"Es algo notable comprobar que por mucho tiempo no se habló de la felicidad, pero ahora se habla. En los programas políticos de los países del Primer Mundo de modo manifiesto aluden a la felicidad. Algo que la gente quiere escuchar y entender es un proyecto de vida que tenga que ver con la felicidad. ¿Por qué no se hablaba? Porque se la veía como una abstracción, una utopía irrealizable, un juego metafórico literario... grave error. "La felicidad es un tema importante y no es algo opcional, sino indispensable para sentirse persona", persuade y se exalta José Abadi para abrir el fuego.

-Usted plantea en su último libro que la felicidad no es un punto sino un trayecto. ¿No es bajarle las acciones al paraíso, no es un convite a tolerar la insatisfacción permanente?

-Me encanta la pregunta. Yo digo que la felicidad es un estado y no momentos. Hay momentos de plenitud e instantes de plenitud. Hay instantes de alegría. Pero la felicidad no es "¡uy, qué bárbaro! ¡ganó River!", o "¡esta mina se me dio!" o "qué bueno, cerré este negocio". La felicidad es una construcción que lleva a una determinada manera de transitar la vida. Tiene que ver con algo dinámico, en movimiento. La felicidad no es la perfección. No es algo que está y uno la encuentra por azar, al levantarse de la siesta.

-¿La subjetividad es factor decisivo? Si hay dos personas en situación similar, con la misma historia de vida, ¿una puede ser una feliz y la otra no?

-Hay ciertas condiciones necesarias, hay pilares básicos. Primero, un orden de verdad, pero no la verdad del casete conocido, sino la verdad que incomoda, la que en principio molesta pero después te enriquece porque te hace ver de vos lo que no veías. Esa verdad que le costó la cicuta a Sócrates con su mayéutica. La verdad de la parresia, como decía Foucault. Esa verdad construye. Esa verdad y la autenticidad son pilares de la felicidad. La libertad es el otro, que puedas elegir y renunciar. Y también el placer. Jerarquizar el placer no como lo que tiene que ser escondido, lo que lastima el pudor. No. El cuerpo, el placer, el otro, el dar. Esto es fundamental. No hay ninguna posibilidad de felicidad sin el vínculo con el otro, sin el ángulo relacional que es lo que nos define como seres humanos.

-Entonces no existe la felicidad de la isla desierta. Hay quien podría identificar la felicidad con la soledad, rodeado de todo lo que necesita.

-Sin la presencia del otro es imposible. El sujeto crece en la medida que tiene un entorno familiar que le da tres elementos básicos: amor, protección y disponibilidad. Allí uno va creciendo y va construyendo autoestima. Entonces en ese estado la persona puede buscar, preguntar, cambiar. Una vez que tiene ese mundo incorporado ¿puede ingresar en situaciones de soledad creativa, de introspección, de trascendencia? sí. Pero la soledad del abandono, no. Y lo que hay que borrar del mapa son tres elementos nefastos: la codicia, la voracidad y el enemigo número uno de la clase media argentina, la envidia.

-Usted cita una frase de Groucho Marx: "La felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna".

-Groucho Marx, genio absoluto. Es uno de mis filósofos referenciales. El otro es Woody Allen. En esa frase juega con lo material, tal vez porque entendía bastante que no estaba allí el núcleo. La palabra que está ligada a la felicidad y que no hay que sacarle jerarquía es "disfrutar". Vivíamos en una cultura donde la noción de culpa, castigo, pecado, inhibía el derecho al presente de placer. Hoy esto se ha terminado.

-Uno podría pensar que hoy es más difícil sentirse feliz que hace 50 ó 100 años dados los estímulos del hiperconsumismo, que generan necesidades y vacíos cada vez más grandes...

-Vos querés decir que la infelicidad toma otra forma. No creo que antes se pudiera ser más feliz. Depende de cuánto un sujeto haya buscado en el horizonte, su destino, la autenticidad, que haya podido disfrutar de la generosidad. Lo que pasa es que hoy los obstáculos son más visibles. Tenés una sociedad donde hay un aislamiento brutal, donde el cambio es tan veloz que no es cambio. El otro gran problema es que la sociedad se olvidó de que existen los subcampeones. Es la victoria o la muerte. Eso es funesto. Si comprás ese argumento quedás alienado.

-¿Hay en estas cosas un malestar social y generalizado, un signo de época?

-Sí, por supuesto. Pero las oportunidades están siempre flotando. Sobre esto he discutido mucho y la mayoría de la gente no está de acuerdo conmigo. Creo que las oportunidades flotan permanentemente. Es uno el que las ve. Esto tiene que ver con la porosidad, la permeabilidad. El otro es alguien que me está llamando y a quien yo llamo. No como el potencial enemigo. Hay dos maneras de vivir en una sociedad de mercado: una enferma que es competencia, agresión, destrucción. Y otra sana que es competitividad, cooperación, equipo, alianza.

-Desde la tentación de politizar un poco el tema ¿es posible decir que hay climas sociales o sistemas políticos más propicios para alcanzar la felicidad?

-Pienso que existe una felicidad social. Ciertas condiciones que hacen al desarrollo individual como la libertad para pensar, la libertad para expresarse, el elegir. Una normatividad que incluye a aquellos que dirigen, la sensación de confianza, el permiso del conocimiento, son indispensables. Hay sociedades donde esto no está porque son dictatoriales y opresivas, y lo que se ve es una chatura increíble. Pero también hay sociedades democráticas donde hay impunidad, no hay normatividad ni confianza porque el otro siempre es un transgresor, donde es imposible formar una trama comunitaria porque no hay una identidad que nos legitime. La envidia no nos deja formar alianzas.

