Antes de convertirse en presidenta de la República, la entonces senadora Cristina Fernández de Kirchner dio a entender que priorizaría la reintegración de la Argentina al orden económico mundial y haría lo posible por captar más inversiones extranjeras. Era un planteo inteligente, ya que los países que más han crecido son precisamente aquellos que han sabido aprovechar las oportunidades brindadas por el aumento notable del comercio internacional y, de todos modos, es evidente que sin inversiones muy cuantiosas la fuerte recuperación que siguió al colapso del 2002 no tardará en agotarse. Pero desgraciadamente para ella y para los demás, sólo se trataba de palabras huecas. Gracias a un conflicto absurdo con Estados Unidos atribuible a su desconocimiento del modo en que funciona su sistema judicial y a un conflicto todavía más insensato con el campo, provocado en buena medida por la pugnacidad de su marido, el ex presidente Néstor Kirchner, el interés en arriesgarse aquí de los inversores extranjeros y por lo tanto de los argentinos también es aún menor de lo que era en diciembre pasado. Como reflejan las vicisitudes de los bonos que el gobierno pone en venta, la suba a primera vista incomprensible del índice riesgo país, en el resto del mundo se da por descontado que la gestión de Cristina será un fracaso rotundo y que dentro de poco la Argentina se precipitará en su enésima crisis financiera.
Aunque por ahora los números, si bien distan de ser confiables, relativos al desempeño de la economía son buenos, razón por la que no se prevé un desbarajuste inmediato, en el exterior está consolidándose el consenso de que sólo es una cuestión de tiempo antes de que el famoso "modelo" estalle. E incluso los economistas y políticos locales que más creen en las bondades de un peso subvaluado y otras medidas proteccionistas, se sienten preocupados por la negativa oficial de tomar en serio el peligro supuesto por una tasa de inflación que para todos, salvo los funcionarios mismos, ya ha superado el 25% anual. Como es natural, el malestar creciente está incidiendo en la conducta de quienes no se consideran expertos en finanzas pero saben muy bien que los problemas políticos siempre tienen repercusiones económicas nada agradables. Al agravarse el enfrentamiento del gobierno con el campo y difundirse noticias sobre el escepticismo de prestigiosas consultoras extranjeras en cuanto a las perspectivas del país, se ha puesto en marcha una corrida bancaria modesta y son muchos los que están comprando dólares o euros a pesar de que según todos los índices objetivos sería más lógico que el peso incrementara su valor. Aunque en términos económicos los movimientos de los días últimos carecen de importancia, son síntomas de un clima político que está enrareciéndose cada vez más, lo que sí impactará en la economía.
La falta de confianza en el futuro argentino causada por un sistema de gobierno sui géneris en que el ex presidente posee más poder que su sucesora y no vacila en usarlo para vetar sus iniciativas es muy preocupante. Mientras que vecinos como Brasil y Chile siguen recibiendo cantidades llamativas de inversiones extranjeras directas, la Argentina apenas consigue mendrugos. Conforme a la CEPAL, el año pasado, Chile tuvo ingresos en tal concepto que fueron casi tres veces mayores que los percibidos por la Argentina, aunque su población apenas llega al cuarenta por ciento de la nuestra. Asimismo, entre el 2006 y 2007 las inversiones directas en Brasil subieron el 84% y en la Argentina lo hicieron apenas el 14%: puesto que nuestro socio mercosureño acaba de de ser calificado de "investment grade", es decir, que a juicio de los calificadores no es un país riesgoso para los inversores, es bien posible que la brecha que se ha abierto se amplíe mucho más en los meses venideros. En otras palabras, pese a algunos años de crecimiento impresionante que parece estar acercándose a su fin, la Argentina no deja de perder posiciones en América Latina, mientras que la región en su conjunto las está perdiendo frente a China y los países de su entorno, por motivos que de acuerdo general tienen mucho más que ver con la política que con la economía propiamente dicha, ya que las condiciones internacionales difícilmente podrían sernos más favorables.