Hay muchas cosas que singularizan -e inquietan- a este país a lo largo de su corta historia. Las retenciones a las exportaciones agropecuarias, que por su elevado porcentaje son, sino las más altas, unas de las más altas del planeta, figuran en un primer lugar, sobre todo porque el gobierno se ha emperrado en mantener las móviles vigentes desde el 11 de marzo, y los productores de la alianza cuatripartita en la que conviven la Sociedad Rural y la Federación Agraria, en rechazarlas. Hoy, cuando comienzo a escribir, me entero de que los agraristas han vuelto al paro, bien que aclarando que no cortarán las rutas. Si a eso le sumamos el malestar por los precios, que en este país, unas veces poco y otras mucho siempre suben, y el que nos estemos convirtiendo en una tierra asolada por el humo y las cenizas -vengan de pajonales incendiados en la costa del Paraná o de un rabioso volcán chileno- podemos convenir en que hay motivos para el desasosiego. Para colmo, escasean las monedas, lo que para los habitantes de la capital del país, que las necesitan para pagar el colectivo, es una angustia cotidiana. Todo eso, aunque los boquenses, que son la mitad más uno, se hayan sentido felices una noche porque su equipo le ganó a un mediocre elenco brasileño.
También se sienten felices quienes militan en el nacionalismo ingenuo, porque la llamada "argentinización" de la Argentina, que venía desargentinizándose desde hace mucho tiempo, sigue avanzando. Ahora, la que vuelve a nosotros de la mano de un empresario compatriota que vive en Montevideo, Juan Carlos López Mena, es la empresa que, llamada Aerolíneas Argentinas, no lo era porque estaba en manos de capitales españoles.
En el imaginario colectivo, estimulado por cierta prensa, el "argentinismo" patriótico devuelve a nuestras manos, sean las de un peón o las de un ricachón, lo que estaba en manos de extranjeros. Eso, por sí mismo, sería bueno, aunque hasta ahora nadie se haya ocupado de demostrarlo, aunque sólo sea para refutar a Carlos Marx en su definición de que los capitales no tienen patria.
Hasta ahora, el "leading case" de la argentinización venía siendo el configurado por el ingreso del grupo Eskenazi a la petrolera Yacimientos Petrolíferos Fiscales, que había dejado de ser fiscal (es decir, estatal) desde que la "blitz" privatizadora de Carlos Menem -con el concurso complaciente de los gobiernos de las provincias petroleras- la vendió.
Es verdad que ha pasado poco tiempo desde que don Enrique Eskenazi, sentado sobre su participación accionaria del 15 por ciento, comenzó a asistir a las reuniones del directorio de YPF. Pero uno no puede dejar de ver que los combustibles siguen escaseando y que, como siempre sucede cuando la oferta decrece, el precio crece. ¿O será que el capital aportado por el grupo Eskenazi -dueño de varios bancos- tampoco tiene patria? (pensándolo bien, mejor no avanzar en esta digresión de tono marxista, aunque parece oportuno explicar que Marx tenía sus motivos personales para renegar del patriotismo porque, corrido de la Alemania donde nació, después debió dejar París porque era persona no grata para el régimen de Napoleón III, y finalmente terminó sus días estudiando en la biblioteca del Museo Británico).
Hay gentes que denuncian la extranjerización de la propiedad rural como una amenaza peor que el volcán Chaitén -que, ojo, es chileno- o los japoneses que pescan merluza en el Atlántico Sur. Los modelos más actuales del invasor extranjero podrían ser el italiano Benetton o el norteamericano Ted Turner, adueñados de grandes estancias en la Patagonia. ¿Serían, acaso, mejores los dueños anteriores? ¿Lo fueron los compatriotas estancieros que alentaron la matanza de los peones sublevados a principios del siglo XX?
Jorge Asís, el intelectual que acompañó a Jorge Sobisch en la fórmula del uno y medio, frecuentador asiduo de los cafés de plaza Francia y embajador de Menem en la UNESCO de París, fue un decidido partidario de la argentinización del lenguaje. Debe de sentirse feliz con que ahora nuestros chicos digan "dale" en lugar de "okey". Mucho más feliz todavía cuando la calle Monroe -el presidente de los Estados Unidos que lanzó la consigna "América para los americanos", que eran ellos- pasó a llamarse Juan Manuel de Rosas, un compatriota terrateniente de la pampa húmeda que quiso dar las Malvinas a la muy británica banca Baring en pago de una deuda.
La principal avenida de la capital neuquina es la avenida Argentina. Seguramente, quien tomó la decisión de darle ese nombre tenía un pensamiento argentinizador. De no haber sido así, se podría haber llamado, por ejemplo, Calfucurá. Un horror.
JORGE GADANO
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