Si sólo se tratara de una contienda deportiva, el que Cristina Fernández de Kirchner tenga "aguante" sería una buena noticia pero, lo entiendan o no la presidenta de la República y su marido, está mucho más en juego que la capacidad del gobierno para mantenerse inconmovible hasta que por fin los productores rurales depongan su actitud. Cuanto más dure el conflicto que fue desatado por la decisión de cobrarles a los agricultores retenciones móviles, mayores serán los perjuicios tanto para el sector más dinámico - y más interesado en modernizarse- de la economía nacional como para el gobierno mismo, cuya torpeza arrogante y un grado de confusión realmente extraordinario, puesto que el jefe de Gabinete se ve subordinado al secretario de Comercio y a su vez sólo responde a Néstor Kirchner, ya le han costado el apoyo de una franja muy importante de la sociedad. Aunque la renuncia de Martín Lousteau le dio una oportunidad para atribuirle el aumento drástico de la presión tributaria que tanto enojó al campo para entonces adoptar un esquema distinto, el gobierno eligió encuadrar el enfrentamiento en un "relato" oficial fantasioso según el cual los chacareros que cortan rutas son militantes oligárquicos y golpistas y la presidenta Cristina es una defensora valiente del bolsillo popular.
Al tratar así el conflicto, Cristina y su marido aseguraron que se prolongara. Virtualmente obligaron a los productores rurales a mostrarles que ellos también son capaces de "aguantar". Si bien les será costoso continuar la lucha, la negativa del gobierno a hacer concesiones no les da más opción que tomar medidas que afectarán sus propios ingresos y los del Estado. El primer día del segundo paro no hubo operaciones en la Bolsa de Cereales ni embarques de granos, lo que privó al gobierno de por lo menos 80 millones de dólares estadounidenses y motivó temores en el mercado de cambios al reducir la capacidad oficial para intervenir. Asimismo, si como resultado de la postura agresiva del gobierno los productores cumplen su amenaza de dejar de sembrar, las pérdidas podrían ser enormes. Igualmente desalentadora ha sido la voluntad del gobierno de aliarse con pequeñas agrupaciones que son contrarias al cultivo de soja y, a juzgar por la retórica de sus dirigentes, a toda exportación de alimentos: de no haber sido por la venta de grandes cantidades de soja, la situación actual del país sería todavía peor de lo que era en el 2002.
El gobierno apuesta a que tarde o temprano los productores se declaren derrotados ya que no es de su interés seguir perdiendo tiempo valioso organizando protestas y cortando rutas. Por su parte, los ruralistas creen que los costos políticos para el gobierno de permitir que el conflicto se prolongue mucho más serán tan elevados que no tendrá más alternativa que modificar su estrategia. Tanto los Kirchner como los líderes del campo aciertan cuando señalan que sus adversarios tienen buenos motivos para esperar que el enfrentamiento se resuelva pronto, pero ninguno está en condiciones de prever el desenlace, razón por la que sorprendería que el país volviera a la normalidad en las semanas próximas. Según parece, Néstor Kirchner está tan resuelto a anotarse un triunfo inequívoco sobre el campo que a esta altura no le importa del todo el precio político que su mujer tenga que pagar para conseguirlo. Sin embargo, aun cuando andando el tiempo los agricultores terminen perdiendo el apoyo del grueso de la clase media urbana, el gobierno no saldría ileso de la lucha que ha provocado. La red de sustentación conformada por gobernadores provinciales, intendentes municipales y diputados dóciles de la que depende ya está deshaciéndose al darse cuenta cada vez más políticos de que no les convendría en absoluto alejarse demasiado de los votantes de sus respectivos distritos: como afirmó el líder más conocido de la rebelión campestre, Alfredo De Angeli, "le aviso a la presidenta que se le están yendo los soldados por la puerta de atrás". Así las cosas, a lo mejor los Kirchner podrían lograr una victoria a lo Pirro que les permita ufanarse de haber derrotado al campo pero que les haya supuesto costos políticos tan abultados que les sería muy pero muy difícil gobernar el país con un mínimo de éxito en los más de tres años y medio que nos separan de diciembre del 2011.