Parecería que no sirvió para mucho la tregua de 30 días que dispuso el campo con la esperanza tenue de que el gobierno la aprovechara para modificar su política agraria. Puesto que las negociaciones fracasaron debido a la negativa del ex presidente Néstor Kirchner a permitir cualquier arreglo que a su juicio sería tomado por un síntoma de debilidad, los ruralistas han elegido reanudar sus protestas. Aunque según los líderes de las diversas organizaciones que los representan dejarán pasar el tránsito y tratarán de asegurar que no haya desabastecimiento, limitándose a movilizaciones multitudinarias y al reparto de panfletos en los cuales procurarán explicar al público lo que está en juego, nadie ignora que existe el peligro de que grupos de chacareros autoconvocados opten por repetir los cortes de rutas que tantos problemas causaron en marzo. Es que, como Kirchner sabe muy bien, los productores rurales se ven ante un dilema: si sus protestas tienen un impacto económico inmediato, le será fácil acusarlos de generar más inflación y de tal modo atentar contra el nivel de vida de la población urbana, pero una campaña meramente informativa que no molestara a nadie sería a lo sumo testimonial. Por lo demás, las movilizaciones constantes perjudican a los productores mismos al impedirles concentrarse en sus tareas agrícolas.
Esto no quiere decir que en adelante sea inocuo el conflicto entre el ala dura del gobierno encabezado por el ex presidente y el campo, sólo que los costos para el país de la militancia de los ruralistas resulten menos evidentes. Así y todo, como consecuencia de la política oficial está frenándose la expansión del sector agro-ganadero justo cuando el mundo está experimentando una crisis alimentaria grave que debería beneficiarnos enormemente, por ser la Argentina uno de los escasos países que están en condiciones de aumentar su producción en un lapso relativamente breve. Es de prever, pues, que la estrategia elegida por el gobierno kirchnerista comience a motivar airadas protestas en el exterior, tanto por parte de los países ricos como Estados Unidos -el jueves pasado el presidente norteamericano George W. Bush pidió al Congreso autorizar el gasto de 770 millones de dólares para paliar el hambre en las regiones más afectadas- como de los más pobres. El presidente del Banco Mundial ya ha criticado al gobierno de nuestro país por contribuir, mediante las trabas a las exportaciones de carne y trigo, a una crisis que conforme a sus cálculos depauperó a unos 100 millones de personas en los dos años últimos, y sorprendería que otros no llamaran la atención a la falta de solidaridad internacional que lo caracteriza.
En la raíz del problema está la actitud del ex presidente Kirchner que ha elegido interpretar el conflicto en términos exclusivamente políticos, tratando al campo en su conjunto como un enemigo de su "proyecto" personal que por lo tanto le es forzoso humillar. A los ruralistas, en cambio, les interesan menos las eventuales consecuencias políticas de su rebelión -en las zonas agrícolas la mayoría votó por Cristina Fernández de Kirchner en las elecciones presidenciales del año pasado-, que las consecuencias económicas para ellos de las retenciones móviles y otras medidas destinadas a privarlos del dinero que previeron conseguir por sus productos. Si bien la renuncia de Martín Lousteau, el responsable de ordenar las retenciones móviles, como ministro de Economía le brindó al gobierno una oportunidad para hacer concesiones puesto que podría culparlo por la decisión que desató el enfrentamiento, se informa que Kirchner vetó todas las propuestas en tal sentido. Así las cosas, parecería que no habrá ninguna posibilidad de solucionar el conflicto del Estado con el campo mientras el ex presidente lleve la voz cantante, lo que será malo para el gobierno mismo, cuya terquedad ya le ha costado el respaldo de sectores amplios de la población y, desde luego, para la Argentina. Como dijo el gobernador cordobés Juan Schiaretti, en un mensaje a los productores agropecuarios en ocasión del 1° de mayo, ellos "son y serán la base del progreso y el desarrollo del país", realidad ésta que el ex presidente Kirchner se resiste a entender, acaso porque le gustaría creer que él es el auténtico motor del progreso y desarrollo del país formalmente gobernado por su esposa.