Mire que hay exponentes de sobra en Santiago del Estero, algunos con décadas de trayectoria, otros no tanto, pero abundan los folcloristas exitosos en esta provincia. Compiten con Salta en la generación de famosos. Pero estos de los que voy a hablar fueron muy particulares.
Y los mismos santiagueños suelen decir que tienen cuatro cuestiones tradicionales. El pan con chicharrón, la siesta, los Carabajal y los Hermanos Ábalos.
Tan metidos están en la historia y en el presente de esta provincia y del país que una pérdida como la que significó la muerte de Adolfo Ábalos es más que significativa, creo que hasta es un espacio irrecuperable desde su aporte cultural.
Para los que se preguntan quién era Adolfo Ábalos, bien podría definirse como uno de los maestros innovadores del folclore, cuyo aporte jamás fue medido en su real dimensión en este país. Un músico que con su aporte metió casi de prepo el piano en el folclore y que logró instalar esa música que hacía con sus hermanos, en cada una de las escuelas y academias de baile en el país.
Adolfo Ábalos, en su tiempo, fue un absoluto innovador, cuestionado incluso por alguno de sus hermanos porque se salía del molde. Ese salirse del molde llevó a ese mismo grupo a no ser tan comercial, pero sí instalarlo en el primer plano de la música, en el que están los que la hacen con criterio.
Adolfo Ábalos era dentro de los hermanos, el que todos calificaban como el maestro, concepto reafirmado por sucesivas generaciones de famosos que veían en él y en sus hermanos a quienes con estilo docente llevaban el género folclórico por todos lados. Uno de ellos siempre decía que si lograban que a un tema lo silbara alguien en algún lugar, es porque ese tema había tenido éxito.
Adolfo Ábalos luchó hasta con sus hermanos para que el piano fuera parte de los instrumentos que llevaban en cada presentación, porque varios de ellos sostenían que incorporar el piano implicaría poner distancia con la gente, que el piano no era popular y que tenían dudas de cómo sonaría en un marco de mucha guitarra y bombo. Y tuvo éxito, tanto que ellos mismos advertían que Los Hermanos Ábalos no eran Los Hermanos Ábalos si en el escenario no estaba el piano.
Lo cierto es que ese folclore, que no es el mismo que hicieron contemporáneos suyos como Los Cantores del Alba o Los Fronterizos, es el que más se metió en los ámbitos de enseñanza del género. Todas las academias, las escuelas, los actos con bailes incluidos, los tuvieron como referentes.
Para la anécdota, Adolfo Ábalos se dio un gustazo que a muchos aún hoy les hubiera gustado darse. En Nueva York, junto a sus hermanos, hicieron una zapada con Louis Armstrong, pero no quedó ahí su vuelo internacional, sino que también fueron al Vaticano, donde ofrecieron dos conciertos, llegaron a Tokio, a París, a Roma.
Los Hermanos Ábalos tuvieron discreción con su fama, no fueron más allá de lo que el crecimiento como grupo les fue permitiendo, y así como alcanzaron vuelo internacional, volvieron mil veces a su Santiago, donde se sentían más a gusto que en el mejor hotel internacional.
Adolfo Ábalos estaba a punto, a su edad, de empezar de nuevo como solista, no podía despegarse de la música, tenía cuerda para rato para seguir en los escenarios y sus hermanos ya no querían más presentaciones, salvo algunas apariciones en televisión.
La pérdida de Adolfo Ábalos no tiene costados mediáticos, no tuvo la trascendencia que vende, pero sí deja un gran vacío en la enseñanza de un estilo de folclore que, aunque pasaron décadas, nadie fue capaz de superar.
JORGE VERGARA
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