Muchos dirigentes políticos en países de largas tradiciones democráticas tienen motivos de sobra para sentirse injustamente tratados por medios periodísticos determinados, pero pocos intentan responder criticando directamente a quienes los molestan por entender que les sería contraproducente. Y a ninguno en sus cabales se le ocurriría autorizar una campaña similar a la emprendida por organizaciones oficialistas contra el Grupo Clarín que hace algunos días empapeló las paredes de la Capital Federal con miles de afiches en que se acusa al matutino porteño de mentir, apretar e impulsar la inflación ya que todos saben muy bien que tales maniobras son propias de sociedades autoritarias atrasadas. Como es natural, los ataques furibundos de los kirchneristas contra el Grupo Clarín que, además del diario homónimo, cuenta con varios canales televisivos, han alarmado no sólo a miembros de partidos opositores sino también a algunos peronistas, como el ex gobernador bonaerense y actual diputado Felipe Solá. Temen que los enemigos de la libertad de expresión que anidan en el entorno kirchnerista se acostumbren a hostigar a todos los medios que se animen a difundir opiniones que no son del agrado del matrimonio gobernante o, peor aún, a llamar la atención sobre hechos que preferirían mantener ocultos. Después de todo, si no vacilan en atacar con furia al grupo que es considerado por muchos el más poderoso e influyente del país, estarían más que dispuestos a ensañarse con diarios, emisoras radiales y canales televisivos que no cuentan con recursos económicos equiparables a los de Clarín.
¿Por qué actúa así el gobierno a través de organizaciones supuestamente autónomas? En parte será porque, como es notorio, los Kirchner son personas intolerantes a quienes no les gusta para nada el disenso. Asimismo, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner nunca ha disimulado su convicción de que el éxito político depende de la imagen o, como ella dice, del "relato", de suerte que querría asegurar que los medios de difusión se limitaran a propagar la forma oficial de interpretar los acontecimientos. Pero no sólo se trata de una estrategia elaborada por autoritarios que basándose en la noción escasamente democrática de que por haber recibido la presidenta el 45% de los votos emitidos en las elecciones de octubre pasado tiene derecho a intimidar a quienes piensan distinto. También es cuestión del nerviosismo de un gobierno que siente que la mayoría lo ha abandonado y, por haberse comprometido con un "relato" falso, no sabe qué hacer para recuperar el apoyo perdido a menos que logre convencer a la gente de que su "verdad" particular es la única aceptable.
En la raíz de la hostilidad oficial hacia Clarín está la decisión del entonces presidente Néstor Kirchner de poner el INDEC al servicio de su "proyecto". Al distanciarse la inflación real de la oficial, todos los medios, incluyendo, desde luego, los de Clarín, tuvieron que elegir entre privilegiar su relación con un gobierno vengativo por un lado y, por el otro, lo que sabían era lo que efectivamente sucedía en la economía nacional. Por fortuna, casi todos optaron por informar a su público que los precios aumentaban a un ritmo decididamente superior al preferido por el gobierno. Y, como no pudo ser de otra manera, la falta de confianza en la veracidad de las estadísticas oficiales no tardó el incidir en su forma de tratar todo cuanto hacían los Kirchner y los integrantes de su equipo del que muchos, claro está, han hecho gala de un talento notable por protagonizar escándalos. Para remediar el daño causado por los errores abundantes -y cada vez más frecuentes- que ha cometido, el gobierno de la presidenta Cristina tendría que modificar radicalmente su conducta, pero es evidente que no lo hará. Puede preverse, pues, que persistirá el conflicto que se ha desatado entre los Kirchner y Clarín, además de muchos otros medios como "La Nación" y "Perfil", y que se multiplicarán los intentos de agrupaciones como la que se llama La Cámpora para silenciarlos, lo que sólo servirá para desprestigiar aún más a una administración que es artífice principal de sus propios problemas pero parece congénitamente incapaz de entenderlo.