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Un país ensimismado | ||
Ya es rutinario que los mandatarios extranjeros y otros dignatarios que visitan América Latina se cuiden de hacer escala en la Argentina, acaso por temer ser blanco de algún agravio oficial, y últimamente han proliferado los comentarios acerca del aislamiento así supuesto. El más lapidario en tal sentido apareció en el diario español "El País", que suele sintonizar con el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero: según el articulista, "el peor efecto a largo plazo del 2001 para la Argentina ha sido su desaparición del mundo". Exagera, pero no cabe duda de que gracias al estilo particular del matrimonio gobernante y a su capacidad notable para provocar conflictos nuestro país ha perdido influencia incluso en el Mercosur. En el resto del mundo las cosas no van mejor. Los dirigentes norteamericanos, tanto los demócratas como los republicanos, nos miran con suspicacia, mientras que los europeos, en especial los españoles e italianos, parecen haber llegado a la conclusión de que somos intratables debido a la actitud hostil y arrogante que suelen asumir los Kirchner hacia los empresarios extranjeros. Irónicamente, la llamativa soledad diplomática del país que siguió al default ha coincidido con un aumento igualmente llamativo del interés en el exterior por su cultura y por sus atractivos turísticos. En principio, nos sería relativamente fácil reintegrarnos plenamente a la "comunidad internacional" y desempeñar un papel positivo, pero para que ello ocurriera sería necesario que la presidenta tomara control de las relaciones externas, marginando tanto a su marido como a funcionarios que han logrado aprovechar las circunstancias encargándose de la relación con gobiernos extranjeros determinados. Mal que le pese al ex presidente Néstor Kirchner, cuya influencia sobre el gobierno sigue siendo muy fuerte, la imagen nacional es un asunto muy importante, razón por la que casi todos los demás gobiernos gastan muchísimo dinero en esfuerzos por mejorarla. Lo hacen porque entienden que es de su interés que otros los consideren dirigentes de países serios y confiables. No es una cuestión de vanidad. En el mundo actual, la competencia por las inversiones es feroz y los líderes políticos son por lo común conscientes de que un episodio desafortunado, trátese de un disturbio callejero, un corte de ruta, un paro prolongado acompañado por manifestaciones masivas o un discurso alarmante pronunciado por el jefe o jefa de Estado, puede resultarles muy costoso. Y en efecto: una razón fundamental por la que a pesar de la recuperación macroeconómica espectacular escasean inversores dispuestos a arriesgarse aquí consiste precisamente en las dudas ocasionadas por la conducta de las figuras dominantes del gobierno. Es claramente imposible medir los perjuicios que han sido causados por la alianza oficial con agrupaciones de piqueteros, por el enfrentamiento absurdo con Uruguay a raíz de la presencia de papeleras en Fray Bentos y por la cercanía de los Kirchner con el pendenciero caudillo venezolano Hugo Chávez, pero con toda seguridad han sido enormes y se harán sentir mucho en los años próximos: sin inversiones significantes el crecimiento se frenará. Por supuesto que a ojos ajenos la Argentina es enigmática desde hace décadas, en parte por lo difícil que es ubicar el peronismo en cualquier mapa ideológico inteligible para los demás y también porque a muchos les resulta inexplicable que un país dotado de tantos recursos naturales y humanos se haya permitido caer en la pobreza. Aunque el peronismo parece haberse tranquilizado y desde la segunda mitad del 2002 la economía crece a un ritmo muy vigoroso, las contradicciones aparentes siguen desconcertando a los preocupados por el futuro. Una tiene que ver con el conflicto entre los Kirchner y el campo, ya que les parece absurdo que un gobierno se ensañe con un sector económico clave que, para más señas, fue responsable de su recuperación, y que por tozudez se niegue a negociar una solución. Otra está relacionada con la decisión oficial de falsificar las estadísticas económicas de forma tan ostentosa que nadie, ni siquiera sindicalistas próximos al gobierno, se ha dejado engañar. Lo entiendan o no los Kirchner, se trata de algo que sencillamente no se hace en países "normales". | ||
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