-Está describiendo a la Argentina actual, ¿o parece nomás?

-Hace 50 años que nos pasa esto. Una sociedad en la que cuando un auto deja pasar al peatón y éste se repone de la consternación, le agradece al automovilista. Todo el mundo pasa semáforos en rojo y no hay desaprobación social. Yo digo que este país padece de "la desmentida". ¿Qué es esto como situación psicológica? Es el individuo que por ejemplo escucha a un político de cualquier orden, sabe quién es y no le cree una palabra. Pero, escisión mediante, se convence de que dice la verdad y a partir de ahí actúa. Eso es una sociedad enferma.

-En "De felicidad también se vive" usted relata una conversación que mantuvo años atrás con Daniel Cohn-Bendit, aquel líder del Mayo Francés que hoy es eurodiputado, quien dice allí algo preocupante sobre los sueños de la juventud actual.

-Gran alegría produce el periodista a este sujeto al señalar ese encuentro. El Mayo Francés del '68 es un movimiento estudiantil que improvisa, propone e imagina... Claro que después pasó a ser fagocitado por los sindicatos, los partidos convencionales y quedó en la nada. Pero fueron 15 días maravillosos en un año emblemático. Después de escuchar a Sandro, esa entrevista fue lo mejor que me pasó. Con Cohn-Bendit hablamos del Mayo Francés desde el psicoanálisis, la sociología de la cultura en la formación del político, de las ideas de Marcuse, del forzamiento que hubo al ligar a Marx con Freud. Después le pregunté por los jóvenes y me dijo: "Los jóvenes queríamos ser felices tanto antes como ahora. Pero una diferencia: en ese momento queríamos ser los arquitectos de ese mundo. Lo queríamos construir nosotros".

-Desalentador para los pibes de hoy.

-Era su posición, al menos en aquel momento. Es tal vez discutible, pero vale por venir de quien proviene.

-Al abordar la relación compleja entre religión y felicidad usted incluye un cuestionamiento fuerte a los fanatismos, pero luego rescata la espiritualidad del sujeto no religioso. ¿Es un valor deseable en la construcción de la felicidad?

-No es cierto que la religión es la única forma de alcanzar la felicidad. Hay que salir de esa ilusión omnipotente que nos empobrece tanto. Es importante la espiritualidad que, estando o no encuadrada en las convenciones de una religión, reconozca el límite de uno como sujeto. Significa que uno es parte de algo más importante. Y que uno es incompleto y puede fundirse con los otros en algo que lo trasciende, ahí se llega a una espiritualidad que permite alcanzar algo de ese estado de felicidad. No esa cosa acumulativa que brinda sólo satisfacciones inmediatas, propias de una sociedad de mercado y producción. Esto es lo que los griegos buscaban en las fiestas dionisíacas: fusión. La gente juega con la idea de que la orgía es la fiestucha, la partusa. Pero no, las fiestas griegas duraban tres días en los que se terminaban todas las prohibiciones. Era porque decían que si por algún momento la individuación no atravesaba la fusión, la alienación era total. Aquí en la Argentina tenemos 362 días de fiesta dionisíaca y tres días de normatividad. Acá sí es una partusa.

-¿Cuánto tiene que ver la búsqueda de la felicidad con oposiciones como trabajo/ocio o ignorancia/conocimiento?

-La felicidad tiene que ver con tu propio argumento, tus sentidos, tu capacidad de explorar, descubrir, crear, preguntar. Pero preguntar en serio. Norman Mailer decía que el conocimiento está hecho de nuevas preguntas. Es fantástico. Schopenhauer también lo decía de otra forma. El que está instalado en su verdad le pone su palabra al trabajo, al ocio, a todo lo que haga. El ocio es la introspección para llegar a ver aquello que no se veía antes, pero hoy quedó muy deformado. Aquí inventaron el ocio como un producto, que es agotador. Las vacaciones no tienen nada que ver con el ocio. El conocimiento también es indispensable porque abre puertas. Con respuestas, pero también con preguntas. La religiosidad laica tiene también allí un lugar fantástico.

-Si no existe la felicidad completa y definitiva ¿existe la infelicidad absoluta? ¿qué pasa por la cabeza del suicida? ¿qué pasa con la angustia ante la enfermedad, la prisión, la discapacidad, el trabajo alienado?

-Es algo difícil de responder. Un individuo que queda atrapado, que no puede amar, dar, buscar, creo que puede alcanzar un nivel de infelicidad absoluta. Pero no se puede sostener. Hay vidas arrasadas que caminan por la calle. De algunos ni siquiera te das cuenta.

“Dramaturgo y actor”

José Eduardo Abadi asegura que no puede vivir sin el consultorio, al que le dedica varias horas. También completa su presupuesto dictando conferencias. Pero el trabajo de este médico psiquiatra con especialización en psicoanálisis trasciende desde hace años desde sus libros, que retratan con agudeza las miserias y contracciones de la sociedad argentina. Con todo, el renglón por él más querido en su currículum es el que lo señala como “dramaturgo y actor”. ¿Su especialidad? la adaptación de las tragedias griegas en clave humorística. Su último libro, “De felicidad también se vive” fue editado a fines del 2007. Sus obras anteriores: “¿De qué hablamos cuando hablamos?” (conversaciones con su padre, Mauricio Abadi), “Los miedos de siempre, los terrores de hoy” y el “Sexo del nuevo siglo”.

DANIEL MARZAL

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