Me gusta el folclore, pero me da vergüenza decirlo. Más o menos así pudo ser la frase que un docente escuchó hace tiempo en una escuela y me la comentó al pasar. Casi me pareció anecdótico y ni siquiera me sorprendió porque es posible que se vea a este género como la música de una minoría.
Pero otro profesor de música, que dicta clases en la Región Sur, donde se supone el folclore está más arraigado, me contó en un mail que algunos de sus alumnos admitieron también el gusto por esta música pero que no se animaban a decirlo y en cambio afirmaban su gusto por el rock para que los demás no los cargaran.
Y ahí empecé a entender que algo está pasando con la música folclórica, que en todo caso no es muy tomada en cuenta en las escuelas, pero que tampoco es muy inculcada desde el hogar. Y lejos está pretender que los chicos escuchen sólo folclore, que se olviden de otros géneros, porque soy de los que sostienen que la música es universal. Pero lo que no se inculca se muere.
Sabemos que en el folclore también hay malos intérpretes y malos creadores, muy malos en algunos casos, pero los hay de los buenos, de los que saben de la música, de los que la hacen con rigor y de los que respetan el folclore en todo sentido, pero desde la casa hasta la escuela existe el deber de inculcar la música, a modo de enseñanza, que hacen e hicieron nuestros creadores.
Mire, un profesor de música me admitió que muchos de los alumnos no saben quién es Atahualpa Yupanqui, pero sí conocen a cada uno de los integrantes de un grupo de rock o de un grupo de cumbia. Y no está mal que conozcan mucho de otros géneros, sí está mal no conocer a uno de los grandes creadores de la música folclórica.
Las comparaciones no resultan simpáticas jamás, pero sirven para ejemplificar lo que sucede con los géneros propios de cada país. Los chilenos hacen un culto a la cueca, su música y baile por excelencia y nadie tiene vergüenza a la hora de mostrarlo públicamente. Y es un país permeable a la música, donde hasta el festival de Viña del Mar muestra los géneros más aclamados del mundo, pero siempre reservando un lugar de privilegio para la cueca.
Da tristeza, si es que sirve el término para definir el relato, que alumnos de las escuelas tengan vergüenza o temor de decir cuál es la música que les gusta.
No es que sea mejor o peor que otros géneros, es la música que hizo y hace una amplia franja de creadores argentinos capaces de llevarla por el mundo y cosechar el reconocimiento de países infinitamente lejanos, pero que supieron admirar las características del folclore.
El mejor modo de reservar a esta música un lugar a futuro, es que cada día se divulgue, que los medios de comunicación hagan su parte, que las escuelas aporten lo suyo, que en los hogares se hable de tal o cual intérprete con la misma soltura y el mismo espacio que se dedica a otros. De no ser así, en un futuro no muy lejano estaremos lamentando que el folclore forme parte sólo de la historia musical de este país y no de su presente musical.
Son muchos los actores que tienen que ver con su vigencia y allí es donde el rol de los docentes y los comunicadores es doblemente importante.
JORGE VERGARA
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