El nacimiento de las redes sociales en internet representa el sueño cumplido de muchos. Sin ir más lejos, a Jorge Luis Borges le habría encantado la idea. También a Batman (a fin de mantenerse in touch con los demás superhéroes). Ni que hablar de la CIA o del FBI, que por fin alcanzarían una herramienta legal y súper accesible de monitoreo global. A decir verdad, uno supone que Dios debe tener en sus blancas oficinas el Facebook con más amigos de todo el universo. Érase una vez en internet.
Las redes sociales tienen su génesis, como tantas otras herramientas virtuales en internet, en los campus universitarios americanos. Eso asegura la versión oficial, una a la que cualquiera puede adherir por simple lógica. Lo mismo se ha dicho de internet y de su evolución, la www. Ya es una leyenda urbana aquélla que relata cómo los científicos y los académicos dieron los primeros pasos hacia el e-mail cuando descubrieron una forma rápida y económica de comunicación con sus pares en los enlaces del computador.
Lo cierto es que el principio, tanto de la red como de los organismos que luego crecieron bajo su ala, no siempre es tan claro. A veces las sombras son capaces de enrarecer cualquier biografía. Internet es también un proyecto gubernamental abandonado luego de la Guerra Fría. Los vínculos comunicacionales estratégicos que iban a servir como Plan B en caso de una explosión nuclear terminaron en manos de un grupo de personas que les encontraron un fin pacífico. De este modo comenzó un proceso de reproducción tan intenso que, de los correos iniciales en los que se compartían fórmulas y avances entre eruditos, se llegó a esta suerte de universo paralelo del que no casualmente ya habían hablado maestros de la ciencia ficción como Borges, quien en "El Aleph" anticipa el punto donde se concretan todos los puntos, y William Gibson, el autor de "Neuromancer", novela en la que caracteriza a los jinetes del ciberespacio.
Borges lo había visto antes
Las generaciones emergentes, las que ya han puesto su nombre y su avatar en MySpace, Facebook, Flick, Twiter y Sonico, entre otros, no suelen hacerse una pregunta que no hace muchos años era de rigor: "¿Qué es esto?". En definitiva, qué representa cualquiera de los nombres que figuran unas líneas más arriba. Para un adulto, redes sociales tiene una indiscutible connotación política: solidaridad, reparto, asistencia. Pero estamos hablando de algo muy distinto.
Hay varias opciones para entender esta nueva herramienta. Una podría ser apelar a los ya mencionados Borges
y Gibson, puesto que ambos desarrollaron en su literatura una interesante visión de un futuro en el que todas las cosas confluyen. Una poderosa y fastuosa amalgama de palabras, sonidos e imágenes convergiendo incansablemente sobre una ventana que es al mismo tiempo una puerta de entrada de material virtual.
En un libro reciente, "Borges 2.0: from text to virtual worlds", su autora, Perla Sassón-Henry establece puntos de contacto entre la obra de Borges y la ahora denominada internet 2.0. Apenas un párrafo sirve de prueba acerca de qué tan acertada fue la percepción del autor de "Funes el memorioso" y lo oportuno del libro. Aquí, por ejemplo, Borges parece referirse a Wikipedia: "¿Quiénes inventaron a Tlön? El plural es inevitable, porque la hipótesis de un solo inventor -de un infinito Leibniz obrando en la tiniebla y en la modestia- ha sido descartada unánimemente. Se conjetura
que este brave new world es obra de una sociedad secreta de astrónomos, de biólogos, de ingenieros, de metafísicos, de poetas, de químicos, de algebristas, de moralistas, de pintores, de geómetras... dirigidos por un oscuro hombre de genio. Abundan individuos que dominan esas disciplinas diversas, pero no los capaces de invención y menos los capaces de subordinar la invención a un riguroso plan sistemático. Ese plan es tan vasto que la contribución de cada escritor es infinitesimal".
Y esta frase hace pensar en las redes sociales: "...vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó...".
Por fuera de Borges, las redes sociales refieren espacios geográficos virtuales de reunión. La esquina del presente, el sitio exacto en el que un enorme listado de sucesos puede acontecer. La agenda de las agendas.
