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Las cosas empezaron hace unas pocas semanas con la suba y escalonamiento de las retenciones sobre la exportación de algunos productos agrarios, una medida en apariencia inocente. Pero los hechos que se han sucedido muestran, para sorpresa de muchos, que la misma habría de empujar un proceso social revulsivo y de resultado impredecible. Uno puede imaginar ahora (aunque seguramente exagerando) que ese asunto -minúsculo en términos relativos- guarda un parecido con el impuesto al té de la Corona británica, que desató la revolución y la independencia de las colonias norteamericanas. Porque sucede que nos hallamos -al compás de la enérgica movilización de la gente del campo- en medio de una barahúnda de acontecimientos inéditos cuya previsión se le escapa al analista más sagaz, que nadie sabe cómo se resolverá y (lo más imprevisible) qué consecuencias políticas finalmente tendrá. Lo que aquí queremos tratar son aspectos poco advertidos que se refieren, por una parte, a la torpeza intelectual del gobierno en su hacerse cargo de la actualidad del campo y, por otra, a los cambios ocurridos en el paisaje social agrario en el que el oficialismo aventuró sus zarpas y en relación con el cual se obstina en estos días en no ceder. El señor K exhibe, sin disculpas, un déficit que han señalado a toda voz hasta los menos exquisitos oradores de la gente del campo en las rotundas manifestaciones de estos días: ignorancia. No ha advertido cómo han cambiado las cosas en los últimos años. Ha ignorado que nos hallamos, le guste o no, en un mundo realmente globalizado que premia o castiga sin piedad a los remisos. No se ha dado cuenta de que el campo, que él conoce sólo a través de su bufete de abogados y sus fobias juveniles, ha cambiado sustancialmente desde que aplica tecnologías de vanguardia en la siembra, las semillas, la cosecha, el almacenaje, el manejo y la comercialización de sus productos; es, decididamente, otro que el que nos pintaban los críticos de la emblemática Sociedad Rural de los terratenientes. Descalifica como yuyos a oleaginosas cuya exportación engorda sin tasa las arcas fiscales. Mira esquinadamente, de soslayo, a la agroindustria y a la pujante empresa nacional de maquinaria agrícola. No se ha asomado siquiera a los suplementos periodísticos que vienen mostrándonos ferias con infinitas filas de tractores, cosechadoras, silos y artefactos supermodernos junto a rostros inteligentes, curiosos y curtidos de agricultores, ganaderos y empresarios que están al día en cuanto a la nueva revolución productiva. ¿Cómo es que se reúnen, por qué tanta unanimidad en el rechazo, cuál es el motivo de que no discutan ni se peleen siendo que varias organizaciones representan intereses distintos?, se preguntan algunos del gobierno que se esperanzaban en dividirlos. La respuesta más clara es también la tecnología, la panoplia de herramientas técnicas de que en estos tiempos los hombres del campo disponen. Ahora se juntan, participan y acuerdan porque todos se informan, muchísimos manejan internet, leen los diarios, madrugan escuchando informativos, se desplazan en camionetas, están al tanto de los consejos de los grupos técnicos, de las cotizaciones, de las tendencias de los mercados. Y, no menos importante, se citan por correo electrónico y a través de celulares para las protestas colectivas al borde de las rutas, las manifestaciones y las asambleas. Los de ahora ya no son aquellos campesinos de otras épocas, aislados, solitarios, desinformados y aguantadores de los burócratas que pautaban sus vidas desde las oficinas públicas. Como no existe más el arado a mancera, tampoco los viejos chacareros con un almanaque atrasado en la cocina y una libretita de almacenero para sus cuentas. Ahora constituyen una colectividad de gente equipada, alerta y reflexiva, que hace sus números con una calculadora, que sabe bien de lo que se trata y lo que le conviene. Pero hay quizá -es por lo menos bueno ilusionarse- un cambio que va a lo hondo y tiene que ver con algo todavía más importante, ciertos valores que parecen en proceso de recuperación por amplios sectores de la sociedad. Pueblan el ambiente rebelde voces que, como en mejores tiempos, hablan de libertad y derechos, de dignidad, de no arrodillarse, de responsabilidad y altivez. Es como si, a pesar de actitudes criticables de unos pocos que han cortado rutas en violación de la ley, asistiéramos a un escenario inesperado de aumento del "capital social" de los argentinos, de solidaridad abierta y manifiesta en torno de intereses que se tienen por legítimos. Y hay, a fortiori, indicios concretos de la posibilidad de un renacer en cuanto a la presencia de las provincias en la política nacional, de un reflotamiento de la idea de un federalismo a tono con el espíritu de la Constitución, burlado desde hace tiempo, con la complicidad de gobernadores y representantes del pueblo, por un populismo abusivo y un centralismo soberbio. HÉCTOR CIAPUSCIO (*) Especial para "Río Negro" (*) Doctor en Filosofía
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