"Para mi, correr no es un deporte, es mi manera de vivir", repite nuestro héroe al volante, a veces con diferentes palabras, otras sólo con sus acciones.
Esa manera de "vivir a toda velocidad" es lo que intentaron plasmar los hermanos Wachowski en su adaptación del célebre cómic japonés a la pantalla grande en "Meteoro". Velocidad que trae aparejada grandes hallazgos y también algunos desaciertos y dependerá de cada espectador la elección de unos por sobre otros, o viceversa. Lo que sí es claro es que la experiencia no pasará desapercibida ni será otra más (y van...) de tantas películas sobre héroes que invaden las pantallas últimamente.
El filme plantea una anécdota sencilla sin demasiadas pretensiones, lo que es una clara muestra por parte de los directores de recuperar el espíritu lúdico del dibujo animado y su visión de un mundo de buenos y malos, claramente opuestos y sin ninguna media tinta. O muy malvados o increíblemente bondadosos, los personajes que pueblan la cinta están lejos de los héroes culposos y conflictivos que transitan volando, entre telarañas o vestidos de hierro, las cintas recientes. Si bien son decisiones más que aceptables para humanizar al personaje y establecer una empatía mayor con el público, es evidente que los Wachowski intentaron escaparse adrede de esa línea y construir un mundo de ingenuidad alejado de los planteos filosóficos de su trabajo previo en "Matrix". Aquellos que esperen algo similar, deberán olvidarse de antemano.
Aquí, Meteoro es un joven corredor que compite con su auto Mach 5 creado por su padre y vive en un mundo cromático, con una familia sólida y protectora, siendo su conflicto la muerte de su hermano mayor, Rex, quien era su ídolo y también un piloto experimentado. Luego de triunfar en su última carrera, el astro es tentado por la famosa empresa Royalton para que corra como miembro de su escudería, pero su negación a formar parte de un negocio multimillonario lo obliga a soportar la persecución del poderoso dueño de la firma, quien está decidido a destrozar todos sus idílicos sueños sobre ruedas. Con la ayuda del misterioso Enmascarado, Meteoro logrará clasificar para el Grand Prix y consumar la ansiada victoria.
La crítica al mundo del deporte automovilístico es simple y carece de algún sesgo de denuncia y la figura del Enmascarado no tiene los aspectos más contradictorios del animé original, nuevamente en una clara decisión de los directores a la hora de brindarle a la historia un tinte naive, sin otra pretensión que la de entretener. Esta narración ha despertado la mayor cantidad de críticas, tanto en los especialistas como en los seguidores del dibujo animado original y en los admiradores del dúo de
trás de las peripecias de Neo. Objeciones que parecen tener más relación con las expectativas que con la naturaleza del filme en si, lo que no quita que en los diálogos algo acartonados y plagados de frases hechas, que poco les permiten a los actores del notable elenco, este el mayor déficit de la película.
Lo que sostiene la cinta, inclusive a riesgo de aturdir y empalagar al espectador, es su increíble diseño de producción y la fastuosidad de las escenas en las que los autos son los principales protagonistas. La creación de un mundo diferente con toques de algunos de los mejores espacios creados por Tim Burton y con todo el kitsch y los colores desmesurados que recuerdan a la estética de Almodóvar, consiguen el gran deseo de los realizadores de entrar a un universo distinto del que no hay escapatoria. Sumado a eso, la acción constante de las carreras (son tres competencias bien administradas a principio, mitad y fin de la historia) con un bombardeo de destellos y colores plenos que resultan tan sofocantes como embriagadores, son los principales valores de la cinta.
Es muy posible que el espectador se sienta atrapado adentro de una especie de flipper gigante, sin control absoluto del juego, pero las sensaciones generadas a partir de esto y la emoción que producen son pura adrenalina.
Muchos juzgarán la inocencia de la historia, el bombardeo excesivo de colores, la falta de planteos filosóficos e inclusive la fastuosidad del proyecto, pero como entretenimiento puro con un gran aprovechamiento de los avances de la tecnología y como experiencia distintiva, la película cumple con su cometido. Aquel que esperaba más oscuridad, deberá esperar la próxima vuelta.
ALEJANDRO LOAIZA
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