La estrategia kirchnerista de limitarse a sacar provecho del fuerte crecimiento macroeconómico posibilitado por una coyuntura internacional sumamente favorable funcionó muy bien hasta mediados del año pasado, pero ya antes de que Néstor Kirchner entregara el poder a su esposa comenzaban a proliferar las señales de que el "modelo" que el matrimonio se negaba a actualizar estaba por agotarse. Desde que Cristina Fernández de Kirchner inició su gestión, los problemas de todo tipo se han multiplicado a un ritmo alarmante, pero el gobierno que encabeza parece congénitamente incapaz de enfrentarlos. Que éste haya sido el caso resulta lógico puesto que los Kirchner son contrarios por principio a los cambios significantes, en especial a los "estructurales" que suelen resultar necesarios cuando es cuestión de frenar la inflación. Su reacción instintiva ante las dificultades que surgen consiste en aferrarse al statu quo, afirmándose dispuestos a resistirse a todas las presiones que atribuyen invariablemente a sus enemigos "neoliberales" o "golpistas".
Resulta, por lo común, inútil pedirle a un gobierno cuya postura siempre ha sido defensiva retomar la iniciativa. Se ha hablado mucho últimamente del "relanzamiento" de la gestión terriblemente decepcionante de Cristina, pero la presidenta no podrá innovar a menos que rompa con lo hecho por su marido, algo que es reacia a intentar. Sorprendería, pues, que el próximo 25 de mayo anunciara la clase de cambios que le permitiera recuperar el prestigio que se las ingenió para perder a partir de la inauguración de su presidencia. Según algunos sondeos, más del 60% de los consultados desaprueban lo que va de su gestión y su imagen personal es llamativamente inferior a aquellas de dirigentes opositores como Elisa Carrió y Mauricio Macri. En vista de que el poder y autoridad de la presidenta dependen tanto de su popularidad, si no consigue convencer a una proporción mayor de la ciudadanía de que está a la altura de sus responsabilidades, se enfrentará pronto con una crisis política muy grave. Y para colmo, la célebre "caja" presidencial ya no contiene el dinero suficiente como para asegurarle el apoyo de los gobernadores provinciales, intendentes municipales y operadores clientelistas que conforman su base de sustentación.
Néstor Kirchner se vio beneficiado enormemente por el estado lamentable de las instituciones políticas del país. Pudo aprovechar la falta de partidos genuinos para fortalecer el poder de la presidencia, cooptando a algunos dirigentes de la UCR, ARI y pequeñas agrupaciones izquierdistas, mientras que el Congreso se borró, dejando en sus manos el derecho a gobernar por decreto sin tener que preocuparse por las eventuales objeciones parlamentarias. Pero la situación en que se encuentra Cristina es muy distinta. Lejos de beneficiarla, la debilidad institucional le juega en contra, ya que para defenderse tiene que depender exclusivamente de los medios nada confiables acumulados por su marido merced al crecimiento y a su negativa a impulsar cambios que podrían suponerle algunos costos políticos. Incluso los afiliados al PJ la abandonarían a su suerte si sospecharan que no está en condiciones de garantizarles los fondos y los votos que precisarían para seguir contando con los privilegios a los que se han acostumbrado. Desgraciadamente para Cristina, corre el riesgo de descubrir que el desorden institucional que le permitió a su marido construir en un par de años aún más poder que el consiguió el ex presidente Carlos Menem en el transcurso de su decenio en la Casa Rosada y darle la presidencia de la República sin tener que preocuparse por elecciones partidarias internas, debates públicos u otros trámites habituales en las democracias maduras, también podría hacer posible que se esfumara en un lapso muy breve. Sucede que, como sistema, el hiperpresidencialismo es por su naturaleza precario. Al carecer la Argentina de las instituciones bien estructuradas que en otras latitudes sirven para garantizar cierto grado de estabilidad en tiempos difíciles, sus gobiernos son mucho más vulnerables a los cambios repentinos del clima político de lo que resultan sus equivalentes en los países desarrollados, razón por la que Cristina no puede darse el lujo de continuar cometiendo errores.