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EN CLAVE DE Y: ¿Indigentes? | ||
Indigente: adj. Falto de los medios necesarios para vivir. Convengamos que el lenguaje común convirtió el adjetivo en sustantivo, y semejante comienzo lingüístico tiene que ver con la rotulación comúnmente usada (y abusada, creo) para designar estas personas con las cuales nos cruzamos, o tratamos de no cruzarnos. Porque el imaginario de esta palabra es condenatorio. Admitámoslo: detrás de las expresiones cuasi culposas del tipo "esta pobre gente, abandonada por su familia", "alguien tiene que hacer algo", aparece el temor y el rechazo, hijos del prejuicio y el desconocimiento. El tema viene a cuento por algo que me pasó, y que quiero compartir con usted, porque hasta tiene su lado gracioso, o asombroso; y mejor diré que la asombrada fui yo. En la parte trasera del Hospital Regional de Neuquén hay una suerte de cueva, o bóveda, producto de la curva natural del edificio. Habitan la susodicha cueva personas de variada edad y sexo, generalmente acompañadas de perros que comparten la seguramente magra comida, las raídas mantas y no podría asegurar si también comparten las tetrabrik y el "Río Negro". Sí, mis estimados amigos, mis apreciadas amigas. ¿O usted creía que los indigentes no se informan? Yo sí lo creía. De modo que estaba por cruzar la calle y confieso que dudé en cambiar de vereda, por ese asunto de los prejuicios. Sin duda que influyó en mi objetivo resquemor el observar que uno de los famélicos animales ocupaba casi toda la vereda, y los perros callejeros prenden mi semáforo en alerta amarillo casi antes que mi mente lo registre. Pero me largué nomás, dispuesta a luchar contra ese imaginario según el cual la gente sucia, desaliñada, olorienta de todo olor, es potencialmente delincuente. Así que avancé cada vez más despacio, a causa del susodicho perro, y mirando de reojo al resto de animales y humanos apretujados en semicírculo. Uno de los "indigentes" tenía el diario abierto, de modo que yo veía claramente los titulares y uno me llamó la atención, informándome que "el gobierno de Neuquén adhirió a la Concertación", y tal fue mi sorpresa que me quedé parada. Lo cual permitió que registrara a) que uno de ellos leía, b) que el resto hacía comentarios y se reía, c) que hablaban del triunfo de Boca, d) que a los perros ni fu ni fa, ni la Concertación, ni el fútbol, ni yo. No sería común que alguien se parara frente a ellos, porque cesó la lectura y un par de ojos azules que ojalá tuviera yo (o cerca mío) me observaron desde una cara barbuda de un tipo que no tendría más de treinta años. Estoy segura, absolutamente segura, que los prejuicios de ambos lados impidieron la natural continuidad de la escena: que me ofreciera leer lo que me interesaba, o que yo se lo pidiera. Lo que pasó es que seguí caminando, tratando de digerir tanto el impacto ante el golpe político que, usted sabrá, está dando tanto que hablar, como del hecho de que mis "indigentes" estaban leyendo el diario. Quizás "Boquita" querido cambió las prioridades económicas del día; quizás algún diariero solidario los ayuda de vez en cuando; quizás... lo cierto es que me puse a pensar que lo que usted y yo llamamos "abandono" haya devenido en una pequeña familia que sustituye a la otra, a la de la sangre, y que por alguna razón hay gente que encontró su hogar verdadero en la calle. Y que opera, al margen del Estado y de otras instituciones, una red marginal; a su modo, tan eficaz como la de quienes estamos "del lado correcto" del sistema. Piénselo: hasta la madre Teresa de Calcuta, si alguna vez fue demorada por la policía y le sacaron esas fotos sombrías con un rótulo, parecería La Monja Asesina. Y usted y yo conocemos casas muy prolijas dentro de cuyos muros faltan, humanamente hablando," los medios necesarios para vivir".
MARIA EMILIA SALTO
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