Su utilidad se ha discutido furiosamente desde su concreción. El que se la cuestione a partir de su utilidad tiene fundamentos. Es verdad que el mail y el chat ya venían ofreciendo algunos de los servicios que son parte integral y constitutiva de las redes sociales, pero la llegada de éstas, organismos mayores, es una consecuencia lógica del volumen informativo personal destinado al sector público y de los adelantos tecnológicos de este tiempo. Si podemos mandar un mail y luego chatear, bien podemos hacer todo a la vez y más: mandar una fotografía, dar información acerca de nosotros mismos, sumarnos a un grupo especializado en canarios (cosa que ya existía en Yahoo grupos, por ejemplo), avisar que estamos de vacaciones en Mar del Plata y seguir y seguir y seguir. Los casilleros por rellenar en Facebook o MySpace, en el fondo, son infinitos.
¿El fin de la amistad?
La forma de adhesión a las redes sociales ha venido a mover las bases de varios conceptos tanto morales como comerciales que hasta el momento se pensaban definidos. Uno de ellos es el de la amistad. Hasta hoy la transferencia de información suplementaria entre las personas estaba relacionada con una idea de confianza y de uso del mismo espacio-tiempo. Las redes sociales declaran en sus webs compromisos superficiales que resignifican la circulación de datos. Por ejemplo, si uno tiene una pálida idea de quién es la persona que aparece en su agenda de contactos, esto bastará para que el propio programa del sitio disponga la oportunidad de que nos convirtamos en amigo de aquélla. Es así que nuestra lista de "amigos" se va volviendo extensa y hasta un poco extraña.
El sitio, además, ofrece la chance de relatar brevemente qué hacemos a cada momento y quiénes consideramos que somos. Siempre existe la opción de fantasear.
Convengamos una cosa: para que el proceso funcione es imprescindible un grado mínimo de superficialidad. Uno no se la pasa rechazando personas que quieren ser nuestras "amigas". Más bien todo lo contrario.
El efecto de transmisión ha dado lugar a conjeturas nada cándidas. El periodista Tom Hodgkinson escribió un largo artículo en "The Guardian" en el cual asegura que detrás de Facebook usufructúan distintos servicios de inteligencia norteamericanos. La nota presenta una interesante trama que, cierta o no, ya Hollywood se encargará de plasmar en la pantalla grande. Hodgkinson, por ejemplo, da cuenta de los intereses liberales en materia de negocios y conservadores en lo relacionado con la moral que profesa uno de sus dueños, Peter Thiel.
Escribe Hodgkinson sin medias tintas: "Desprecio Facebook. Este enorme y exitoso negocio americano se describe a sí mismo como una herramienta social útil que te conecta con la gente que te rodea. Pero un momento. Por Dios, ¿por qué habría de necesitar yo una computadora para conectarme con las demás personas? ¿Por qué mis relaciones personales deberían estar mediadas por la imaginación de una banda de nerds de California? ¿Qué tiene de malo el pub?". Y más adelante agrega: "Facebook apela a la vanidad y sobreimportancia que cada uno de nosotros lleva dentro".
Desde este punto de vista Facebook, tanto como Twiter o MySpace, sirve para dos cosas de suma importancia en la sociedad contemporánea: 1) ofrecerles información abundante a las agencias de inteligencia y 2) proveer de información clave a las grandes empresas.
Nuevamente Hodgkinson se pregunta: "Claramente, Facebook es otro experimento capitalista: ¿se puede transformar la amistad en dinero? ¿Se puede crear una comunidad sin fronteras y luego vendérsela a Coca-Cola?
Lo curioso de este asunto es que a la mayoría de quienes integran dichas comunidades, mal que le pese a Hodgkinson, no parece importarle en lo más mínimo el nombre del dueño ni sus intenciones secretas.
Conjeturas aparte, las redes sociales son una proyección de las ambiciones y necesidades de una cultura. Nunca como en Facebook o Myspace, las personas encontraron el espacio justo para escribir su autobiografía. Por cierto que no todo el planeta está conectado a Facebook, aunque uno siempre podrá encontrar a un amigo entre sus archivos.
CLAUDIO ANDRADE
candrade@rionegro.com.ar