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Deuda eterna | ||
Al ex presidente Néstor Kirchner le gustaría hacer pensar que merced a su firmeza la Argentina logró liberarse de la deuda externa asfixiante que tantos problemas le había causado, pero si bien la situación actual dista de ser tan grave como la del 2001, el que el año pasado su monto llegara a superar el registrado en vísperas del derrumbe del gobierno de Fernando de la Rúa es cuando menos preocupante. Según cifras difundidas por la Secretaría de Finanzas, en la actualidad totaliza 144.728,6 millones de dólares estadounidenses, contra los 144.222 millones del 2001, o sea, equivale al 56% del PBI cuando seis años antes era del 54%. De incluirse los 29.000 millones de dólares que se deben a los bonistas que se negaron a aceptar el canje propuesto por Kirchner, la deuda sería aún mayor, de 173.000 millones: aunque el gobierno insiste en que los "hold outs" no tienen ninguna posibilidad de recuperar su dinero, mientras no se llegue a un acuerdo que los satisfaga el país no podrá reintegrarse plenamente al sistema financiero mundial. Tampoco le será dado soñar con emular al Brasil que -para regocijo del presidente Luiz Inácio "Lula" da Silva que dice que "estamos viviendo un momento mágico"- acaba de ser calificado de "grado de inversión" por la agencia estadounidense Standard & Poor's, lo que lo ubica entre la elite conformada por los países considerados seguros. En cierto modo, se trata de una mala noticia para la Argentina: se teme que una consecuencia sea que los interesados en probar suerte en América Latina se concentren aún más que antes en las oportunidades disponibles en un vecino que, por haber respetado las reglas que rigen en la comunidad internacional, es considerado confiable. Por ahora, la abultada deuda externa no figura entre las preocupaciones principales del gobierno, de la ciudadanía o de los economistas especializados, ya que a diferencia del 2001 nadie cuestiona la capacidad del país de continuar pagando los vencimientos a tiempo. Por lo demás, aún hay un superávit fiscal saludable, los plazos son mejores y las tasas de interés menos punitivas. Con todo, de modificarse la situación tan abruptamente como prevén algunas consultoras extranjeras, podríamos encontrarnos nuevamente en dificultades. Como le han recordado al gobierno los productores rurales, hay un límite a la presión impositiva que la gente está dispuesta a tolerar y resulta forzoso reconocer que a pesar del buen estado de las cuentas nacionales la mayoría de las provincias está en rojo. Así las cosas, aunque el panorama dista de ser tan desastroso como era en la etapa final de la convertibilidad, el gobierno no puede darse el lujo de actuar como si la deuda, que propende a aumentar, no planteara peligro alguno. A menos que opte pronto por frenar la expansión desbocada del gasto público, el peso de la deuda no tardará en dejar de ser tan liviano como nos hemos acostumbrado a creer. En el exterior, sobre todo en los centros financieros estadounidenses, los más parecen convencidos de que el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner no logrará manejar la economía con la racionalidad necesaria, de ahí el aumento del índice "riesgo país" que es tan alto como el de Ecuador y Venezuela. Esto quiere decir que, a juicio de quienes confeccionan dicho índice, la Argentina podría caer una vez más en default por no tener acceso a los créditos que le permitirían permanecer solvente. A la luz de las cifras económicas disponibles, tales temores parecen exagerados, pero quienes aconsejan a los grandes inversores tienen que pensar en el mediano y el largo plazo, no, como suele hacer nuestro gobierno, sólo en lo que podría ocurrir en las semanas próximas. Conforme a sus cálculos, las repercusiones del embrollo financiero originado en Estados Unidos que está agitando los mercados internacionales no podrán sino hacerse sentir aquí, mientras que no hay ninguna garantía de que los precios de los commodities sigan siendo tan elevados como han sido últimamente. A su juicio, bajo el gobierno kirchnerista la Argentina no está en condiciones de afrontar con éxito un cambio imprevisto de circunstancias, razón por la que les convendría asumir una postura pesimista para que nadie pueda acusarlos de tratar de venderles fantasías a sus clientes. | ||
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