas y corrillos, puesto que ni ella, ni nadie, lo vio venir, y esta certeza tortura las almas de cuantas gentes quisieron a Ana.

Descendiente de una estirpe de reyes que gobernaron un imperio extinguido, última y humilde representante de tal estirpe, nacida en una comarca norteña - eslabón final de semejante gloria - Ana también se había adaptado.

Lejos de rituales y pedrerías, de damas de honor y escalinatas monumentales, Ana fue subiendo en la estimación general con las cualidades de sus antecesores: determinación, inteligencia, don de mando, magnanimidad, a los que unía un tono de voz y de piel que (aunque sellos de su linaje, alguna que otra vez dificultaron su ascenso en las complejas reglas de juego de sus quehaceres), terminaron por definir la aceptación en el cariñoso apodo de "la Negra".

El dragón olfateó tanto la estirpe como la riqueza, expresada en estos tiempos en profesión, casa, auto y relaciones sociales múltiples. Se dedicó especialmente a cercar a su presa, que tal cosa era Ana para él.

De cómo logró su cometido habla de su astucia -ancestral en los dragones- más aún teniendo en cuenta que en tal comarca ya habían sufrido ataques depredadores varias mujeres, de tal suerte que se reunían para alertarse entre sí sobre dragones disimulados, ataques que a veces eran rápidos y salvajes y a veces se producían después de mucho tiempo; ocurriendo que dormían, literalmente, con el enemigo un sueño insomne, al que seguía un deambular sonámbulo, triste y apático, al que, erróneamente, se caracterizaba igual que con el dragón, de stress y tensión; opacando poco a poco la natural energía de que estaban dotadas y que, al parecer, atrae a los dragones.

Tal fue el momento en que Ana y el dragón se encontraron, y el inicio de la tragedia.

 

MARIA EMILIA SALTO

bebasalto@hotmail.com

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