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Una razón, acaso la principal, por la que doctrinas extremistas como el fascismo, el comunismo, el nacionalismo exacerbado y el islamismo logran atraer a una multitud de personas vigorosas, inteligentes y en algunos casos muy bien instruidas, consiste en que sirven para legitimar la violencia. Aunque quienes las han abandonado suelen jurar que lo que los fascinó eran ideales que creían nobles y siempre contrarios a los métodos más espeluznantes empleados por sus ex congéneres, no cabe duda de que les resultaba fundamental el supuesto derecho, cuando no el deber, de matar por ellos, ya que para individuos de cierta mentalidad es irresistible la voluntad de suponerse por encima de la blanda "ética burguesa". Asimismo, a juicio de muchos militantes, el ser capaz de cometer crímenes gravísimos al servicio de una causa determinada constituye una forma de probar que es mucho más que un capricho. He aquí un motivo para sentirse preocupado por lo que está sucediendo en la Argentina. Personajes como Luis D'Elía y Emilio Pérsico, que lideran grupos de choque, han logrado convencerse de que se justifica la violencia en defensa del "pueblo" y, para colmo, cuentan con el apoyo de miembros del gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, quien -por su parte- a veces habla de un modo más apropiado para una cabecilla revolucionaria que para una política democrática al dar a entender que sus adversarios son "golpistas" que están preparándose para derribarla. A sabiendas o no, está creando las condiciones para que una vez más los iluminados, los dueños de la verdad absoluta, salgan para obligar a todos a someterse a sus designios. Las palabras que se usan importan. Quienes afirman con vehemencia maniquea que hay que elegir entre "la patria" y "la colonia" o "el imperialismo" no abogan por la tolerancia mutua, sino por la guerra. Asimismo, al intentar hacer creer que las reglas de la política local no han cambiado desde el tiempo en que era una joven estudiante de Derecho y se daba por descontado que, como decía Mao Tse-tung, el poder político brota del cañón de un fusil -una tesis cuyo realismo brutal sería confirmado por los militares- Cristina está invitando a quienes sienten nostalgia por aquel período nefasto y sanguinario a procurar restaurarlo. Y cuando califica de "oligarcas" a los productores rurales, incluyendo a los más humildes, la presidenta los convierte en blancos legítimos de la ira de los resueltos a reanudar luchas propias de épocas que, para la mayoría, ya pertenecen a la historia. No sorprende, pues, que en los días últimos hayan proliferado incidentes violentos relacionados con la política. El titular de la Sociedad Rural fue atacado por una gavilla de piqueteros. Por enésima vez, camioneros y albañiles se enfrentaron con botellas, piedras y palos en un acto peronista. Son frecuentes las reyertas, por suerte menores hasta ahora, en los lugares bloqueados por ruralistas. El veterano periodista Bernardo Neustadt fue amenazado de muerte. Y aunque parecería que el tiroteo entre asaltantes y los custodios del casi invisible ministro de Economía, Carlos Fernández, careció de connotaciones políticas, contribuyó a intensificar la sensación de que el país podría estar ingresando en una etapa nada pacífica. De ser así, la culpa la tendrá el matrimonio gobernante que ha basado su estrategia política en la descalificación y la profundización de las grietas ya existentes. Hasta mediados del año pasado, pudo salirse con la suya merced a la pasividad de los blancos de sus diatribas y de los atropellos de agrupaciones mayormente izquierdistas que aprovechaban las circunstancias para hostigar a sus enemigos. La falta de reacción de los más perjudicados por la campaña kirchnerista contra quienes formaron parte del régimen militar de treinta años atrás -se les atribuye una posible desaparición y un par de secuestros dudosos- ha sido una muy buena señal, puesto que indica que escasean "golpistas" de verdad en la Argentina actual pero, lejos de celebrar el cambio así supuesto, el gobierno parece decidido a negar que se haya producido. En cuanto a su "política de derechos humanos", a los Kirchner les habrá decepcionado el hecho de que pocos se tomaran el trabajo de criticarlo: el aparente consenso a su favor los ha privado de la posibilidad de figurar como luchadores solitarios contra fuerzas tremendamente poderosas. Por suerte, no parece ser muy grande el riesgo de que la Argentina se entregue nuevamente a la vesania tan típica de la década favorita de los Kirchner. A pesar de los esfuerzos de la presidenta y sus adláteres por calentar los ánimos, la mayoría abrumadora de la población prefiere la convivencia al conflicto. También espera que la presidenta se tranquilice para que pueda completar su gestión sin demasiados contratiempos: el "clima destituyente" que fue denunciado hace poco por ciertos intelectuales orgánicos del kirchnerismo de la primera etapa no es obra de medios de comunicación reaccionarios ni de líderes opositores inescrupulosos, sino del gobierno mismo que, por motivos un tanto misteriosos, está decidido a dar prioridad a su batalla supuestamente heroica contra fantasmas convocados desde el pasado, postergando hasta nuevo aviso cualquier intento de hacer frente a los problemas auténticos del país como el aumento de la mortalidad infantil, la brecha creciente entre los relativamente acomodados y los pobres "estructurales", la inflación ya galopante, la escasez de energía, el penoso aislamiento internacional, la ineficiencia burocrática y una serie muy larga de otros males. En el Primer Mundo, los gobiernos que fracasan se ven reemplazados por otros mediante los mecanismos previstos por el sistema democrático. En el Tercero, las transiciones a menudo son mucho más traumáticas. Puede que a Cristina, su marido y sus paladines más conspicuos, hombres como D'Elía, Pérsico, Carlos Kunkel y Hugo Moyano, un desenlace tercermundista les pareciera más digno que una eventual derrota electoral, pero para los demás sería mucho mejor la aburrida normalidad primermundista. Aunque es de esperar que los Kirchner finalmente opten por la alternativa democrática, su conducta reciente hace temer que se quedarán atrapados en el drama setentista que inventaron, al parecer porque no les gustaron para nada los papeles que les tenía reservado el mundo globalizado y, lo que a su juicio es peor, bastante "neoliberal", de la primera década del siglo XXI. JAMES NEILSON
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